Todo empezó cuando iba de regreso de mi servicio social, después de un largo día. El lugar me quedaba bastante lejos, y para ahorrar tiempo, siempre iba en bicicleta. Era mi rutina diaria: una hora de ida y otra de regreso. Pero ese día todo salió mal. Desde la mañana, había sentido un pequeño malestar en la garganta y un ligero dolor de cabeza, algo que ya me indicaba que me estaba empezando a enfermar. Aun así, no quise faltar y seguí con mi día como siempre. De camino de regreso a casa, a mitad de la ruta, sentí un golpe seco en la llanta trasera. Miré hacia abajo y, para mi mala suerte, estaba completamente desinflada. “Bueno, no es tan grave”, pensé. “Puedo caminar un rato y luego intentar inflarla en una gasolinera cercana”. Así que empecé a caminar, empujando la bici junto a mí. Pero, como si el universo estuviera conspirando en mi contra, apenas había avanzado unos minutos cuando sentí otro golpe en la rueda delantera. Miré hacia abajo otra vez y, para mi sorpresa, ahora las dos llantas estaban ponchadas. No lo podía creer. Ya no había opción, tendría que caminar todo el camino de regreso a casa empujando mi bicicleta. Y como si eso no fuera suficiente, en ese momento el viento empezó a soplar con fuerza. Era uno de esos vientos que parecen querer empujarte hacia atrás con cada paso que das. El aire frío golpeaba mi cara y mis manos empezaban a entumecerse. Todo se sentía más pesado, y con el resfriado que ya traía encima, mi cuerpo empezaba a agotarse más rápido de lo habitual.
Después de lo que parecieron horas, finalmente llegué a casa, agotado, con la nariz completamente tapada y tiritando de frío. Apenas entré por la puerta, me tiré en el sofá sin ganas de moverme. Me quedé ahí por un rato, tratando de entrar en calor, reflexionando sobre la cadena de infortunios que había sido ese día. Esa noche me fui a dormir agotado, con fiebre y las piernas adoloridas, pero al menos al día siguiente podría reírme un poco de la situación. A veces, esos pequeños desastres nos recuerdan que, aunque las cosas no siempre salgan como las planeamos, hay algo en la resistencia y en la capacidad de seguir adelante que nos fortalece, incluso cuando todo parece ir mal.
Un agradecimiento especial a Iván Orozco por esta gran historia