Era una noche tranquila y me había quedado despierta más tarde de lo habitual debido a que estaba realizando mis tareas de la escuela. A eso de las tres de la madrugada, comencé a sentirme adormilada y decidí apagar la luz para finalmente dormir. De repente, me desperté con una sensación extraña, como si alguien me estuviera observando. Abrí los ojos lentamente y de repente, al alzar la mirada, vi a mi hermano menor de pie en la puerta de mi habitación. Estaba completamente quieto, con los ojos abiertos pero sin expresión, mirándome fijamente. Al ver tal escena sentí un escalofrío, recorrerme la espalda.“¿Pablo?”, llamé en un susurro, pero él no respondió. La sensación era inquietante. Me levanté de la cama lentamente y me acerqué a él. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba sonámbulo. Había oído hablar del sonambulismo, pero nunca lo había visto en persona, y mucho menos en alguien tan cercano. Tratando de mantener la calma, recordé que no debía despertarlo bruscamente, así que le hablé con suavidad, tratando de guiarlo de vuelta a su cuarto. “Pablo, ven, vamos a dormir”, le dije en voz baja. Sorprendentemente, comenzó a caminar, siguiendo mis instrucciones, sin decir una palabra. Lo llevé de regreso a su cama, asegurándome de que se acostara. Me quedé un momento para asegurarme de que estaba bien antes de regresar a mi cuarto. Me acosté en mi cama, pero me costó mucho volver a conciliar el sueño. Cada vez que cerraba los ojos, veía la imagen de Pablo parado en la puerta con aquel rostro inexpresivo.
Un agradecimiento especial a Magdalena Pérez por esta gran historia.