Soy maestro en un pequeño pueblo de Veracruz, donde las leyendas y las historias de lo sobrenatural son parte de la vida cotidiana. Una noche, me tocó turno de quedarme en la escuela para vigilar mientras se hacían reparaciones en las cercas. La escuela era un edificio antiguo, rodeado de árboles y con ventanas grandes que daban hacia el monte.
Después de un día agotador, me preparé para dormir en una de las aulas. Cerca de la medianoche, me despertó un sonido extraño, como un lamento suave que venía del exterior. Al principio pensé que era el viento, pero el sonido persistía y parecía cada vez más cerca. Me levanté con cuidado para no hacer mucho ruido y me acerqué a una de las ventanas. La luz de la luna iluminaba el patio de la escuela, y allí, junto al viejo pozo, vi una figura envuelta en un velo blanco. Mis ojos se abrieron de par en par cuando me di cuenta de que la figura se movía lentamente y como si estuviera flotando. El corazón me latía con rapidez. La figura comenzó a emitir una especie de lamento que reconocí inmediatamente por las historias que me habían contado los ancianos del pueblo: “La Llorona”.
Reuniendo el poco valor que me quedaba, retrocedí lentamente, cerré la puerta del aula asegurándose de que no se pudiera abrir con el seguro. Los lamentos continuaron por un rato, pero finalmente se desvanecieron en la distancia. Esa noche apenas pude dormir. Al amanecer, salí del aula y recorrí el patio, pero no encontré ningún rastro de la figura que había visto. Algunos vecinos del pueblo me dijeron que seguramente había sido mi imaginación, pero los más viejos compartieron conmigo historias similares, asegurándome que La Llorona a veces visitaba el pueblo.
Un agradecimiento especial a Salvador San Román por esta gran historia.