ÉRASE UNA VEZ…
Desde muy pequeña me han gustado los cuentos, mi madre me leía de vez en cuando y en ocasiones yo iba sola a la biblioteca cercana a mi casa a leer; en la época donde los niños podíamos tomar la bicicleta solos e ir a recorrer el vecindario sin tanto peligro, en fin, no me voy a desviar del tema. Cierto día, después de haber leído muchos cuentos, le pedí a mi madre me contara algo nuevo, confieso que al principio me pareció algo ya conocido, pero no coman ansias igual que yo, la sorpresa viene al final.
La historia comienza así…
Hace algún tiempo en esta misma ciudad, nació una pequeña en medio de una familia muy acomodada, la llamaron Ana Luisa, al poco tiempo de su nacimiento, por razones que no contaré ahora, su madre la abandonó, tal fue la decepción de su padre que la dejó al cuidado de los abuelos.
Habiendo cumplido Ana Luisa los 11 años, sus abuelos fallecen y su padre, que ya había contraído matrimonio y engendrado a otras dos pequeñas, con mucho rencor se hace cargo de ella, con la condición de que se ganaría su sustento trabajando en el restaurante que él tenía con su nueva esposa, la pequeña al no tener más familia agradeció la hospitalidad de su padre, quien nunca la trató con cariño y mucho menos como su hija, en cambio, su madrastra procuraba hacerla sentir en casa en los momentos que su padre no estaba presente, así transcurrieron algunos años entre humillaciones, malos tratos y confinada a la cocina.
Cierto día, cuando Ana Luisa tenía 14 años, la familia fue invitada a una elegante fiesta, obviamente a los ojos de su padre ella no estaba contemplada; sin embargo, su madrastra le dio permiso pese a que no podía comprarle vestido ni zapatos para tan elegante evento, a lo cual Ana Luisa no le tomó importancia, ella sabía coser y tenía unos ahorros para unos zapatos lindos.
Cerca de su vecindario, había una zapatería conocida por sus diseños y sus zapatos cuidadosamente hechos a mano, ella siempre quiso unos elegantes zapatos de esa tienda, y este era el momento para encargar tan lindos zapatos; si ya sé, les recuerda una versión algo estilizada de cierto relato popular , pero esperen el final. Bueno, continuemos, ella encargó sus zapatos y la atendió uno de los asistentes del dueño de la zapatería, era un negocio pequeño integrado por el joven dueño, y dos asistentes, pero era muy conocido por su fino y delicado trabajo. Al cabo de una semana sus zapatos estaban listos para tan esperada fiesta. Con el apoyo de su madrastra, su padre accedió a que fuera al la fiesta, ella estaba sencillamente vestida, pero muy entusiasmada por asistir, al cabo de un par de horas uno de sus elegantes zapatos se abrió de la costura, eso la puso triste y furiosa, solo quería salir corriendo de vergüenza y regresar a su casa. Al día siguiente no podía esperar a reclamar a la tienda, ¿cómo era posible que le haya sucedido eso?, ¿qué clase de tipo es el daño de esa tienda que no se fija de lo que entrega?, ¡había invertido todos sus ahorros en unos zapatos que no le duraron más que unas cuantas horas!
Armada de valor llegó a la tienda con el par de zapatos en una bolsa y preguntó por el dueño, en el fondo de la tienda estaba un joven de unos 19 años que se acercó asombrado por el enojo de tan dulce dama, apenado le dice – dígame señorita, en que puedo ayudarla- a lo que ella contesta molesta- en nada, quiero hablar con el dueño, no con usted-, el joven le contesta – yo soy el dueño, Manuel Santillana, para servirle-, asombrada, ella le platica lo sucedido, apenado, él ofrece disculpas, devolverle su dinero y reparar los zapatos sin costo, además de que el joven le pareció atractivo, el gesto de cortesía y buen trato la enterneció. A los tres días él, personalmente, llevó los zapatos a casa de Ana Luisa, ella apenada lo recibió por la puerta de la cocina, que a partir de ese día, serían frecuentes sus visitas a la puerta de la cocina.
Al terminar de escuchar el relato, yo le dije a mi madre – pero esa es solo una manera diferente de “La Cenicienta”- y ella me contestó – tal vez lo parezca, pero la realidad es que no es un cuento, es una historia, o sea que sí ocurrió, por cierto esos son los nombres de mis padres, o sea tus abuelos- concluyó mi madre. Les dije que el final sería una sorpresa, la vida real puede ser tan cruda, cruel, fascinante, increíble, aún más que los cuentos de hadas, pues, ¿de dónde creen que salen los cuentos? Sino de historias reales pero con un poquito de polvos mágicos para darle el toque de fantasía.
Un agradecimiento especial a Rocío Granada por esta gran historia.