ANÉCDOTAS DE UN VECINO

Estaba en la Ciudad de México, lista para regresar a Mérida, Yucatán, después de un viaje. Mi mamá, siempre preocupada, insistió en que no viajara sola, así que arregló para que lo hiciera con mi tío, a quien no había visto en años. Apenas lo recordaba, pero acepté la idea. Nos citamos en la sala de espera del aeropuerto, en la zona de comida. Al llegar, comencé a recorrer el área, buscando a alguien que pudiera ser mi tío. Como no tenía claro su aspecto actual, me sentía un poco perdida, tratando de reconocer a alguien que podría haber cambiado mucho desde la última vez que lo vi.

Finalmente, mis ojos se encontraron con los de un hombre sentado en una mesa. Nos miramos por unos segundos, hasta que él me llamó por mi nombre. Era mi tío, pero había cambiado tanto que casi no lo reconocí. Me acerqué y noté que estaba acompañado por otro hombre. Asumí que era un amigo o conocido, así que, después de saludar a mi tío, me giré y saludé al otro hombre con la misma confianza, incluso le di un abrazo rápido. Para mi sorpresa, él me devolvió el saludo de manera amistosa, como si realmente me conociera.

Al sentarme en la mesa, aliviada por haber encontrado a mi tío, el otro hombre se levantó tranquilamente, tomó sus cosas y se fue a sentar a otra mesa. Fue entonces cuando me di cuenta de que había saludado con total confianza a un completo extraño. Mi tío y yo nos miramos por un segundo, y luego estallamos en carcajadas. Después de años sin vernos, mi “gran presentación” fue confundir a un desconocido con alguien cercano.

El señor que había saludado parecía encontrar la situación divertida, pero el momento fue tan absurdo que no podíamos parar de reír. Mi tío y yo pasamos el resto del tiempo en la sala de espera compartiendo anécdotas y poniéndonos al día, mientras seguíamos riéndonos de mi error. Aunque mi mamá se preocupaba por que viajara sola, ese encuentro inesperado con mi tío se convirtió en un momento de pura diversión. No podría haber imaginado una mejor manera de romper el hielo después de tanto tiempo sin vernos.

Un agradecimiento especial a Verónica Solís por compartir esta entrañable historia.

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