ANÉCDOTAS DE UN VECINO

Era mi cumpleaños, y como parte de la celebración, decidí pasar la tarde en Plaza Las Américas, en Playa del Carmen. Me encanta pasear por ahí, ver las tiendas, y disfrutar del ambiente vibrante de la ciudad. Caminaba sin prisa, disfrutando del día y pensando en qué podría regalarme a mí misma, cuando de repente, algo captó mi atención.

Vi a una señora que venía caminando en dirección opuesta, y en sus brazos llevaba lo que parecía ser el peluche más adorable que había visto en mi vida. Era un perro husky, o al menos eso pensé. Su pelaje era tan blanco y suave que parecía hecho de nubes, y tenía unos ojos claros que destacaban incluso a la distancia. No pude evitar sonreír ante la ternura de aquel “peluche”. Pero cuando nos acercamos y nos cruzamos, me di cuenta de que no era un peluche. Era un cachorro de husky real. Me detuve de inmediato, completamente sorprendida. La señora notó mi asombro y me sonrió. Me acerqué un poco más para observar al cachorro, y ella me dijo que lo estaba dando en adopción. No podía creer lo que estaba escuchando. Era mi cumpleaños, y de todas las cosas que podía haber imaginado, jamás pensé que me toparía con algo tan perfecto.

El cachorro me miró con esos ojos brillantes, y supe en ese instante que no podía dejarlo ir. La señora, al ver mi emoción, me dijo que había estado buscando un buen hogar para él. Sin pensarlo mucho, acepté. Era como si todo se hubiera alineado perfectamente en ese momento.

Después de una breve conversación, la señora me entregó al cachorro, y al sostenerlo, sentí la calidez de su pequeño cuerpo y la suavidad indescriptible de su pelaje. Era tan ligero, tan delicado, que parecía irreal. Decidí llamarla Mathilda, un nombre que me vino a la mente de inmediato y que le quedó como anillo al dedo. Posterior a ello salí de la plaza con Mathilda en mis brazos, sintiendo una felicidad que no esperaba. No solo había ganado un nuevo miembro en la familia, sino que también había recibido el mejor regalo de cumpleaños que podía imaginar.

Esa noche, mientras la veía dormir en su nueva camita, pensé en cómo a veces la vida nos sorprende de las maneras más inesperadas. Había salido a celebrar mi cumpleaños con la idea de comprarme algo pequeño, y terminé con la compañía de una pequeña criatura que llenó mi corazón de alegría. Mathilda se convirtió en un símbolo de la magia que puede encontrarse en lo cotidiano, y cada vez que la miro, me recuerda que, a veces, las mejores cosas en la vida son las que nunca planeamos.

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