2. ANÉCDOTAS DE UN VECINO

Como recordatorio de esta secuencia de escritos, en el artículo anterior se comentó que este espacio es para mostrar y contar aquellas historias cotidianas que a cualquiera le pueden suceder y que, sin embargo, mantienen algo extraordinario en su haber debido a la forma en que cada individuo percibe el mundo. Lo anterior le brinda identidad y originalidad a cada experiencia vivida, convirtiéndose en algo más grande que un suceso cotidiano.

Un brinco del susto

Uno de mis hobbies favoritos es la pesca. Las veces que realizo esta actividad son en horarios nocturnos, sin embargo, las lluvias siempre favorecen y facilitan esta actividad, gracias a que el diluvio hace que suban los pececitos por las aguas picadas que provoca este fenómeno. Por tanto, esta historia comienza en un día lluvioso en el que mi papá y yo decidimos que sería una buena idea pescar en un río cercano al rancho donde vivo, debido a que las condiciones eran favorables. Hacía buen rato que llovía, y cuando pararon de caer las gotas, aproximadamente a las nueve de la noche, decidimos que era momento de ir al río. Ya en el lugar, estuvimos un rato flotando en el kayak, platicando y pasando el rato mientras esperábamos a que algún pez tomara el anzuelo. Entre plática y plática, podíamos alcanzar a escuchar a los sapos y a las ranas a nuestro alrededor, los cuales siempre salen luego de una llovizna. Después de un rato me levanté para tirar la red y así pescar una mayor cantidad. De repente, ¡Pac! sentí como si algo me cayera o golpeara en la espalda. Me paralizé. De pronto, eso que estaba detrás de mí comenzó a caminar por mi dorso. Giré un poco mi cabeza y pude observar en mi hombro una pata enorme, volteé un poco más y ¡era un sapo! Del susto solté la red, tomé sus patas y lo aventé lo más rápido que pude, era muy pesado y me percaté que estaba ¡gigantesco! De tanto miedo que tuve no pude seguir pescando, y mejor nos regresamos al rancho. No dormí en toda la noche. Mis padres, que son muy “creyentes”, y al saber el susto que me dejó aquel sapo, me llevaron con una rezadora para “curarme del espanto”. Debido a esa experiencia, me da terror volver a pescar en la noche después de un día de lluvia, pero a pesar de ello, recuerdo con gracia ese suceso en el río.

Agradecimiento especial a Santos Cebrero Sotelo por compartir esta historia.

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