1. ANÉCDOTAS DE UN VECINO

En ocasiones creemos que nuestra vida es monótona y cíclica, pasamos diariamente repitiendo rutinas, pero, si nos detenemos a pensar un momento, mientras pasa el cauce del día, suceden pequeños detalles que le dan color y sabor a nuestras vidas. Lo que hace que personas ordinarias vivamos situaciones extraordinarias. Siempre podemos encontrar una buena historia en cada ser humano, como aquel niño ruidoso que vive frente a nuestra casa, el anciano solitario que cada arruga en su cara refleja la sabiduría de una buena historia, o ese vecino que a diario nos da los buenos días.

Un día en el pantano

Recuerdo aquel fin de semana en casa de los abuelos, aún siento la comezón en mis pies al acordarme. Mi familia y yo vivíamos en un pequeño lugar urbanizado, calles de asfalto, avenidas, tráfico local, algunos parques y jardines donde los niños jugábamos por las tardes, en fin, pese a ser pequeño no había ambiente rural, y es por ello que a mis hermanos y a mí nos emocionaba tanto ir a visitar a los familiares paternos, que vivían a las orillas de una ciudad no muy lejana a la nuestra, el ambiente de las afueras de esa zona era más bien de aspecto rústico, las familias vivían en casas con techo de barro o lámina en terrenos grandes como pequeños ranchitos, donde tenían animales como gallinas, cochinos o borregos sueltos en sus patios de tierra roja.

Recuerdo que también tenía la particularidad de ser una zona pantanosa donde ocurrían inundaciones.

En el verano, el diluvio llenaba de agua los caminos de calles rústicas y los niños que vivían ahí jugaban entre los charcos, incluso uno que otro más loco, nadaba en los pantanos formados por el desnivel del suelo y las fuertes y continuas lluvias.

Todo eso era diferente pero muy emocionante para mí. Siempre observaba cómo se divertían los niños mojándose en los pantanos. Sin embargo, mi mamá no nos dejaba jugar cerca de ahí, pues siempre decía “ustedes no pueden hacer lo mismo que los demás niños, ellos aquí viven y están acostumbrados, ustedes no, así que ¡ni se les ocurra!”, pero la verdad se veía tan divertidos que queríamos intentarlo.

Un fin de semana que fuimos con mi abuela a dicho lugar y mis papás salieron a una convención de trabajo, se nos ocurrió ir a comprar dulces a la pequeña tienda de una vecina y como pretexto de ir más rápido y no tardar rodeando el pantano, nos quitamos los zapatos y pasamos por en medio del pantano, felices de que no estaba mamá para regañarnos.

Al meternos al pantano y como el agua nos llegaba a media pantorrilla, decidimos quedarnos un rato y jugar a atrapar gusarapos, brincar, en fin, creo no me había divertido tanto como ese día.

Regresamos a casa de la abuela caminando de puntitas para que no nos escuchara y no viera lo sucios que estábamos. Nos secamos los pies, nos cambiamos la ropa mojada y como si nada, cayendo la noche, la abuela nos mandó a bañar. De repente, volteé a ver mis pies y me percaté de que tenía rosita entre mis dedos. En ese momento no le di importancia. Más tarde nos comenzó a dar mucha picazón, pero no le dijimos nada a la abuela, por lo que solo nos mandó a la cama. Esa noche no pudimos dormir por esa insoportable comezón que teníamos en los pies. A la mañana siguiente, cuando nos levantamos, mi mamá, que llegó cuando ya dormíamos, casi se infarta al ver nuestros pies.

Aquel tono rosita ahora eran unas ronchas rojas con grietas en nuestros dedos. Cuando mi abuela vio esas ronchas le dijo a mi mamá que se llamaban “sabañón” y salían por un “bicho” que había en los pantanos. ¡Oh por Dios, como picaba y ardía!!, mi mamá al saber esto, nos lavó los pies y les echó como media botella de alcohol, ¡uff!, se sentía como brasa ardiendo, pero lo curioso es que entre mis gritos soltaba de repente una carcajada. La verdad es que a pesar del dolor, y he de admitirlo, asco de ver mis pies así, me divertí mucho jugando en el pantano. Finalmente, lo que parecía una actitud soberbia de mi mamá era real, no estábamos acostumbrados a exponernos a esos ambientes.

Agradecimiento especial a Verónica del Rocío Solís por compartir esta gran historia.

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