En el anterior artículo se explicó el por qué de la importancia de la filosofía y el papel del filósofo en la sociedad, comentando de pasada las vicisitudes de Platón a la hora de llevar a la práctica sus ideas teóricas a la práctica en Siracusa. De eso se va a reflexionar en el presente artículo y los siguientes: el problema de poner en la práctica las ideas políticas.
Platón diseñó en La república una sociedad ideal donde el gobernante era un filósofo entrenado durante media vida para ser sabio (como debería ser todo filósofo, nótese el condicional). Solo alguien con un claro concepto del bien, la justicia y el amor estaría capacitado para dirigir a los demás. Y esto sería en una sociedad estamentada acorde a las partes del alma humana que el sabio griego estableció: una base de productores (agricultores, ganaderos, artesanos, profesionistas) que prevalecía en ellos lo concupiscente, es decir, el saciar sus más bajos apetitos (estos eran los más relajientos, entiéndase). Luego había otra clase social de guerreros o guardianes, que tenían un alma dominada por las pasiones altas (coraje, furor, voluntad de sacrificio) para defender la polis de los enemigos internos y externos. Y finalmente, una clase social de dirigentes, que eran evaluados desde el nacimiento para irles atribuyendo puestos administrativos y políticos, y entre los que el que más destacase fuese, a la postre, el rey. Todos estos debían demostrar en sus acciones que los guiaba la parte racional del alma, eran aquellos gustosos por el pensamiento, la crítica y sabiduría. Dicho de otro modo: ¡los filósofos al poder!
Pero aunque Platón fuese grande a la hora de describir sobre ideas y conceptos, no parecía entender bien el funcionamiento del ser humano en el mundo sensible. Un alumno suyo, Dión, le propuso ir a Siracusa (en Sicilia) a tratar de poner en práctica sus ideas. El tirano al cargo, Dionisio I, era cuñado del estudiante platónico y este último aseguraba el interés del político en hacerse con la asesoría del ateniense para crear una polis más justa y equitativa en Siracusa. Emocionado, Platón llegó seguramente con muchos planes e ideas que proponer a Dionisio I, entre ellas alguna tan novedosa (incluso en nuestros días) de soltar a los presos de las cárceles para meterlos en escuelas, pues no hay malvados sino ignorantes según el pensador. La relación entre el político y su consejero filosófico fue tensa y pasó del recelo inicial a la desconfianza completa, terminando en la expulsión ignominiosa de Platón de Siracusa.
Para poner las cosas peores para el sabio, unos piratas asaltaron su embarcación en el viaje de regreso y lo esclavizaron, pero tuvo la fortuna de ser reconocido por un exalumno en un mercado de esclavos, pagando por liberar a su maestro.
A cualquier humano común le hubiera bastado esta experiencia para no desear saber más sobre tiranos, política teórica llevada a la práctica y viajes por el peligroso Mediterráneo. Pero Platón era cualquier cosa menos común, y años después aceptó regresar a Siracusa. Dión le aseguró que el nuevo rey, hijo del anterior, Dionisios II tenía inquietudes filosóficas y sería aceptado de buen grado su consejo. Y ahí va de nuevo Platón, cargado de planes ideales para hacer de Siracusa la sociedad perfecta que tanto anhelaba, una que no permitiese crímenes contra la filosofía como el juicio y ejecución de su maestro Sócrates.
La situación fue la misma: Platón y Dión aconsejaban y aconsejaban a Dionisios II, quien se mostró más autocrático y despiadado que su padre, quizá debido a la pérdida de poder frente a la creciente influencia cartaginesa en la Magna Grecia (nombre dado a las colonias helénicas en la actual Italia). Como fuera, el tirano hizo honor a su nombre y se deshizo nuevamente de ambos platónicos, cansado de tanta palabrería “inútil”. Sin duda, un perfecto ejemplo de que la miel no está pensada para gustar al hocico del asno.
A partir de este punto, la historia se vuelve más retorcida y oscura, digna de Juego de tronos. Se estima que Platón regresa por tercera vez (y es que el pobre no aprendía) aunque sus motivaciones ya no están tan claras: ¿consejero para el tirano o pedir levantar el destierro a su alumno Dión? Sí que debió el filósofo ser desterrado de nuevo y esto enfurece a Dión, quien organiza una expedición de mercenarios y se levanta contra Dionisios II, ejerciendo como dictador por unos tres años. Lo que no pudo conseguir con buenas palabras junto a su maestro, sí lo logra con acciones tan violentas como decididas respaldado por un ejército. “Tanto monta…”
Aunque Dión no fuera el gobernante perfecto, destaca al menos por ser más idealista y capaz que el tirano original, pero finalmente el poder se le sube a la cabeza y comienza a cometer errores. Con su mente distraída en los asuntos políticos y administrativos, Dión no vigila a uno de los expedicionarios que le acompaña desde el inicio de la aventura bélica, Calipo, otro ateniense educado en la Academia de Platón.
Justo tras prestar juramento de lealtad a Dión, Calipo lo ejecuta y se hace con el poder en Siracusa, pero con el tiempo la ciudad se levanta y huye. No hay datación fiable de lo que le ocurrió, pero la leyenda afirma que el final de Calipo fue el mismo que el de Dión: apuñalado con la misma espada por sus propios hombres. Y dentro de los rumores e historias sin confirmar, se especula con el papel de Platón en toda esta aventura, más bélica que filosófica, de sus alumnos en Siracusa. Algunos lo ponen como instigador voluntario, otros como de alguien ajeno al alcance de sus palabras, y otros (entre los que me incluyo) sostenemos que nada tuvo que ver con el último intento de Dión y Calipo por hacerse con el poder de una polis helena, o que incluso pudo no haber tercer viaje a Siracusa por parte del sabio ateniense.
Igual que el papel, alcance y responsabilidad de Trump en el episodio del asalto al capitolio por sus seguidores en enero de 2021, este asunto de Platón y sus discípulos tomando a la fuerza Siracusa “pertenece más la doxa (opinión) que a la episteme (conocimiento)“, como diría el propio pensador respecto al juicio de Sócrates. Sin embargo, es un claro ejemplo (tal vez el primero) de la cantidad de problemas que la filosofía política se encuentra a la hora de poder ser llevada a la práctica.
Quizá el mayor problema de Platón a la hora de hacer realidad sus ideas es que no entendía bien la naturaleza humana, más cuando esta se baña del poder político. La capacidad que tiene el poder para corrompernos es de sobra conocida, y sus alumnos, por bien instruidos que estuvieran (¿realmente lo estaban?) no iban a ser una excepción. Embriagado de poder, hasta el más sensato idealista platónico, termina por dar los más abyectos pasos.
Una nueva concepción de cómo ejercer el poder era necesaria, una más realista y centrada en lo que es el poder político, además de conocedora de los humanos que lo ejercen. Pero para ello sería necesario el transcurso de más de 1700 años, para que un nuevo pensador florentino diera a la luz este tipo de teoría política: Nicolás Maquiavelo.
Pero esto ya es otra historia, que seguirá la semana que viene.