¿Orden o caos?

La turba rabiosa y fuera de control arrasaba con lo que se poní­a a su paso; el odio y el miedo eran sus combustibles. En el estacionamiento de una gasolinera tres sujetos golpeaban hasta el cansancio a un indigente insultándolo por su origen étnico; luego que yaciera inconsciente en el pavimento sucio, los tres sujetos, embriagados por el alcohol y la ira, orinaron sobre su ví­ctima burlándose de él, con risas que denotaban la prepotencia de quienes se sienten superiores.

El ejemplo de los mayores cundí­a y un grupo de niños, sintiéndose envalentonados, insultaba y se burlaba de otro pequeño grupo de ellos, cuyo color de piel era distinto. Lárgate, tú no eres de aquí­; vete a tu tierra de pobres y prietos; vete a comer mierda de perro, que es lo que ustedes comen.

Jóvenes extremistas que se sentí­an ofendidos por el ambiente que se habí­a creado, buscaban la oportunidad para demostrar su enojo de la peor manera: Provocando matanzas, las que eran combustible para la hoguera de odio que incendiaba al paí­s. Un lacerante miedo se podí­a oler en una buena parte de la población, no era solo el miedo a quienes les insultaban y se consideraban superiores, sino también hacia un poder sin control que se habí­a apoderado de la sociedad. Un poder que les ofendí­a y amenazaba continuamente, que cumplí­a sus amenazas, sin respeto a la dignidad de las personas, con una fuerza apoyada por un odio y discriminación que parecí­an no tener lí­mites.

Las familias sufrí­an de un profundo temor de ser separados; padres e hijos, marido y mujer. Salir a la calle implicaba el riesgo de ser detenido y perder lo que se habí­a logrado con su esfuerzo: Familia, patrimonio, estabilidad. Los niños llorando abrazaban a sus padres, quienes, haciéndose fuertes, trataban de calmarlos. Ya habí­an surgido separaciones, personas que llegaban con la intención de unirse a los suyos, eran detenidos y devueltos al lugar de donde provení­an, sin considerar su situación particular y sin mayor explicación. El poder sin control provocaba ya conflictos entre naciones, las amenazas y ofensas hacia los lí­deres del mundo eran la constante, y el rechazo a esto también, las relaciones con las potencias se resquebrajaban poco a poco, amenazando reventar el dique de la diplomacia y provocar una conflagración mundial.

Ya habí­a surgido la primera amenaza de uso de las armas para solucionar conflictos internacionales y la tortura para combatir a los enemigos era una realidad. Las órdenes estaban en el campo: “Si es necesario obtener información, úsese la fuerza necesaria; si se requiere obténganla provocando asfixia y sufrimientos de cualquier í­ndole para lograr el cometido”. En los sitios denominados negros, se aplicaban métodos de interrogación indignantes, a la persona se le ataba en una mesa inclinada, boca abajo y se le cubrí­a el rostro con un paño que era humedecido constantemente, provocando con esto la sensación de ser ejecutado o se le privaba del sueño durante largos perí­odos; si un prisionero se poní­a en huelga de hambre, era alimentado por ví­a anal en contra de su voluntad. La dignidad del ser humano se relegó frente a los intereses de una nación exaltada por los discursos del miedo y el odio, poco faltaba para que las personas fuesen separadas de acuerdo a sus condiciones étnicas, religiosas o el color de su piel y se formasen centros de concentración.

Habí­a una luz de esperanza, la gente se empezaba a organizar para manifestar su oposición a ese régimen que amenazaba a la sociedad entera por su falta de prudencia y su proclamación de una supremací­a nacional, a un paso de declararse en supremací­a racial. Los grupos se presentaban públicamente, protestando contra las polí­ticas de ese poder de odio y separación y, representantes electos democráticamente, se oponí­an públicamente a las pretensiones de separación y discriminación que brotaban de quien pretendí­a un poder omní­modo.

El sistema polí­tico estaba a prueba, las herramientas de equilibrio como el Senado y el sistema de justicia, enfrentaban un reto, como hací­a muchos años no se presentaba a los miembros de esas fuerzas, quienes se convertirí­an en paladines de la democracia o caerí­an en el juego del poder que enfrentaba a la nación y a las personas.

¿Que vendrí­a: orden o caos?

í¢â‚¬”Oscar Mí¼ller Creel es doctor en Derecho, catedrático y conferencista. Puede leer sus columnas en í¢â‚¬”¹www.oscarmullercreel.com

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