“Luchad con fe y constancia, repetía entusiasmada la heroína. Dios habrá de premiar nuestro esfuerzo concediendo la libertad que ambicionamos”.
De vez en cuando alentaba a la multitud a seguir luchando por la emancipación de México con sus palabras, mientras se dirigía al lugar de ejecución.
Gertrudis Bocanegra, nacida en Pátzcuaro, Michoacán, el 11 de abril de 1765, adoraba a los indígenas y veía a los purépechas recorrer los luminosos caminos que conducían a Pátzcuaro en los días de los mercadillos, llevando los bienes que habían cultivado o producido en los pueblos que rodeaban el lago.
Se daba cuenta de estos escasos bienes que producían por unas pocas monedas de cobre, trabajando siempre en la pobreza y sin ninguna esperanza de escapar jamás de su condición de parias.
Este espectáculo, junto con las injusticias y humillaciones a las que frecuentemente fueron sometidos, dejó un doloroso eco en el alma sensible de aquella mujer, pero se tradujo finalmente en una muy firme determinación de ayudar a la liberación de la raza mexicana y brindarle una patria propia, devolviéndole la razón lo que la ambición egoísta de unos pocos le había arrebatado.
Gertrudis fue la aliada más valiosa de la insurrección y, por supuesto, aportó a la causa los dos aspectos más significativos de su vida, persuadiendo a su marido para que apoyara a los rebeldes, uniéndose a la lucha del lado de los insurgentes.
Uno de los rebeldes que operaba cerca de Pátzcuaro era un joven coronel de nombre Gaona, quien se enamoró de una de las hijas de la señora Bocanegra, ella se sintió muy complacida con esta relación, ya que le permitiría tener otro hijo que se uniera a las filas de los rebeldes que luchaban por su país.
Frecuentemente, tuvo desacuerdos con las autoridades realistas porque su casa en Pátzcuaro sirvió como centro de la insurrección, sin embargo, ella siempre salió victoriosa porque le dio a sus frecuentes reuniones la apariencia de fiestas para desviar la atención de los elementos del lado opuesto que la vigilaban de cerca.
Había descubierto una manera de enviar mensajes haciendo cigarrillos para enviarlos con el mensajero que la ayudaba, esta era una de las mejores formas que tenía de comunicarse con los insurgentes y brindarles noticias oportunas.
Una vez, un grupo realista tomó por sorpresa al mensajero cuando lo descubrieron haciendo lo que, a sus ojos, era detenerlo con el cuerpo del delito, cuando el mensajero se negó a identificar la fuente de los informes, el más noble de todos los mártires fue ejecutado.
La casa Bocanegra quedó envuelta en un velo de desgracia, el hijo de doña Gertrudis falleció en el campo de batalla, y su marido fue trasladado a Valladolid, donde falleció poco después de ser ingresado.
Esta valiente mujer también pagó el precio de su contribución a la libertad al renunciar a las dos vidas que más significaban para ella.
Ante aquel duro golpe, sin embargo, no decayó ni un segundo, gracias a la fuerza de sus convicciones, envió a sus hijas a Valladolid para protegerlas de los delitos que se suelen cometer en los pueblos pequeños y evitar quedar embarazadas.
Al mismo tiempo, al no depender más de su familia, se lanzó decididamente al campo de batalla y se unió a las fuerzas lideradas por Gaona, su hijo político, nuestra heroína experimentó las pruebas de la vida de campaña durante aproximadamente tres años.
Era una mujer rica que estaba exenta de las penurias que se esperaban de los hombres, comía en los campamentos de las tropas y acampaba en las montañas, lejos incluso de las comodidades más básicas.
El coronel Gaona se inspiró para idear un plan para enviar a la señora Bocanegra de regreso a su casa en Pátzcuaro por los desafíos de esa prolongada campaña, cuyo final los líderes insurgentes no pudieron predecir.
Cuando le explicaron que se trataba de encargarle que preparara en dicha ciudad un movimiento encaminado a seducir a algunos miembros de la guarnición realista para que los insurgentes pudieran tomar con mayor facilidad la plaza, finalmente se dejó persuadir.
Inicialmente, se opuso cuando pensó que se trataba de ahorrarle la molestia de hacer campaña.
Aunque sabía que sería difícil, la señora accedió a llevar a cabo el encargo que le había sido encomendado. Regresó a Pátzcuaro y comenzó a implementar su plan, mostrando signos prometedores de éxito.
Hizo de un ex sargento insurgente, a quien había salvado del fusilamiento, años antes, su colaborador después de decidir que podía confiar en él.
No anticipó esa inteligente mujer que, por una razón verdaderamente inútil, esa persona desagradecida la denunciaría. En realidad, según la tradición, la señora Bocanegra alertó al ex sargento del robo cuando algunos artículos costosos desaparecieron de su casa en ese momento, se creía que él era el responsable.
El siervo infiel aprovechó esta oportunidad para completar su legado denunciando las acciones rebeldes de doña Gertrudis Bocanegra al comandante realista encargado de vigilar la Plaza de Pátzcuaro, esto ocurrió en el mes de octubre de 1818.
Se pensó que, por estar encarcelada, esta delataría a sus aliados, todas las exigencias y tiranías fueron recibidas con el más completo silencio.
El jefe realista afirmó que solo necesitaba decir el nombre de una persona si esta había mostrado algún remordimiento por lo que estaba haciendo, de nuevo el silencio llenaba el calabozo.
La única opción que le quedaba era dispararle si se negaba a confesar, o perdonarle la vida si lo hacía.
Ella, por supuesto, prefirió morir sin dudar antes que hacer cualquier declaración que pudiera ponerla en peligro a sus compañeros.
El jefe realista de Pátzcuaro ordenó de inmediato encarcelar también a las hijas de la señora Bocanegra y confiscar sus bienes, que incluían joyas, muebles y una finca cercana a Pátzcuaro, hizo esto para intimidarla, ya que era consciente del sufrimiento que soportaría su familia si ella continuaba negándose.
Todos los días, el comandante la visitaba en prisión para instarla a decir la verdad y denunciar a sus amigos; si lo hiciera, le devolvería sus hijas y sus bienes; además, intervendría personalmente ante el virrey para asegurar su vida.
Sin embargo, la impasible actitud de su heroína y la respuesta de que nadie más estaba involucrado en sus asuntos, e incluso si algunas personas lo estuvieran, ella preferiría que la mataran antes que entregarla, rechazó estas ofertas.
El líder realista hizo el mayor esfuerzo por determinar qué ciudadanos de la ciudad de Pátzcuaro y qué funcionarios de su corporación estaban involucrados en el movimiento que se gestaría favoreciendo la insurrección.
Sin embargo, al darse cuenta de que era inútil intentarlo por este motivo, por el que nunca recibiría una denuncia de doña Gertrudis, la condenó a muerte y le ordenó que se deshiciera de su conciencia y de sus negocios, ya que al día siguiente sería ejecutada.
Ella permaneció en silencio ante el tormento moral que le infligieron, sin dejarla sola ni siquiera en los últimos momentos de su vida, el sacerdote encargado de ayudarla le suplicó en vano que confesara los nombres de sus compañeros de conspiración.
Al ser liberada de su prisión, aquella noble heroína fue rodeada por una multitud silenciosa que, tal vez en secreto, estaba imponentemente indignada por su incapacidad para liberar de sus cadenas a la mujer que tan arduamente había trabajado por el bien del grupo.
La señora Bocanegra continuó con paso firme su deprimente y agonizante camino, de vez en cuando hacía una pausa para animar a la multitud a que no abandonara la lucha que trabajaran por su independencia y decía que Dios los recompensaría dándoles su libertad.
Por fin llegó al lugar de su sufrimiento, la mujer tomó un peine de oro que sujetaba su cabello y se lo dio al sacerdote, rogándole que se lo diera a su hija mayor como recuerdo de su madre, se quitó el reloj y le pidió que se lo diera a su hija mediana y por último le pidió al sacerdote que el reboso de seda en el que estaba envuelta se lo entregara a su hija menor.
Le pidió que informara a todas que su madre, que estaba a punto de fallecer, les había enviado estas ropas gastadas como recuerdo de ella, que las instaba a seguir siempre el camino de la virtud y que ella las cuidaría desde el cielo.
El sacerdote y quienes podían oírlo sollozaron desconsoladamente, justo antes de la orden que pondría fin a aquella maravillosa existencia, la señora Gertrudis Bocanegra volvió a gritarle a la multitud mientras intentaba quitarse la venda de los ojos por última vez.
Finalmente, renunció, preparándose para las balas que perforarían su cuerpo porque estaba demasiado atada para poder conseguirlo.
Rápidamente, fueron recibidos por el fuego de fusilería realista, acabando con la vida de aquella valiente mujer que supo dar su vida al servicio de su patria.
Especialmente las mujeres y los niños encontrarán siempre en las hazañas de esta heroína la enseñanza más hermosa, el modelo de sus virtudes cívicas, que dejó con su vida a las generaciones futuras.
Gertrudis Bocanegra es el ejemplo que dejó con su vida a las generaciones futuras y es muy digna de imitar, sirviendo como una poderosa ilustración de lo que debe ser una mujer mexicana: valiente en los hechos, persistente en el trabajo y estoica en el sacrificio cuando el deber exige dar la vida en beneficio de los demás.
Desde aquel 11 de octubre del año 1817, el nombre de Gertrudis Bocanegra de Lazo de la Vega quedó inscrito en perdurables bronces en el pórtico glorioso de la historia.