La independencia fue un proceso que terminó arrastrando consigo a toda la sociedad. Dividida en bandos, las mayorías terminaron apoyando a los patriotas.
Si en sus inicios la independencia estuvo conformada principalmente por hechos políticos llenos de simbolismo y, en todo caso, sin mayor violencia, en su desarrollo estalló una guerra que se prolongaría por muchos años.
Decidida por la guerra y la confrontación militar, la independencia entronizó al estamento militar. El grupo exaltado por la literatura histórica de los siglos XIX y XX fue el de los victoriosos próceres y héroes. Pero en dicho panteón se hacía muy poco reconocimiento a grupos como el de las mujeres.
La presencia de las mujeres no sólo fue numerosa y notable en las distintas fases de la independencia, sino que se dio a través de muy diversas maneras. Conformaron la multitud que en las jornadas del 20 de julio reclamó la creación de la junta, apoyaron a uno u otro bando en la llamada “patria boba” y bajo el régimen del terror instaurado por Pablo Morillo se sumaron decididamente a la causa patriota.
Pero conviene tener presente que a finales del siglo XVIII en Santafé un grupo de mujeres participaba del movimiento ilustrado. Francisca Prieto Ricaurte, esposa de Camilo Torres, Catalina Tejada y Andrea Ricaurte de Lozano auspiciaron tertulias y reuniones literarias que fueron simiente de los nuevos ideales. Las tertulias literarias eran reuniones a las que se asistía con invitación, se disfrutaba un chocolate y se comentaban obras de diverso género. Pero parte importante de las tertulias era comentar las noticias sobre los acontecimientos europeos, de Hispanoamérica y, por supuesto, de la política local.
Todos los indicios sugieren que el movimiento del 20 de julio fue concertado y los distintos grupos que actuaron estaban informados. Lo mismo debió ocurrir con muchas mujeres. De hecho, los cronistas han comentado el elevado número de mujeres que participaron en los ataques a las casas de los oidores y que después se concentraron en la plaza. Mujeres del pueblo, especialmente vendedoras de la plaza. Aunque con seguridad, allí estaban entre ellas Melchora Nieto y Francisca Guerra, propietaria de un almacén la primera y de una tienda la segunda. En aquellos días la ciudad se paralizó y de los pueblos vecinos arribaron delegaciones a sumarse a la protesta. De los dramáticos momentos que se vivieron el día 22, cuando se rumoró un despliegue militar contra el cabildo, quedaron testimonios de la valerosa participación femenina.
En un hecho registrado por distintos medios, una madre habría dicho a su hijo: “Ve tú a morir con los hombres mientras que nosotras (hablando con las demás mujeres) avanzamos a la Artillería y recibimos la primera descarga, y entonces vosotros los hombres pasaréis por encima de nuestros cadáveres, cogeréis la artillería y salvaréis la patria”. En otro caso, una mujer que era mandada a abrir paso por un patriota con espada en mano, dijo ofuscada: “¿La piedra que yo lance no hará tanto efecto como sus golpes?” Y se mantuvo firme en el puesto.
Tiempo después, los redactores del Diario Político de Santafé se preguntarían el nombre de aquellas valerosas heroínas. Pues según dijeron: “Bien merecían pasar a la historia”. Fue también en estas jornadas que la maestra Bárbara Forero dio un encendido discurso a un grupo de mujeres en la plaza. Pero en aquella gesta también fue decisiva la participación de un grupo de señoras de sociedad. Entre ellas sobresalieron Petronila Nava, Josefa Baraya, Petronila Lozano, Gabriela Barriga, Carmen Rodríguez, Eusebia Caicedo, Josefa Santamaría, María Acuña, Josefa Lizarralde y Juana Robledo.
Un episodio que nos permite observar la diversa participación femenina en este proceso fue el que ocurrió el 13 de agosto de 1810. Ese día un grupo de mujeres, que tal vez alcanzaba a 600, arremetió contra el convento de La Enseñanza, donde se encontraba la virreina. Tras sacarla de allí, la condujeron a la cárcel del Divorcio, mientras le gritaban improperios, le rasgaban el vestido y lanzaban escupitajos.
Este hecho llenó de indignación a las autoridades y a la gente de la alta sociedad, que veían con escándalo cómo se había sometido a los virreyes a un trato tan bajo y se los había recluido en cárceles. A la mañana siguiente la nobleza local, la jerarquía eclesiástica y distintas damas rescataron a la virreina de la cárcel y la llevaron de nuevo al Palacio.
Se dice que entre éstas estuvieron Francisca Prieto de Torres, Magdalena Ortega de Nariño, Rafaela Isasi de Lozano, Mariana Mendoza de Sanz de Santamaría y la marquesa de San Jorge1. Este comportamiento fue censurado por los líderes del movimiento emancipador como propio de la plebe. Pero, ¿por qué las mujeres del pueblo odiaban tanto a la virreina? De ella se ha dicho que dominaba a su marido, que tenía una afición irrefrenable por el dinero y que controlaba las tiendas y la venta de víveres. Razones suficientes para que la virreina doña Francisca Villanova despertara tanta animosidad entre las mujeres que vivían de sus ventas en la plaza o que tenían pequeñas tiendas en la ciudad.
Tras el 20 de julio la sociedad neogranadina se colmó de fervor y en todas partes se pronunciaba la palabra libertad con alegría. Los enfrentamientos civiles en que se enfrascaron los notables de la república contaron con la asistencia femenina. Aunque en ocasiones fue más simbólica, como cuando Mercedes Nariño vestida de militar disparaba los primeros cañonazos de las batallas que dirigía su padre.
Sin embargo, fue con la reconquista que el compromiso y la participación de las mujeres se desplegaron en toda su dimensión. Como dijo Aída Martínez, “con la reconquista de 1816 la mujer colombiana alcanzó su mayoría de edad”2. Bien por conciencia, por rabia, por venganza o por lealtad familiar, las mujeres colombianas se incorporaron a la lucha por la emancipación. Las hubo que contravinieron la prohibición de aceptar mujeres en las filas de los ejércitos. Ocultas en un uniforme de soldado marcharon al frente de batalla.
En la propia batalla de Boyacá hubo mujeres que tomaron el fusil. Evangelista Tamayo fue una de ellas. Nacida en Tunja, luchó en Boyacá bajo el mando de Bolívar, alcanzó el rango de capitán y murió en Coro en 1821. Un reconocimiento especial por parte del Libertador lo recibieron las mujeres de Socorro por su vigorosa lucha. Declaración que dejó asentada Bolívar en los propios libros del Cabildo de aquella ciudad. Pero la mayor contribución de las mujeres a la causa libertadora la dieron asistiendo a los heridos de las batallas, ofreciendo información sobre los movimientos de las tropas enemigas, ocultando en sus casas patriotas perseguidos, confeccionando uniformes y banderas para los ejércitos, y brindando comida a los batallones. Muchas también dieron muestra de su apoyo a los patriotas entregando sus ahorros, sus joyas, ganado y esclavos. Aunque algunas, casi con devoción, entregaron sus hijos para que se sumaran a los ejércitos.
En distintas regiones de Hispanoamérica las mujeres conformaron auténticas redes de espionaje en favor de los patriotas. Por el acceso que tenían a reuniones sociales, por la libertad con que se movían en la ciudad o porque tenían amistad con algún militar realista, las mujeres ofrecieron información decisiva para la consecución de los triunfos militares. Haciendo de correos, las mujeres portaban papeles con instrucciones para los comandantes de los ejércitos patriotas, bien los llevaban envueltos en cigarros o cosidos en sus faldas. Confundidos los militares realistas por las derrotas que les propinaban los patriotas, declararon una guerra a muerte contra todo el que auxiliara a los rebeldes. Bajo el régimen del terror innumerables mujeres fueron acusadas y castigadas por su apoyo a la causa patriota. O también fueron perseguidas por ser madres, esposas o hijas de patriotas reconocidos. La confiscación de los bienes, el destierro y la humillación fueron castigos sufridos por las mujeres patriotas con mucha frecuencia.
Sin embargo, uno de los rasgos más violentos de la guerra de independencia fue el sacrificio de las mujeres patriotas. Desde 1813 los comandantes realistas las condenaron a la pena capital con el propósito de amedrentar a la población. Tanto en las capitales como en las pequeñas poblaciones fueron levantados patíbulos para ejecutarlas. En la iconografía de la época sobresale la ejecución de una de las más valerosas heroínas: la joven Policarpa Salavarrieta, la Pola. Acusada de espía y conspiradora, el 14 de noviembre de 1817 fue fusilada en Bogotá, con los ojos vendados y de espalda3. Sin embargo, distintos historiadores han intentado calcular cuántas mujeres fueron fusiladas durante la independencia, sin lograr una cifra definitiva. Se estima que al menos 59 mujeres fueron ejecutadas por pelotones de fusilamiento.
Mujeres que pertenecían a los distintos grupos sociales y étnicos de la sociedad. Entre ellas cabe nombrar a la nortesantandereana Mercedes Ábrego, que fue fusilada por haber confeccionado un fino traje para el Libertador; a Dorotea Castro, que fue fusilada en Palmira junto a su esclava Josefa por auxiliar con hombres, caballos y armas a los patriotas; a la española María Josefa Lizarralde, muerta en Zipaquirá en 1816 por sobornar a los guardias de la cárcel; a Estefanía Neira de Eslava, fusilada en Sogamoso por haber aconsejado a su esposo que se uniera a los patriotas; a Manuela Uscátegui, ajusticiada en 1818 por negarse a revelar el lugar donde se refugiaba un grupo de patriotas. Tal parecería que la guerra cobró su rostro más feroz en las regiones de las confrontaciones: los santanderes, Boyacá, Cundinamarca, Bogotá y el Cauca. Pero probablemente no hubo región de Colombia donde no se sentenció a hombres y mujeres patriotas con la pena capital.
Pero, cabe la pregunta en este bicentenario: ¿Qué significó la independencia para las mujeres de la época? Fue la ocasión de incorporarse y participar con especial protagonismo de un hecho decisivo de la historia. Si durante la época colonial las mujeres vivían marginadas de lo que podríamos llamar los asuntos de la república, con la independencia -para sorpresa de los patriotas- asumieron una posición de vanguardia. De ellas, es cierto, no nos quedaron discursos o escritos que nos revelaran un pensamiento político. Sólo nos queda, como un cuerpo mudo, la memoria de su heroísmo y su sacrificio. La ironía de la historia está, en que, pasada la guerra, el republicanismo recluyó de nuevo a las mujeres en la casa, en lo doméstico. Los ideales de libertad y de derechos, que en algún momento las entusiasmaron, se olvidaron en el aletargado siglo XIX, sacudido por otras guerras, que ya poco las convocaron.