Los años de Gabriel Garcí­a Márquez

El  escritor,novelista, cuentista, guionista, editor y periodista colombiano Gabriel José de la Concordia Garcí­a Márquez, nació en Aracataca, en el departamento de Magdalena, Colombia, el domingo 6 de marzo de 1927 a las nueve de la mañana, según sus propios relatos.

Es hijo de Gabriel Eligio Garcí­a y de Luisa Santiaga Márquez Iguarán, pero poco después del nacimiento de Gabriel, su padre se convirtió en farmacéutico y, en enero de 1929, se mudó con Luisa a Barranquilla, dejando a Gabriel en Aracataca al cuidado de sus abuelos maternos.

Los abuelos eran dos personajes bien particulares y marcaron el periplo literario del futuro Nobel.
El coronel Nicolás Márquez, abuelo de Gabriel, a quien por cierto llamaba “papalelo”, fue veterano de la guerra de los Mil Dí­as, mató a Medardo Pacheco en un duelo y tuvo, además de los tres hijos oficiales, otros nueve con distintas madres.

Nicolás Márquez era muy respetado por sus copartidarios y conocido por su negativa a callar sobre la Masacre de las bananeras, suceso en el que murieron cientos de personas a manos de las Fuerzas Armadas de Colombia durante una huelga de los trabajadores de las bananeras, hecho que Garcí­a Márquez plasmarí­a en su obra.

í”°ste le contaba al pequeño una infinidad de historias de su juventud y de las guerras civiles del siglo XIX, lo llevaba al circo o al cine cada año  y fue el primero en introducir a su nieto en el «milagro» del hielo, que se encontraba en la tienda de la United Fruit Company.

Su abuela, Tranquilina Iguarán Cotes, a quien Garcí­a Márquez llama la abuela Mina y le contaba historias de Gabriel de jóvenfantasmas, premoniciones, augurios y signos, fue de tanta influencia en Garcí­a Márquez que inspiró el personaje de Ursula Iguarán que, unos treinta años más tarde, su nieto usarí­a en Cien años de soledad, su novela más reconocida.

Gabriel Garcí­a Márquez aprendió a escribir a los cinco años, en el colegio Montessori de Aracataca, con la joven y bella profesora Rosa Elena Fergusson, de quien se enamoró.

Cuando Gabriel tení­a ocho años su abuelo falleció y su abuela habí­a quedado ciega, así­ que él se fue a vivir con sus padres en Sucre.

Al llegar a Sucre, Gabriel fue mandado a un internado en Barranquilla, un puerto en la boca del Rí­o Magdalena. Allí­ adquirió reputación de chico tí­mido que escribí­a poemas humorí­sticos y dibujaba tiras humorí­sticas, fue apodado “El Viejo”por sus compañeros de clase.

Garcí­a Márquez cursó los primeros grados de secundaria en el colegio jesuita San José, en donde publicó sus primeros poemas en la revista escolar Juventud.

En 1940, gracias a una beca, ingresó en el internado del Liceo Nacional de Zipaquirá, una experiencia “realmente traumática” pues según cuenta el frí­o del internado de la Ciudad de la Sal lo poní­a melancólico, triste. Permaneció siempre con un enorme saco de lana, y nunca sacaba las manos por fuera de sus mangas, pues le tení­a pánico al frí­o.

Aun lado esto, Gabriel destacó en varios deportes, llegando a ser capitán del equipo del Liceo Nacional de Zipaquirá en tres disciplinas, fútbol, béisbol y atletismo.

Después de su graduación en 1947, Garcí­a Márquez permaneció en Bogotá donde decidió matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Bogotá el 25 de febrero de 1947, donde tuvo especial dedicación a la lectura.

En la Universidad Nacional permaneció sólo hasta el 9 de abril de 1948, pues, a consecuencia del “Bogotazo”, la Universidad se cerró indefinidamente. Garcí­a Márquez perdió muchos libros y manuscritos en el incendio de la pensión donde viví­a y se vio obligado a pedir traslado a la Universidad de Cartagena, donde empezó a trabajar como reportero de El Universal.

Luego en 1950, a consecuencia de una neumoní­a se vio obligado a recluirse en Sucre, cambió su trabajo en El Universal por una columna diaria en El Heraldo de Barranquilla, que apareció a partir de enero de 1950 bajo el encabezado de “La girafa” y firmada por “Septimus”.

En el periódico barranquillero trabajaban Cepeda Samudio, Vargas y Fuenmayor. Garcí­a Márquez escribí­a, leí­a y discutí­a todos los dí­as con los tres redactores.

En esa época Garcí­a Márquez leyó a los grandes escritores rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista. La vida de esos años fue de completo desenfreno y locura.
También fue la época en que viví­a en pensiones de mala muerte, muchas veces no tení­a el peso con cincuenta para pasar la noche; entonces le daba al encargado los borradores de La hojarasca, y le decí­a: “Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mí­a. Por la mañana te traigo plata y me los devuelves”.

En febrero de 1954 Garcí­a Márquez se integró en la redacción de El Espectador, donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo colombiano, y luego en brillante cronista y reportero.

En 1955, Garcí­a Márquez ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje, por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla.

Las directivas de El Espectador decidieron que Gabriel Garcí­a Márquez saliera del paí­s rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde el papa Pí­o XII aparentemente agonizaba.

Cuatro años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en Parí­s, y recorrió Polonia y Hungrí­a, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética.
Garcí­a Marquez con su familia

A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.

En marzo de 1958 Garcí­a Márquez contrajo matrimonio en la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Barranquilla con Mercedes «a la que le habí­a propuesto matrimonio desde sus trece años». Tuvieron dos hijos: Rodrigo en 1959 y Gonzalo en 1962.

En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los cubanos exiliados y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a México.

Un dí­a de 1966 en que se dirigí­a desde Ciudad de México al balneario de Acapulco, Gabriel Garcí­a Márquez tuvo la repentina visión de la novela que durante 17 años vení­a rumiando: consideró que ya la tení­a madura, se sentó a la máquina y durante 18 meses seguidos trabajó ocho y más horas diarias, mientras que su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.

En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es el tiempo cí­clico, en el que suceden historias fantásticas: pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones.

Después del éxito de Cien años de soledad, Garcí­a Márquez se estableció en Barcelona y pasó temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.

En la madrugada del 21 de octubre de 1982, Garcí­a Márquez recibió la noticia de que la Academia Sueca le otorgó el premio Nobel de Literatura.

La ceremonia de entrega del Nobel se celebró en Estocolmo, los dí­as 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después, disputó el galardón con Graham Greene y Gunther Grass.
Después del Nobel, Garcí­a Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura nacional, latinoamericana y mundial.

Tras años de silencio, en 2002 Garcí­a Márquez presentó la primera parte de sus memorias, Vivir para contarla, en 2004 vio la luz su novela Memorias de mis putas tristes. Tres años después recibió sentidos y multitudinarios homenajes por doble motivo: sus 80 años y el 40º aniversario de la publicación de Cien años de soledad.

Falleció el 17 de abril de 2014 en la ciudad de México, tras de una recaí­da en el cáncer linfático por el que ya habí­a sido tratado en 1999.

Aunque Garcí­a Márquez nunca terminó sus estudios superiores, algunas universidades, como la Universidad de Columbia de Nueva York, le han otorgado un doctorado honoris causa en letras.

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