Retrato del artista adolescente: Stephen Dedalus y su beso con la prostituta

Retrato del artista adolescente de James Joyce, tiene dentro de sus pasajes, una vasta riqueza espiritual y reflexiva. Sus palabras señalan, en esta obra autobiográfica, acontecimientos de su vida que quizá le repercutieron.

El libro: Retrato del artista adolescente.
El libro: Retrato del artista adolescente.

Una escena fantástica y conmovedora es el beso que su personaje principal recibe de una prostituta.

Esa circunstancia es un ejemplo caracterí­stico de su estilo descriptivo, ese contacto de í­ndole sexual,  lo hace pensar, lo lleva a considerar las cosas que desea, lo que busca y lo que quiere, pero más aún le da temor y felicidad en el mismo plano del hecho.

Stephen Dedalus atraviesa por la adolescencia y es tí­pico que un joven busque los placeres. í”°l camina sobre las calles Irlanda, en busca de la señal que le llenará su vací­o emocional.

Joyce describe que el trayecto de Stephen, hacia la búsqueda de su placer, era un laberinto de calles, las cuales se prestan a ser pintorescas y de cortas dimensiones, camino donde también se escuchaba el cantar de los borrachos melancólicos.

Stephen continua con su andar, observando lo que sucedí­a a su alrededor, al parecer no estaba convencido de lo que miraba. Algo le sucedí­a, lo que sus ojos veí­an era nuevo para él, era mí­stico, era sorprendente.

Las mujeres que allí­, son descritas como muy perfumadas. í”°stas portaban largos y brillantes vestidos que sometieron la imaginación del muchacho.

El olor de estas mujeres es único y alentador, Joyce hace una clara definición del aroma de las prostitutas, lo describe maravilloso y oculto.

Mujeres con aroma fuerte, vestidos largos y que viven de noche, es la percepción de Joyce.

Stephen siguió rumbeando.

James Joyce, el autor.
James Joyce, el autor.

Su vista continuaba confundida, estaba atónito, fuera de sí­.

Las luces que salí­an de las puertas donde estaban las mujeres perfumadas, le parecí­an atractivas, eran tantas que lo habí­an impresionado, tuvo el alentador deseo de arrimarse. No lo hizo, él siguió su travesí­a.

Llegó a un arroyo y sintió que su pecho le brincaba, estaba exaltado. Esa extraña agitación que provení­a de sus entrañas le era insoportable, esa necedad que le quitaba el sueño, esa impaciencia lo habí­a desconcertado.

Una mujer con un vestido rosa le tendió la mano sobre el hombro y le saludó.

Parece que el chico encontró lo que buscaba, sus temores le evitaban acercarse a una mujer de esas. El destino le llevó la mujer, fue lo indicado para él, que alguna dama se aproximase para sí­, para cumplir sus fantasí­as.

La historia abruptamente cambia de escena, ahora Stephen, sentado sobre la orilla de una cama, en una habitación desconocida e indescriptible, esperaba sofocar sus inquietudes. Impaciente, tí­mido, con ganas de huir.

Stephen Dedalus, el alter-ego de Joyce.
Stephen Dedalus, el alter-ego de Joyce.

Contemplaba a la enorme muñeca que momentos antes le saludó, trataba decir palabras que nunca salieron. De su boca no salió nada, ni un consolador soplo.

í”°l veí­a que la dama se despojaba del vestido, quizá imaginaba aun lo que sus sueños le habí­an enseñado. í”°l sólo le miraba, observaba sus movimientos  con detenimiento.

Joyce no dijo si realmente Stephen estaba excitado, lo detalla sólo como temeroso, desconfiado y muy conservador.

Ella le abrazó pegándole los pechos a su cuerpo, él quiso llorar, sus ojos se humedecieron. No actuó como salvaje frente a la dama, su fin era completamente distinto, no querí­a vejarla, no deseaba ofenderla.

Lo anterior era nuevo para él. Con sus ojos extasiados, Stephen intentaba decir algo, las palabras seguí­an sin salir de su boca.

Ella le pasó la mano sobre el cabello y le dijo: “Dame un beso”.

¿Qué prostituta besa a sus clientes? Quizá una muy dedicada, una que se esmera demasiado en su trabajo.

A pesar de eso:

El beso con ella.
El beso con ella.

í”°l no sentí­a el deseo de besarla. Lo que querí­a era seguir enredado entre sus brazos. Ser acariciado lentamente, lentamente.

Entre aquellos brazos se sentí­a fuerte, pero no se inclinarí­a a besarla. Su búsqueda se degeneró, su fin no era persiguiendo un deseo carnal, era algo más profundo y espiritual.

¡No querí­a besarla!

Si no era su intención, ¿Cuáles eran sus propósitos?

Desconocidos, abandonados en el ejercicio de imaginación.

Ella, a la fuerza, lo besó. Oprimió los labios contra los de Stephen, él vio los ojos que fijamente le miraban.

El chico fue atrapado, seducido por la dama, fue pescado en el anzuelo.

Era demasiado, él cerró sus ojos y se entregó a ella en cuerpo y alma, sin conciencia del mundo, sólo de los labios que le besaban con dureza.

El beso lo atrapó, lo condujo a la inconciencia, perdió la razón.

Esos besos fueron para él trasmisores de un vago idioma, en ellos sintió una desconocida y tí­mida presión, más sombrí­a que el pecado, más dulce que el sonido y el olor.

El beso le abrió las puertas del mundo, de un mundo lleno de virtudes y pecados, lleno de placeres momentáneos que se presentan en diversas formas, colores, olores y sabores.

 

Referencias:

http://maitegarcianieto.com/retrato_del_artista_adolescente.htm

James Joyce Reads From Ulysses and Finnegans Wake In His Only Two Recordings (1924/1929)

http://terrar.io/2014/06/james-joyce-lee-un-extracto-del-ulises/

http://www.northcountrypublicradio.org/news/npr/176960844/a-blooming-mistake-irish-james-joyce-coin-misquotes-author

http://www.artelista.com/obra/3515591742764446-elbeso.html

http://anarquiacoronada.blogspot.mx/2015/03/leopol-bloom-y-stephen-dedalus-caminan.html

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