Las misiones realizadas en la Nueva Vizcaya, durante la época colonial, se destacaron por la numerosa cantidad de sacerdotes y religiosos que perdieron la vida en su defensa; mártires, que a causa de la evangelización de las nuevas tierras, fueron sucumbidos por las manos de los indomables pueblos indígenas.
La historia cuenta que muchos murieron. Pero sólo se tienen noticias de muy pocos, héroes o villanos, misioneros que en busca de la salvación de las neófitas almas, conversas al cristianismo, sufrieron la agonía del martirio.
Por mencionar algunos inmolados, están los PP. Juan Fonte, Jerónimo Moranta, Bernardo de Cisneros, Diego de Orozco y Cornelio Beudin, todos de la orden de San Ignacio de Loyola.
Los cuatro primeros murieron en el Zape, ahora en el estado de Durango, en 1616 por los Tepehuanes.
El último, el P. Beudin, falleció cerca de la Villa de Aguilar (Cd. Guerrero), hoy perteneciente a Chihuahua, el 4 de junio de 1650 a manos de los Tarahumaras. Este hombre de apellido extraño fue la primera víctima mortal de la misiones en Chihuahua.
Recordemos que la primera rebelión tarahumara (1648) fue sometida prontamente por el Gobernador de la Nueva Vizcaya.
Naturalmente, el terrible martirio del padre Beudin, se remota a los tiempos de don Diego Guajardo Fajardo como gobernador de la Nueva Vizcaya (1648-1653). Un antecedente notable a dicho tormento fue el descubrimiento de un hermoso valle en la ribera del Papigochic; lugar donde fue creada la misión jesuita de la Purísima Concepción y hecho muerto el religioso.
Es justo saber las condiciones en que se asentó la Misión del Papigochic, pues en ese año se vivieron las primeras rebeliones indígenas en la alta tarahumara.
El P. Cornelio Beudin S.J. proveniente de Flandes, hoy Bélgica, llegó a los nuevos territorios españoles a colaborar en las misiones creadas a propósito de las conquistas, pero antes tuvo que cambiarse el nombre; la razón fue porque se prohibía la entrada, a la Nueva España, a misioneros que no fuesen españoles, el nombre adoptado por el belga fue: Cornelio Godínez.
Creada la misión de la Purísima Concepción de Papigochic, es entronizado al frente el padre Beudin, cuya residencia oficial fue establecida en la población española Villa de Aguilar.
Se afirma que el jesuita martirizado en 1650 era un encanto de persona, amable, bondadoso y carismático, un pan de Dios.
En la época abundaban los abusos, cuanto y más hacia los indígenas. Los tarahumaras no fueron la excepción, pues los colonos de la villa los maltrataban en demasía y el alcalde mayor, don Diego de Lara, nada hizo para evitarlo, por el contrario, era él quien más los explotaba. Un odio creció en el corazón de los conquistados debido a estos maltratos.
Beudin era el líder de la misión, pero también el confesor de los blancos de la Villa de Aguilar, motivo por el cual, fue vinculado con los opresores. Para su seguridad contaba con un soldado, cuyo nombre era Fabián Vázquez.
Lo peor que le pudiera pasar a un misionero entre los tarahumaras era que una persona falleciera al aplicársele un sacramento, pues muchos indios cegados por las supersticiones lo condenaban mortalmente.
Para fortuna o desgracia del clérigo, un 15 de mayo de 1650, una indígena murió al administrársele el santo óleo, convirtiéndose inmediatamente en candidato al martirio.
Días más tarde, en la madrugada del sábado 4 de junio, vísperas de la celebración católica de Pentecostés, una turba de rebeldes se dirigió a la choza donde dormían Beudin y Vázquez. Dos horas antes de que amaneciera le prendieron fuego.
Los blancos sitiados despertaron, el humo casi los ahogó. Sabiendo su terrible destino ambos tomaron sus armas, Vázquez su arcabuz y el Padre un crucifijo.
Ellos, al verse rodeados por los indios, vieron próxima su muerte.
“No es tiempo de defenderse, sino de morir por Dios” dijo el flamenco al soldado, el cual sabiendo su destino, confesó sus pecados ante el sacerdote.
Al salir de la choza fueron cubiertos por las flechas que dispararon sus verdugos. Admirablemente el religioso alcanzó a llegar al altar de la iglesia que estaba cimentada a un lado de su lecho.
Con seis flechas incrustadas en su cuerpo cayó mortalmente herido.
Una cuerda fue atada a su cuello y con fuerza lo arrastraron fuera del santo recinto, a punta de golpes y cuchilladas le llevaron hacia una cruz de madera que estaba en el atrio del templo y allí, con un duro golpe, lo remataron.
El panorama fue virtuoso y cruel, pues el buen jesuita y su protector, con salvajismo, fueron colgados en ambos lados de la cruz. Las crónicas jesuitas señalan que el cuerpo del religioso quedó íntegro después de su martirio, es decir, no le faltaba ninguna pieza. Sin embargo al soldado Fabián Vázquez le fue cercenada la cabeza.
Los salvajes siguieron su camino rumbo a Tomochic y lo atacaron, inmediatamente huyeron a Sonora. Años después la Misión de Papigochic fue restablecida pero sucumbió ante una tragedia similar, pero esa es otra historia.
El P. Cornelio Beudin, como todo buen jesuita de la época colonial, deseaba el martirio; pues su devoción era tan radical que morir por Cristo era la máxima virtud, era morir para vivir eternamente.
Y así fue, tal como él lo esperaba, el ilustre flamenco fue coronado con la gloria del martirio. Su sangre, derramada en la Misión del Papigochic, le honrará por los siglos de los siglos.
Fuentes:
“Las Antiguas Misiones de la Tarahumara” de Peter Masten Dunne, S.J.
http://archivisionsubscription.lunaimaging.com/luna/servlet/detail/JCB~1~1~5286~8650005:P–Cornelius-Beudin-Belga-Soc–Iesu
http://www.bildarchivaustria.at/Pages/ImageDetail.aspx?p_iBildID=8339758