La condición humana es un “problema,” (como le encanta llamar a sus objetos de estudio a las ciencias y a algunas humanidades) que, muy seguramente, ha preocupado a todas las y los filósofos de la historia y, muy seguramente, a la mayoría de las y los científicos sociales y a otras y otros humanistas, incluyendo a aquellos que son, a su vez, científicos naturales, como es el caso de los médicos.
Seguramente es esta una eterna pregunta por lo dolorosa que resulta para el individuo como para la sociedad, Marx y Engels, por ejemplo, no fueron los primeros ni los últimos, pero sin duda los más célebres expositores, junto a Lenin, de que la educación está dividida en clases sociales, todo lo relacionado con la alta cultura, ciencias consideradas más complejas como la medicina, la astronomía, incluso el derecho y la filosofía, dos carreras que el mismo Karl Marx en su condición privilegiada pudo cursar, estaban reservadas para la burguesía (al menos para la época y en gran medida aún en la actualidad), mientras que al proletariado y a su progenie solo se le impartía la educación más rudimentaria, estrictamente necesaria para llevar a cabo sus labores como obreros en la fábrica.
Según los ya mencionados autores, tras la victoria política del proletariado, que Marx y Engels consideraban inevitable, se debería imponer una educación donde se instruyese a los varones y a las mujeres no solamente el trabajo de detalle, monótono que llevan a cabo a diario los obreros de las fábricas (mejor conocidas como maquiladoras en Chihuahua) sino que, además de que practicasen ejercicio y que solamente los varones (algo que al calor de la actualidad podría ser considerado machista) se les impartiese instrucción militar[1].
Empero, lo más importante de esta educación sería la consolidación de la cuasi dogmática consigna marxista de que para llegar al socialismo es necesario que la clase obrera tomase control de los medios de producción y, como reconocieron los mismos autores en el prólogo en una reedición de la emblemática, toda vez que panfletaria obra de El Manifiesto del Partido Comunista, donde admiten que la Comuna de París demostró que no bastaba con que el proletariado se hiciese con el poder de las máquinas, sino que tal como Felipe Ángeles, quien según Friedrich Katz había leído a Marx y Engels, se necesitaba de la “inteligencia” necesaria para echarlas andar. Es por este motivo que Marx y Engels proponen que en una sociedad comunista, todos los jóvenes deberán de recibir lo que hoy llamaríamos educación de ingeniería[2].
No obstante, es menester recordar que los textos de Marx y Engels datan del siglo XIX, incluso los de Lenin fueron publicados muy tempranamente en el siglo XX, y, por tanto, hay otros autores, particularmente del período de entreguerras y de la posguerra, que han profundizado sus teorizaciones respecto a la estrecha relación entre la institución educativa y la perpetuación de la clase dominante en el poder. El caso más interesante y particular, toda vez que rico, inspirador y conmovedor por el lugar desde donde emite su discurso es el de Antonio Gramsci, un intelectual extremadamente consecuente que escribió su más importante obra durante los once años que pasó en las prisiones italianas durante el gobierno fascista de Benito Mussolini. Esta obra recibe simplemente el nombre de Cuadernos de la Cárcel, y ahí Gramsci problematiza aún más la noción que brindan Marx y Engels en El Capital, sobre la instrucción teórica y técnica que, en una sociedad comunista, debían de recibir todos los jóvenes, es decir, una educación, como ya mencionamos, de ingeniería.
Pero para Gramsci esto no es suficiente, pues algo que está muy presente entre los académicos de las Ciencias Sociales y las Humanidades, es el poco prestigio y apoyo financiero y social que estas reciben, en comparación con las Ciencias Formales y Naturales. Para Gramsci, y sinceramente para casi cualquier otro humanista, este escaso apoyo se debe a que el aparato estatal, eterno legitimador de la clase dominante en una sociedad capitalista (al menos desde la perspectiva de Gramsci), porque aun cuando al alumnado se le proporcionen las herramientas teóricas y prácticas para realizar el trabajo de la explotación de los medios de producción, estas son mecánicas y estériles en reflexión e internalización del conocimiento[3].
Bibliografía
Engels, K. M. (1872). Manifiesto del Partido Comunista, Prólogo de Marx y Engels a la Edición Alemana de 1872. marxists.org.
Engels, K. M. (1972). El Capital, Crítica a la Economía Política. Ciudad de México: Editorial Época.
Gramsci, A. (1975). Cuadernos de la Cárcel, Tomo 2. Puebla: Universidad Autónoma de Puebla.
Katz, F. (1981). La Guerra Secreta en México, Europa, Estados Unidos y la Revolución Mexicana. Ciudad de México: Ediciones ERA.
Katz, F. (2016). Felipe Ángeles y la Decena Trágica. En A. GIlly, Felipe Ángeles en la Revolución (págs. 17-56). Ciudad de México: Ediciones ERA.
[1] Karl Marx y Friedrich Engels, El Capital, Crítica a la Economía Política (Ciudad de México, Editorial Época: 1972) pp. 158-159.
[2] Karl Marx y Friedrich Engels, El Capital, Crítica a la Economía Política (Ciudad de México, Editorial Época: 1972) pp. 158-159. Katz menciona que Felipe Ángeles había leído a Karl Marx y a Karl Kautsky, pero dado que los textos de lectura obligada escritos por Marx fueron publicados en coautoría con Engels, se sobreentiende que también leyó a este. Friedrich Katz, “Felipe Ángeles y la Decena Trágica” en Felipe Ángeles en la Revolución, compilado por Adolfo Gilly (Ciudad de México, Ediciones ERA: 2016) p. 17. Friedrich Katz, La Guerra Secreta en México, Europa, Estados Unidos y la Revolución Mexicana (Ciudad de México, Ediciones ERA: 1981) p. 317.
[3] Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Tomo 2 (Puebla, Universidad Autónoma de Puebla: 1975) p. 211.