Hipatia de Alejandría

Hipatia de Alejandría es una figura que, como muchos otros personajes históricos (si no es que todos) está enormemente “contaminada” (a falta de un mejor término) del mito y la leyenda. Pocos son los estudios serios que se han hecho para estudiar su vida, no obstante, hay historiadores, o más particularmente, historiadoras, que se han dado a la tarea de revisar esta emblemática y enigmática personalidad de la antigüedad.

Como la misma Maria Dzielska, historiadora polaca y principal biógrafa de Hipatia, afirma: “Pregunte quién es Hipatia, y probablemente le digan que: Ella era esa hermosa filósofa pagana quien fue despedaza por monjes (o más generalmente por cristianos) en Alejandría en 415”. Si bien estamos conscientes de que es poco probable que, en caso de que a quien se le ocurra usted preguntarle esta persona le dé tantos datos, estamos de acuerdo en que la figura de Hipatia se halla altamente idealizada, como la imagen que aquí mostramos de ella muestra parcialmente y, de manera paradójica podríamos decir que hasta “canonizada.”

Y decimos que de forma irónica, porque Hipatia ha sido por siglos (según Dzielska desde el “Siglo de las Luces,” es decir, del XVIII) como símbolo de resistencia de la intelectualidad contra la “incomprensión” cristiana, de manera similar a la de Galileo Galilei o de Nicolás Copérnico (¡Aunque este último falleció antes de poder publicar el descubrimiento que lo hizo inmortal!). De hecho, Maria afirma que Voltaire, uno de los intelectuales más prominentes de lo que fue conocido como “La Ilustración” (es decir, al período de alto desarrollo académico e ideológico que pavimentó el camino hacia la Revolución Francesa) emplea la imagen de Hipatia para reforzar antagonismo con la iglesia que justificaba la tiranía de la monarquía francesa.

Aunque, según Margaret Alic, historiadora estadounidense, ni siquiera Voltaire le hizo justicia, pues él afirmó en 1764 que “Ha habido mujeres muy estudiadas, así como ha habido mujeres guerreras, pero nunca ha habido mujeres inventoras.” A lo que Margaret replica tajantemente que Voltaire está equivocado, pues desde la antigüedad, no solamente ha habido mujeres inventoras, sino que en varias ocasiones han estado a la vanguardia del avance tecnológico, citando a Hipatia y a María de Alejandría como los mejores ejemplos.

Para mayor comprensión de las contribuciones de Hipatia, Margaret nos lleva por un breve recorrido contextual de cómo era la vida académica en la Alejandría de la época. Y es que para el siglo III antes de cristo, según la autora, Alejandría ya había superado a Atenas como la capital científica griega (recordemos que, debido a las conquistas de Alejandro Magno, de quien esta urbe recibió su nombre, Grecia se había apoderado de lo que hoy llamamos Egipto).

Pero la efervescencia intelectual alejandrina comenzó su declive algunos siglos después de haber sido conquistada por los romanos, y la ciudad empezó a dividirse entre paganos, judíos y cristianos. La única “ciencia” que parecía florecer en este contexto fue la Alquimia. Fue en estos tiempos en que María e Hipatia florecieron. Margaret denota su descontento respecto a la actitud que han presentado la mayoría de los académicos a propósito de Hipatia, donde la romantización, justo como también señala Dzielska, obscurece sus aportaciones científicas en aras de ser empleada como un estandarte político (como en el caso de Voltaire).

Durante la infancia y adolescencia de Hipatia, ella fue testigo de la quema de la emblemática Biblioteca de Alejandría, así como del saqueo de la Biblioteca de Serapeum. Era una época difícil para ser científica, no obstante, su padre siempre la motivó. Su nombre fue Theon (sí, como Theon Greyjoy de Canción de Hielo y Fuego, o mejor conocido como Game of Thrones) un matemático y astrónomo que luego se convirtió en director de la Universidad.

Después de haber viajado por el extranjero durante varios años, a Hipatia se le ofreció la silla de Matemáticas y Filosofía (lo cual evidencia lo cercanas que eran ambas disciplinas en la época, sin importar cuánto se pudieron haber alejado en la actualidad), convirtiéndose en profesora de Astronomía, Matemáticas, Filosofía y Mecánica. La mayoría de sus textos académicos surgieron como material didáctico que ella había preparado para sus alumnos, y aunque ninguno de sus trabajos ha sobrevivido de manera intacta, existen múltiples referencias a estos.

Ella profesaba la filosofía llamada “Neo-Platonismo,” algo que no caía en gracia para el cristianismo de la época. Matemáticamente, la rama en la cual Hipatia se desenvolvía era el Álgebra, entre sus trabajos rescatados en la actualidad se encuentran los comentarios que le hizo a la Arithmetica de Diophantus. Escribió un texto también explicando y popularizando la obra de Conics of Apollonius, y se cree que apoyó a su padre en su revisión de la que es considerada, por muchos, la obra más importante de la Historia de las Matemáticas; “Elementos” de Euclides. De hecho, es esta edición la que aún se encuentra el día de hoy.

El interés de Hipatia por la mecánica y la tecnología se puede apreciar a través de los detalles de esta naturaleza, que ella describió en las cartas que le envió a su amigo y alumno, Sinesio de Cirene. Entre estos se encuentran aproximaciones a lo que terminó siendo el astrolabio. También desarrolló dispositivos para destilar agua, otro para medir el nivel del agua, y un hidrómetro graduado, para medir la gravedad específica de un líquido, el cual estaba basado en el principio de Arquímedes (todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado, o bien Densidad = Masa/Volumen).

Pero las actividades de Hipatia no se limitaban a la teoría y la tecnología, pues cerca de un milenio y medio antes del nacimiento de Marx, parecía que ella ya practicaba la máxima de que la filosofía debe de buscar interpretar el mundo, no solo interpretarlo, como expresó el padre del llamado “socialismo científico.” De manera tal que Hipatia, al igual que Evariste Galois, incursionó en la política con el mismo resultado, una muerte violenta, si acaso más atroz. Las autoridades cristianas, que cada vez adquirían más poder en el Imperio Romano tras la conversión de Constantino I, consideraron que era necesario descuartizar a Hipatia y quemar sus restos.

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