Cuento infantil: Un viaje en autobús, por Karly S. Aguirre

Un viernes de verano, Greta y su madre abordaron un autobús en la zona sur de la ciudad. Se dirigían al otro lado de la metrópoli, donde las aguardaba su dulce hogar, con agua fresca, helado y aire acondicionado.

Sería un viaje largo de al menos una hora. Abordaron el autobús que rodeaba toda la ciudad y además hacía paradas continuas. Para su mala suerte, les tocó sentarse del lado donde los rayos del sol alumbraban a esa hora del día con calor de cien fogatas.

Greta no tardó en sentirse desesperada, miraba cómo la luz del sol reflejada en la ventana aumentaba su intensidad, como la furia de la señorita Concepción, quien era su maestra en la primaria y tenía muy mal humor.

A Greta se le pusieron coloradas las mejillas, el autobús iba a vuelta de rueda, tan despacio como la tortuga gigante que había visto la semana pasada en el zoológico durante la excursión de la escuela. “Seguro esa tortuga tomó este autobús y cuando bajó ya tenía cien años”, pensó Greta.

Tres paradas después, una joven madre y su hija pequeña abordaron el autobús y encontraron lugar justo un asiento detrás de Greta y su mami.

Greta se perdió un tiempo mirando la caótica ciudad. No había nada divertido para mirar. Todo era llano; los automovilistas sudaban en sus vehículos y la gente que caminaba expresaba en su rostro desprecio por el calor que los ahogaba.

De pronto invadió su panorama un color rojo brillante. Miró con discreción y pudo ver que la niña detrás de ella le mostraba su paleta: era una paleta extragrande de caramelo macizo, 20 centímetros de diámetro, por lo menos, en espiral.

Greta se sintió irritada: “Aleja eso de mí, niña”, pensó. Con el vaivén del autobús, a la niña del asiento trasero le costaba mantener el equilibrio de su manita para controlar la enorme paleta. “De seguro quieres pegármela en el cabello, ¿no es así, niña tonta? Como mi cabello es tan brillante y castaño, seguro tienes envidia”, pensó Greta mientras movía su cuerpo a la orilla del asiento para que la niña no pudiera alcanzarla.

—Por favor, siéntate bien, Greta. Si el autobús frena vas a golpearte — reprendió su madre.

Greta se sentó correctamente en su lugar haciendo una mueca de disgusto. Se distrajo de nuevo por algunos momentos observando la aburrida ciudad de olores raros, imaginando que llegaba a casa y comía helado mientras veía las caricaturas. De nuevo el color rojo de la paleta invadía su vista y atraía su atención. “Qué ganas tengo, mugre niña, de arrebatarte la paleta y arrojarla por la ventana”.

—Mamá, ¿podemos cambiarnos de lugar? —preguntó Greta.

—No, Greta. El autobús está lleno, no hay lugar. ¿Por qué quieres cambiarte?, ¿te molesta mucho el sol?

—Es que la niña de atrás viene peleando conmigo —respondió Greta en un susurro al oído.

—Yo no veo que te esté haciendo nada.

La madre de Greta volteo la mirada para enfrente y Greta se sintió muy frustrada porque su madre no entendía las dimensiones del problema. La niña seguía acercándole la enorme paleta a la cara. “¿Qué querrá esta niña?, ¿ponerme los pelos de punta? Ah, ya sé, seguramente solo quiere presumirme su paleta, claro que sí. Si no quiere pegármela en el cabello, ¿qué más va a ser? Quiere que vea que ella tiene una paleta y yo no. Menos mal que ya mero llegamos a nuestra bajada”.

Greta sufrió angustia unos pocos kilómetros más antes de llegar a su destino. Ella y su madre bajaron del autobús. En cuanto estuvo abajo, Greta volteo rápidamente buscando a la niña, quien la miraba desde la ventana diciendo adiós con la otra mano con la que no cargaba la paleta. Greta respondió sacándole la lengua y se dio la media vuelta antes de que su madre o la joven mamá de la niña se dieran cuenta.

—Al fin llegamos, ya quería bajarme del camión. La niña de atrás venía peleando conmigo, quería embarrarme su paleta en el cabello.

—Claro que no, hija. La niña solamente quería taparte el sol con su paleta, yo la escuché cuando le dijo a su mamá: “Mira, mami, le estoy haciendo sombrita para que no le dé el sol”.

Greta frenó en seco y estalló en llanto, pues le dolía profundamente haber pensado lo peor de aquella niña, quien solamente quería protegerla de los rayos UV.

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