En la tauromaquia no sólo el toro y el matador son protagonistas, también es necesario entender toda la tradición artística que la precede.
En el encuentro sostenido el pasado 13 de marzo en la Facultad de Filosofía y Letras entre los estudiantes de la licenciatura en Periodismo y el reconocido matador de toros, Antonio García “El Chihuahua”, éste sostuvo que la tauromaquia es heredera del arte flamenco, el cual resulta evidente en la expresión de los “sentires” a través del grito del “¡olé!”.
Así, la tauromaquia logra interpelar a la audiencia ya que, según “El Chihuahua”, en ella se asiste al espectáculo de “la muerte, la vida, la gloria, el triunfo, el fracaso, el miedo…”, incluso confiesa que resulta satisfactorio llegar al momento en el cual el torero es capaz de transmitir emociones profundas con las cuales se convierte al público en protagonista, pues este se atreve a sacar “los sentires” que tiene arraigados en el alma.
También en la obra del poeta español, Federico García Lorca -a menudo relacionado con el arte flamenco- esos “sentires” se identifican fuertemente con lo que él denomina “tener duende”, es decir, la capacidad que posee el alma para expresar un estado de ánimo profundo que busca exaltar el dolor y el miedo a través de las diversas manifestaciones artísticas.
Fue el mismo poeta granadino -quien además era un gran aficionado de la fiesta brava- quien, al exponer su “teoría del duende”, afirmó que algunas disciplinas artísticas lograban expresarlo con mayor o menor grado, entre las primeras otorgaba un lugar destacado a la tauromaquia, de la cual llegó a asegurar que se trataba de “la fiesta más culta del mundo”.
De modo que no resulta extraño que en sus poemas el arte taurino ocupe un lugar esencial, tal es el caso de “Llanto por Ignacio Sánchez Mejía” -cuya temática es la muerte de uno de sus amigos toreros- en el que logra plasmar un “sentir” o un “duende” bien consolidado, ahí el matador “Buscaba el amanecer, / y el amanecer no era. // Busca su perfil seguro, / y el sueño lo desorienta. / Buscaba su hermoso cuerpo / y encontró su sangre abierta”.
En el mismo sentido, Lorca afirmó que la fiesta brava, al ser una expresión artística tenía una estructura ritual, es decir, poseía todo un conjunto de signos y símbolos que lo enriquecían y que le permitían, en primer lugar, elevar el sentimiento de dolor para que, de manera posterior, este pudiera purificarse.
Es indudable que la tauromaquia, al pertenecer a una disciplina artística, específicamente en el espacio destinado al arte popular, es todo un ritual que abarca desde la forma de vestir, los colores, los signos y demás elementos que acompañan al torero en su aventura frente al bovino, el cual, también participa de un momento significativo de su vida, pues se enfrenta, nada menos, que a la muerte.
Según “El Chihuahua” conocer al toro en 20 minutos o menos termina en una experiencia de fusión, en la cual, el bovino y el matador se vuelven uno para conceder al público la gracia de sentirse vivo y, sobre todo, le dan la posibilidad de purificar sus temores. El mismo Antonio García reconoce que estar en el ruedo implica “jugarse la vida” y, a veces, como él mismo cuenta, conocer a la muerte en persona.
En todo caso, resulta evidente que la tauromaquia se enfrenta a una crisis que sólo puede ser superada con una formación cultural sólida, que involucra, según declara el propio “Chihuahua”, la lectura, de hecho, entre sus recomendaciones destaca “Más cornadas da el hambre”, del escritor mexicano Luis Spota.
Por ello, para Antonio García “El Chihuahua”, lo que resulta necesario es entender la tauromaquia desde otra perspectiva que permita asimilar y superar los modelos que los grupos proanimalistas han venido planteando y que la reducen, en un esfuerzo desesperado, a un acto tiránico, cuando en realidad, como lo afirmaba Lorca, se trata de una experiencia artística que exige públicos cultos.