Gottfried Wilhelm Leibniz, de origen alemán, nacido en 1646; fue diplomático, historiador, teólogo, matemático y uno de los pensadores racionalistas más importantes del siglo XVIII, a quien algunos escritores han atribuido el sobrenombre del último gran genio universal. Nuestro filósofo realizó grandes aportes a diferentes disciplinas como matemáticas, lógica, física, geología, derecho, historia, filosofía y teología natural.
Sus aportes en matemáticas, lógica y filosofía le permitieron formular diversas teorías, sentando las bases en el desarrollo de la ciencia moderna. En cuanto a filosofía natural, Leibniz realizó varios postulados de acuerdo a su concepción cosmológica, la cual está dirigida a demostrar la existencia de Dios, así, influenciado por algunos elementos de la filosofía griega (en especial de Platón y Aristóteles) y de la doctrina escolástica (con autores como Tomás de Aquino) y sus vastos conocimientos inicia su búsqueda de la causa suprema.
Comenzaremos por su concepción de Dios, para nuestro teólogo, Dios contiene todas las razones últimas de la física del mundo, Ser racional, es la mayor inteligencia, la divinidad, el ser perfectísimo, un Dios trinitario, creador de toda realidad material, bondadoso, amoroso y tierno, especialmente con el hombre. En cuanto a lo material, el hombre, los seres, el mundo, es decir, todo cuanto existe, es contingente y solo existe en virtud de la decisión divina de Dios.
Para probar la existencia de Dios, Leibniz utilizó varios argumentos, sin embargo, tomaremos aquellos que guardan una relación con la filosofía natural. Primero, el argumento ontológico de San Anselmo, el cual indica que: si el ser perfectísimo (Dios) es posible, existe, porque en la posibilidad real, de un ente debe estar en posesión de todas las características que lo definen. Y una de las características definitorias del ser perfectísimo es la existencia actual, la más fundamental de las perfecciones, puesto que condiciona a todas las restantes.
Este ser perfectísimo es posible, porque es la suma de todas las perfecciones simples y positivas, llevadas al infinito y carentes, por tanto, de todo no ser. De este modo, en Él no puede haber ninguna oposición contradictoria. Luego, el Ser Perfectísimo, Dios, existe.
El segundo argumento que tomo para probar la existencia de Dios, es un argumento cosmológico, en el cual podemos notar la influencia Aristotélica y escolástica de Tomás de Aquino. Este argumento se basa en la contingencia y su principio de razón suficiente. Según Leibniz, la suma de toda realidad existente es contingente, pues podría no existir, sin embargo, de acuerdo a su principio de razón suficiente, solo hay una manera en la que lo contingente pueda existir y esta es, la existencia de un ser necesario, el cual está fuera del mundo y este ser necesario, es Dios.
De acuerdo a los argumentos anteriores, para Leibniz, Dios es el principio y en Él está contenida toda perfección y bondad (el apetito de lo bueno), por lo cual, es perfección de voluntad, lo cual lo lleva necesariamente a elegir siempre lo óptimo. Este mundo, el cual es su creación, es el resultado de la perfección de la voluntad divina, y fue elegido entre una variedad de mundos posibles contenidos en el universo. Aquí nos encontramos con el principio de lo mejor, el cual, según los argumentos optimistas de Leibniz, Dios ha creado el mejor mundo posible y ha obrado en virtud de su libre voluntad y su sabiduría; este mundo, como lo describe, es un conjunto de proposiciones de hecho (posibles, pero no necesarias) y su fundamento es el principio de razón suficiente, en el que nos menciona que, todo lo que existe o sucede tiene una razón para existir o suceder, pues de lo contrario no existiría o sucedería.
La existencia o la creación, nos lleva a encontrarnos con el concepto central de su filosofía natural de Leibniz, las mónadas. Para nuestro intelectual, el principio de toda realidad es Dios, quien es fuerza primitiva, activa y el principio de potencia, de tal manera que, es el origen de todas las potencias (mónadas), conocimiento y voluntad.
Las mónadas son la sustancia y esencia del universo, representan el principio bajo dos órdenes de verdades: las verdades necesarias y las verdades contingentes, las primeras se refieren a la esencia (Dios) y las segundas a los hechos (naturaleza de los cuerpos). La verdad necesaria o esencia, Dios, refleja todas las cosas clara y adecuadamente, mientras la mónada contingente, que es el alma humana, refleja conscientemente, pero con claridad imperfecta, al universo.
Según nuestro físico, en el universo no existen vacíos o lagunas, pues está compuesto por una infinidad de mónadas, la cuales son substancias simples, indivisibles, indestructibles e inmateriales, tienen movimiento, todas ellas diferentes unas de otras y poseen distinto nivel de perfección y grado de actividad. Estas substancias inmateriales, al modo de mentes o almas, no puedan engendrar por sí mismas, es decir, no pueden existir mediante formación o agregación de partes hasta quedar constituidas, sino que comienzan a ser, únicamente, a partir de la creación de un ser superior a ellas, al cual llamamos Dios.
Las mónadas están regidas por un principio interno que es la percepción. Cuando las percepciones tienen claridad y conciencia y a un tiempo, van acompañadas por la memoria, son apercepción propia de las almas. En los seres humanos, este principio de percepción es superior, puesto que, como ya habíamos comentado, va acompañada de la memoria.
Las mónadas pueden tener movimiento, esto es, solamente de corte interno y no de algo ajeno que no dependa de ella. El movimiento es, para Leibniz, simplemente el resultado del punto de fuerza activa que cada mónada posee, es decir, el movimiento que experimenta la mónada no es una causa, si no un efecto de la fuerza, y es lo que le da dinamismo. Dicho dinamismo es necesario y esencial para las substancias simples, pues es la actividad que les permite cambiar por sí mismas, en otras palabras, aunque las mónadas no tienen potencia creadora, no se pueden reproducir o producir por sí mismas, si tienen la cualidad de cambio.
Ahora bien, el cambio es el tránsito que experimentan mientras pasan de una percepción a otra de acuerdo a sus apetitos (tendencias). Todas las mónadas son diferentes, por lo cual hay diferentes tipos de percepciones y apetitos de acuerdo a su naturaleza, por ejemplo, existe la monada origen, la cual es perfecta, infinita, creadora, es Dios, y hay mónadas simples, las cuales están dotadas de conciencia, que se perciben a sí mismas y estas son el alma humana.
Otra característica importante que poseen las mónadas, es que cada una es un mundo cerrado, es decir, son autónomas e independientes y están aisladas unas de otras, o como diría Leibniz: “no tienen ventanas”, por lo que de ellas no puede salir nada, pero tampoco son susceptibles a ningún tipo de influencia exterior, sin embargo, desde su creación están enlazadas de tal forma que pueden darse un cierto tipo de influjo entre ellas mismas, lo cual representa un problema para el argumento de Leibniz, pues él niega que estas sustancias (mónadas) puedan tener algún tipo de influencia externa.
Para explicar este tipo de “comunicación” o relación existente entre dos o más substancias simples, nuestro pensador genera dos hipótesis, la primera está basada en la armonía preestablecida, en la cual postula que, todas las sustancias simples del universo, han sido constituidas por un mismo creador, de tal manera que todas ellas expresan (en sentido metafórico) el mismo universo mediante la teoría de los cambios armónicos, puesto que, si la armonía equivale a la unidad en la diversidad, en la armonía preestablecida la unidad no es unidad de origen, sino unidad de destino final. Todas las cosas “cooperan” en el universo, no porque Dios es la fuente de la que todo procede, sino porque Él es el fin al que todo tiende y la perfección que todo busca alcanzar, así, la existencia de esta armonía preestablecida desde su creación, es lo que nos permite eliminar la dualidad entre las substancias simples.
En la segunda hipótesis, Leibniz menciona, que si bien, él afirma que las mónadas no tienen ventanas, él nunca negó que en el corazón de la mónada hay una puerta que se abre hacia el infinito y que, desde ahí, se mantiene en contacto con todas las demás mónadas. Esta no dualidad o unión, permite que todas las cosas sean un reflejo de la totalidad, lo que permite una interacción y cooperación efectiva.
La filosofía naturalista de Gottfried Leibniz es un tanto compleja, sin embargo, es interesante ver como este pone todos sus esfuerzos en esbozar el concepto de la substancia, generando una fusión racionalista innovadora entre la filosofía natural y la teología natural, lo cual, cambia el marco de la filosofía natural de su época, dejando atrás el mecanicismo, como, por ejemplo, Descartes, quien basó gran parte de sus teorías en asemejar los organismos vivos con máquinas.
Para Leibniz, el supuesto mecánico y dualista mostraba muchas deficiencias al intentar exponer el principio y las características de la sustancia, por lo cual, para él fue importante comenzar a dilucidar sobre el principio de la creación desde una perspectiva no dual y racionalista.
BIBLIOGRAFÍA:
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Fuentes, Héctor. “Leibniz y sus argumentos filosóficos sobre la existencia de Dios: La visión del “último genio universal” | “Guioteca.com”. Guioteca.com | Fenómenos Paranormales, 2 de septiembre de 2019, www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/leibniz-y-sus-argumentos-filosoficos-sobre-la-existencia-de-dios-la-vision-del-ultimo-genio-universal.
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“La Filosofía de Leibniz – Conceptos Fundamentales”. YouTube, subido por La Travesía, 10 de agosto de 2021, www.youtube.com/watch?v=k1BERC0_TZE.