A veces olvidamos que existen más poemas que hablan sobre lo que se siente el amor romántico en distintos contextos. Estos tres poetas hispanoamericanos nos abonan un poco más a ello.
Enrique Molina
Buenos Aires, 1910, carga poesía de vehementes apelaciones, figuraciones del Eros, la aventura y la subversión. La obra de Molina se distingue también por su profunda empatía vital. Sus obras son Las cosas y el delirio (1941), Pasiones terrestres (1946), Costumbres errantes o La redondez de la tierra (1951), Amantes antípodas (1961), entre otras.
Amantes vagabundos
Nunca tuvimos casa ni paciencia ni olvido
Pero un poco más lejos hacia nada
Están las lámparas de viaje
Temblando suavemente
Los hoteles de garganta amarilla siempre rota
Y sus toscas vajillas para el suicidio o la melancolía
—¡Oh, el errante graznido sobre la cumbrera!
Dormíamos al azar con montañas o chozas
Bajo las altas destrucciones del cielo prontas a arder con un fuego inasible
Junto al árbol de paso que se aleja
A menudo asomados a ventanas en ruinas
A balcones en llamas o en cenizas
En los lechos de comarca
La lluvia es igual a los besos te desnudabas
Girando dulcemente en la oscuridad con la rotación de la Tierra
Belleza impune belleza insensata
Pero solo una vez, solo una vez
Juega el amor sus dados de ladrón del destino:
Si pierdes puedes saborear el orgullo
De contemplar tu porvenir en un puñado de arena.
¡Cuántos rostros abandonados!
¡Cuántas puertas de viaje entreabriendo su llanto!
Cuántas mujeres que la luz ahoga
Suelten sus cabelleras de región indeleble besada por el viento
Con aves inmóviles posadas para siempre en su mirada
Con el silbo de un tren que arranca lentamente sus raíces de hierro
Con la lucha de todo abandono y de toda esperanza
Con los grandes mercados donde pululan cifras injurias legumbres y almas
cerradas sobre sus negros sacos de semillas
Y los andenes disueltos de una espuma férrea
—Desvarío tiempo y consumación—
Tumba de viejos días
Bella como el deseo en las venas terrestres
Su fuego es la nostalgia
La celosía del trópico tras la cual hay arañas cortinas en jirones y una vieja vitrola
con la misma canción inacabable
Pero los amantes exigen frustraciones tormentos peligros más sutiles:
Su pasado es incomprensible y se pierde como el mendigo
Dejado atrás en el paradero borrascoso
José Emilio Pacheco
México, 1939. Su obra poética se inició con Los elementos de la noche (1963), si bien fue El reposo del fuego (1966) el libro que señaló las características fundamentales de su trabajo: la concisión verbal que se desarrolla como una antirretórica y la conciencia formal, que preside con su mesura las zozobras del testimonio. Luego, No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969) señala la irrupción de la conciencia histórica y de la dimensión cotidiana, definidas por su transición, fluidez y cambio, que serán también las percepciones fundamentales en los otros tomos de Pacheco: Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1980) y Los trabajos del mar (1982). Con urbanidad, pero con indignación, esta poesía expresa muy bien la voz de la actualidad más viva, restaurando la inteligencia y la emotividad de nuestra cotidianidad.
Homenaje a la cursilería
Amiga que te vas:
quizá no te vea más.
López Velarde
Dóciles formas de entretenerte/
olvido:
recoger piedrecillas de un río sagrado,
estampar becquerianas violetas en los libros
para que amarilleen ilegibles/
besarla lentamente y en secreto
cualquier último día
antes de la execrada separación
al filo mismo
del adiós tan romántico
y sabiendo
(aunque nadie se atreva a confesarlo)
que nunca
volverán
las golondrinas
Garabato
Escribir
es vivir
en cierto modo
y, sin embargo, todo
en su pena infinita
nos conduce a intuir
que la vida jamás estará escrita
Álvaro Mutis
Bogotá, 1923. Uno de los poetas más distintivos por su celebración permanente de los materiales terrestres y por la persuasión de aventura con la que el poema se despliega desde un hablante pleno del habla. Ha publicado La balanza (1948), Los elementos del desastre (1953), Los trabajos perdidos (1961), entre otros. En su poesía, la pasión del mundo es también un apasionamiento por sus nombres, figuraciones, emblemas y discursos, lo que da a su delgada obra una resonancia más amplia, clásica en la percepción y barroca en sus lujos y variaciones.
Lieder
I
En alguna corte perdida,
tu nombre,
tu cuerpo vasto y blanco
entre dormidos guerreros.
En alguna corte perdida,
la red de tus sueños
meciendo palmeras,
barriendo Terrazas,
limpiando el cielo.
En alguna corte perdida,
el silencio
de tu rostro antiguo.
¡Ay, dónde la corte!
En cuál de las esquinas del tiempo,
del precario tiempo
que se me va dando
inútil y ajeno.
En alguna corte perdida
tus palabras,
diciendo,
asombrando,
cerniendo
el destino de los mejores.
En la noche de los bosques
los zorros buscan
tu rostro. En el cristal
de las ventanas
el vaho de su anhelo:
Así mis sueños
contra un presente
más que imposible
innecesario.
II
Giran, giran
los halcones
y en el vasto cielo
al aire de sus alas dan altura.
Alzas el rostro,
sigues su vuelo
y en tu cuello
nace un azul delta sin salida.
¡Ay, lejana!
ausente siempre.
Gira, halcón, gira;
lo que dure tu vuelo
durará este sueño en otra vida.
Extraídos de Antología de la poesía hispanoamericana actual, Selección, prólogo y comentarios por Julio Ortega.
Siglo XXI editores. Primera edición 1987. Duodécima reimpresión 2019. Estado de México.