Abigael Bohórquez es un poeta clásico en el panorama de la lírica mexicana del siglo pasado. A pesar de que en vida no tuvo la atención de los grandes públicos, su obra ha resistido el paso del tiempo y, como la salamandra, resurge de sus propias cenizas.
Nació en Caborca, y murió en Hermosillo, Sonora, en 1936-1995, respectivamente. En 1954 llega a la Ciudad de México a ser dramaturgo y promotor cultural tiene muchos poemarios como Memoria en la Milpa Alta, Digo lo que amo, Poesía y teatro, Las amarras terrestres, Desierto Mayor, escritos entre 1960 a 1980; entre otros que incluyen los publicados por la UACM (Universidad Autónoma de la Ciudad de México) compilados tanto del otro siglo, como después de su muerte.
Como poeta, el autor vivió alejado de los grandes círculos literarios de su época, y más bien se insertó en la llamada “corriente subterránea”. Fue amigo de Efraín Huerta, Carlos Pellicer y José Revueltas, siendo también uno de los primeros escritores que habló abiertamente de su homosexualidad. Sus versos, que para muchos en su tiempo eran subversivos, son clave para comprender el devenir de la poesía en la literatura contemporánea mexicana.
Los siguientes poemas fueron seleccionados del poemario Poesida y otros poemas homoeróticos (UACM, 2019), del poeta en charla, para dar un vistazo de la poesía póstuma que pudo ver la luz y hacernos reflexionar sobre el individuo, el sexo, el género, la igualdad, los cuerpos, nos invita a un carnaval por la diversidad. La poesía de Bohórquez es un canto de amor, un grito de auténtica libertad y también un buen escupitajo a las buenas conciencias de su época, y por qué no, de la época actual.
—Gerardo Bustamante Bermúdez, compilador.
Desazón
Cuando ya hube roído pan familiar
untado de abstinencia,
y hube bebido agua de fosa séptica
donde orinan las bestias;
y robado a hurtadillas
tortilla y sal y huesos
de las cenadurías;
y caminando a pie calles y calles,
sin cómica,
levantando colillas de cigarros;
y hubime detenido en los detazaderos,
ladrando como perro sin dueño,
suelo al cielo, mirando a los abastecidos.
Cuando ya hube sentido
en pleno vientre el hueco
resquebrajado y yermo
del hontanar vacío,
y metido las manos a los bolsillos locos
y, aun así, levantando la frágil ayunanza
del alma en claro,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste, y espero.
Cuando ya hube saboreado
sexo ycarne y entraña,
y vendido mi cuerpo en los subastaderos,
cuando hube paladeado
boca, lengua y pistilo,
y comprado el amor entre vendimiadores,
cuando hube devorado
ave y pez y rizoma
y cuadrúpedo y hoja
y sentado a la mesa alba y sofisticada
y dormido en recámara amurallada de oro,
y gustado y tratado y haber visto y oído,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y camino.
Cuando ya hube salido
de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,
confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,
elíxires, destierros, desprestigios, miseria,
extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,
me conformo, me he dicho:
Dios asiste. Y acato.
Por eso, ahora lejos
de lo que fue mi casa,
mi solar por treinta años,
mi heredad amantísima,
mis palomas, mis libros,
mis árboles, mi niño,
mis perras, mis volcanes,
mis quehaceres, la chofi,
solo escribo a pesares:
Dios me asiste. Y confío.
Y de repente, el sida.
¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja
ya de sí moridero y desamores,
en esta costra antigua
a diario levantada y revivida,
en esta costra antigua
de suyo empobrecida y extenuada
por la raza baldía? Sida.
Qué palabra tan honda
que encoge el corazón
y nos lo aprieta.
Afuera, al sol,
juguetean los niños,
agrio viento,
con un barco menudo
en mar revuelto.
Carta
Mi Calavera es amplia de mandíbula;
me la palpo, la quiero,
sobre la piel marchita que la enfunda,
la cubre o la contiene,
donde ocurre la vida
y el ojo, enamorado
de lo que le da la sencillez terrestre,
y la oreja
que alguna vez no escuchará a la vida,
y el olfato avizor,
y la lengua —sobre todo, ay, la lengua
a la que llega Dios magnánimo y provee—,
me pongo a recordarme,
a recordarte
a muerte;
creo que lo que adentra calavera
me está pidiendo —ya que no estás–
que te olvide, que hay otros;
pero sucede que
más vale lo que fuimos que el canto inconocido
que pasa enfrente
y suena.
Mi calavera es ancha de quijada,
amplia de frente,
hueso que hiede, sin ti, lejano,
pero ¡cómo ha querido, calanchóndima!
Mi calavera
dónde ocurrió la luz y tremó el corazón y aulló la magia
y la carga mortal de los desamoríos,
y que descabelló sus ojos turbios
desencantadamente
sobre hombres de vientre glandular:
ama con su terrena potestad aún
la vida
y le crece la barba y encanece
pero ah, tú,
el más abandonado y lejos entre la
muchedumbre,
soy tu palabra, cántala conmigo.
Mi calavera de dientes desiguales,
a veces dolorida se dolora,
otras se acuerda amor mi calavera,
ay, huesote de luz
alumbrando desde el doce de marzo
del treinta y siente, esta carne machaca
que han de comerse los gusanos.
Mi calavera
que ya sostengo entre mis manos, casi,
qué leve, qué amarilla, qué cualesquiera
osamenta de amor,
desprestigiada de amor,
hueso de todos,
pobre,
haciendo resonar entre tus cosas
la huesera
que pudo todavía
escribirte esta carta.
Duelo
Vengo a estarme de luto por aquellos
que han muerto a desabasto,
por los que rútilos o famélicos,
procurando saciar su corazón o famélicos,
procurando saciar su corazón o su hambre,
cayeron en la trampa;
eran flores de arena, papirolas,
artificios de bubble gum, almas de azogue,
veletas de discoteque, aleteos, dispendio,
pero eran también un alma, una palabra,
un esqueleto de pan y sal,
con rincones amables
como el tuyo o el mío, compañero,
un pensamiento hermoso o ruin,
más cosa como nosotros,
hechos un haz de sangre todavía
entre el verdor y el agua de la vida.
Vengo a estarme de luto
por aquellos
que recibieron prematuramente
su funeral de escándalo,
su ración, su camastro, su obituario velado,
pero más por aquellos
que, desde que nacieron,
son confinados, etiquetados, muertos
en sus propios rediles
herrados engrillados a un escritorio oculto,
a un cubículo negro.
Ah, caravana de las carcajadas,
carne desamparada de la arcaica matanza,
paredón de la pública befa,
arrimaditos, amontonaditos
en el muro del asco.
Vengo a estarme de luto
porque puedo.
Porque si no lo digo
yo
poeta de mi ahora y de mi tiempo,
se me vendría abajo el alma, de verguenza,
por haberme callado.
Qué natalicio nuevo de la ausencia,
qué grave el día,
qué turbio el sol
apenitas ayer abeja de oro,
qué viento de crueldad este domingo,
qué pena.
Pero está bien;
en este mundo todo está bien:
al hambre, la sequía, las moscas,
el apartheid, la guerra santa, el sida,
mientras no se nos toque a Él;
Ese no cuenta,
simplemente está Allá,
loco de risa,
próspero de la muerte,
agusto.