La persistencia de la memoria

“Que los que esperan no cuenten las horas”, esta frase la escuché en alguna canción de Joaquí­n Sabina, y en este recordar la memoria me hace revivir un proverbio que usan quienes tienen ganado ovino, el cual dice: “no cuento mis ovejas porque se mueren”, ¿acaso sucederá lo mismo si se cuentan las horas: se puede asesinar o perder el tiempo? O, ¿Si cuento los minutos, los relojes morirán o serán más blandos y devorados por hormigas como los retrata Dalí­ en “La Persistencia de la Memoria”?

Cuando voy a reuniones sociales observo a quienes fuman, lo cual me preocupa, ya que se dificulta respirar un aire diáfano y puro, que representa la vida y no la muerte, cuyo humo que desprende el tabaco erosiona los pulmones, aniquilando la vitalidad de toda la concurrencia, pues según se lee en las cajetillas de los cigarrillos, cada taquito de cáncer resta a nuestra vida un minuto. Me asalta la siguiente duda, ¿ese minuto perdido de su existencia será para ellos de felicidad o de sufrimiento?

Mi pensamiento continúa divagando sobre la complejidad del tiempo y del espacio; rememoro a Albert Einstein, cientí­fico que sustentaba la teorí­a de la relatividad. Empero, dicha elucubración arroja luz a mi escaso entendimiento, muy a pesar de que mi mente, en busca de respuestas, sólo encuentra más dudas para seguir existiendo, más razones para continuar pensando y, por tal, viviendo. Cuando el público le cuestionaba al cientí­fico que esclareciera su teorí­a, y es que como era difí­cil de comprenderla, él la exponí­a de la siguiente manera: “Cuando un hombre se sienta con una chica bonita durante una hora, parece que fuese un minuto. Pero déjalo que se siente en una estufa caliente durante un minuto y le parecerá más de una hora. Eso es relatividad”. Viene a colación una cita del dramaturgo inglés William Shakespeare en una de sus tragedias: “El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad.”

En virtud de los razonamientos mencionados, ahora me resulta más sencillo comprender la percepción del tiempo, por lo cual concibo el motivo del por qué se narran las tragedias con fechas; por ejemplo, el mexicano resalta con énfasis los acontecimientos de La Revolución, porque fueron momentos de mucho sufrimiento. La captación que tenemos del tiempo depende del dolor, pero cuando se goza de la vida se diluye la cruda sensación de su transcurrir. Paladear momentos placenteros de nuestro pasado es nostálgico ya que se empapa la mente de dulces recuerdos, pero si persiste el exceso resulta amargo, tal y como lo plasmó el poeta Dante Alighieri dentro del cí­rculo de los lujuriosos en El Infierno, del poema “La Divina Comedia”, en labios de Francesca da Rimini: “No hay mayor dolor, que, en la miseria recordar el feliz tiempo”. “Vivir en el pasado es morir en el presente”, por lo tanto, creo que la manera de existir con plenitud es superando el recuerdo del pasado, hacer del ahora un mejor lugar de lo que fue el ayer.

Ahora comprendo que contar el tiempo no es un acto voluntario; no hemos aprendido a donde dirigir nuestras miradas, miramos las manecillas del reloj con insistencia, sin percatarnos de la infinita belleza que rodea al mundo y, cuando deseamos que transcurran los minutos lo más rápido posible se debe a que lo que vivimos nos parece escatológico y en apariencia no pasa nada interesante.

El Calendario Maya midió el tiempo con increí­ble precisión, ya que las experiencias de su pueblo las grabaron cincelándolo sobre una lápida, sobre cuya piedra se registró dolor y mucho sufrimiento, porque en aquella cronologí­a se esculpí­an las etapas en las cuales predominó el obscurantismo de nuestros antepasados y, como la energí­a de la vida es cí­clica, se repetirán acontecimientos similares en el entorno de dicho pueblo.

¿Entonces por qué mi percepción es hipersensible cuando sufro? ¿Por qué sé cuánto dura mi sufrimiento y no mi placer? Porque el placer es una sensación indescriptible de gozo, la cual nos permite escapar de las dimensiones de espacio y tiempo de nuestro medio; en cambio, el sufrimiento lo tenemos hasta cronometrado, el dolor es duro, tangible, deja marcas, heridas que quedan por años.

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