Todos en la cuadra sabían quienes eran los Reyes Magos. La ingenuidad de la infancia nos obligaba a vivir condicionados al adoctrinamiento, a la imposición ideológica, a la sorpresa que incluía una venda, una ilusión, un deseo insatisfecho.
El zapato permaneció ahí toda la noche, recibiendo el sereno en la oscuridad invernal como un acto insospechado.
Ungidos por la divinidad, la investidura social y dotados de la magia propia del misterio, llegarían sin prisa y sin ser vistos a dejar una sorpresa en la ventana.
Al menos esa era la idea que ahora creemos pudo haber tenido un pequeño ser indefenso ante la existencia de un ser mágico, mitad rey, mitad mago; de cualquier manera pasarían durante las horas del sueño como cada año.
Las suposiciones sobre su existencia se remontan a los tiempos bíblicos. Se puede llegar a creer que eran sabios interesados en los misterios de aquella época.
Hoy la ciencia parece dominar el mundo en que vivimos, sin embargo, a lo largo de los siglos la fuerza de las tradiciones nos involucran sin ninguna prisa a su propia dinámica.
De alguna manera nos vemos sometidos ante el poder de este mito, quizá leyenda surgida en otros tiempos; pero finalmente una fantasía que alimenta esta época inmaterial que nos obliga a sentarnos a la mesa, cargada de esperanza y dinamismo social.
Bien, podemos apreciar este pretexto para involucrar una sentida intención por la inexistencia de la magia de los buenos deseos.
En el apartado que hace referencia a Mateo, en el capítulo segundo se habla de lo sucedido después del nacimiento de Jesús, cuando el rey Herodes intentó matarlo, mientras que José y María huían hacia Egipto. Además, menciona cómo fue su regreso a las tierras de Israel una vez que había muerto el rey Herodes y cuenta sobre la visita de los sabios al niño Jesús.
En función del reforzamiento de las tradiciones nos corresponde mantenerlas vivas como tales desde una actitud de conciencia bien razonada.
Acaso, deberíamos posicionarnos contra esta venda en los ojos de nuestros infantes ante la existencia de la magia, solo por hacerles creer a los niños que existe un ser mágico que traerá los propios juguetes que tendremos que pagar a meses con intereses durante todo un año o deberíamos tomar una postura que endureciera nuestras conciencias y eliminar de un tajo ahora que tenemos la obligación de tomar posturas maduras y racionales ante la vida.
Entonces qué nos queda hasta este momento como seres pensantes en un mundo donde las ideas trazan nuestro destino intelectual.
Seguiremos permitiendo esta clase de atropellos a nuestra inteligencia al vernos obligados a vivir en un mundo donde los secretos y las fantasías tunden el mundo de las ideas construidas a partir de los complejos procesos mentales que dan sustento a nuestro raciocinio.
Por un lado, nuestro crecimiento humano en la parte de nuestras vidas ordinariamente académicas, cuando aún esperamos que la magia resuelva algunos de nuestros problemas; aceptamos sin ningún impedimento la idea de vivir engañados.
Pero entonces, sería correcto desentrañar, desmentir y nadar contra corriente en este mosaico cultural de festejos. Buscar una vida más exitosa, sin magia y ocultamientos.
Cómo podríamos hablarles a nuestros hijos en el caso de su existencia, dejar esta mentira a la complicidad.
Pero volviendo a la ventana que ha permanecido en silencio. Yace sin ninguna prisa, no solo un zapato.
La magia estaría cerca, y lo único que esperaba el niño; era el milagro en la ventana. Poder gritar de felicidad ante la sorpresa esperada.
Un niño bien portado, en actitud amable y sutil, espera inocentemente en silencio, en la pulcritud eternizada de la noche más larga y esperada del año.
De alguien tuvo que haber escuchado ese rumor, imprescindible para ese momento, que servirá de parteaguas en la insospechada idea de poder continuar con esta gran fantasía de los reyes magos a quien nadie ha visto jamás.
Ese día amaneció más temprano que de costumbre, con los ojos repletos de lagañas y con una tremenda prisa se levantó de su cama y llegó hasta la ventana donde la noche anterior había dejado sus zapatos.
Estiró sus manos como un ciego que está aprendiendo braille.
Rozó con las yemas de los dedos el marco de cemento, recorrió lentamente el cristal humedecido hasta llegar a la manija que levantó con un pequeño empujón. La frescura del amanecer terminó por abrirle los ojos.
Sus zapatos ya no estaban ahí.
Se abalanzó precipitadamente sobre la puerta.
En el patio interior miró despavorido y tampoco encontró nada. Definitivamente había desaparecido.
El zaguán estaba entreabierto.
Sus tristes miradas se perdieron en esa dirección.
El silencio lo abrazo infinitamente.
REFERENCIAS
Fotografía tomada de Historia National Geographic: https://images.app.goo.gl/DGRt8WZmYpLrQBdA9