Reseña: Azul… (1888) de Rubén Darío.
A lo largo de la historia de la humanidad, las personas han buscado, en todos los medios de expresión, la manera de plasmar una huella de sus deseos, de sus pasiones y tormentos. La primera pintura rupestre data de hace aproximadamente 45,500 años y desde este punto, los humanos no nos hemos detenido en esta búsqueda por llegar a la expresión tangible más fiel al cúmulo de emociones y pensamientos que habitan lo más profundo de nuestro ser.
Constantemente los artistas se enfrentaban a un “bloqueo” o “muro” en cuanto a su expresión, pues bien el arte está determinado por las necesidades de la época, los materiales de la misma o las ideas de la sociedad o el entorno en que el artista se desenvuelve. Teniendo el artista que “superar” cada vez estos “muros” y revelarse a lo establecido; de este modo, pasamos (en lo literario) de lo clásico a lo medieval, de lo medieval a lo barroco, de lo barroco a lo neoclásico, y así hasta llegar al romanticismo en Alemania.
Leyendo un poco los libros de historia de universal, no es difícil predecir o imaginar que sería en Europa en donde se desarrollarían todo tipo de obras, movimientos o eventos importantes en el mundo artístico. Pues la mayoría de los países en el continente Americano seguían siendo solo una “extensión” del territorio europeo, y fue hasta el siglo XIX que la mayoría de los países de América Latina se independizaron.
Ahora bien, una vez que el romanticismo empezó a agotar todas las posibilidades de expresión para los artistas, comenzaron de manera vertiginosa a surgir nuevos movimientos literarios que fueran capaces de satisfacer las necesidades de los cada vez más artistas que alzaban la voz con sus textos, su música, pinturas o esculturas y ya no solo en Europa, sino también en los países latinoamericanos.
A tan solo 29 años del establecimiento y funcionamiento de Nicaragua como estado soberano, nace en el año de 1867 en Ciudad Darío, (antes llamada Metapa) Nicaragua, el poeta homónimo que iniciaría el movimiento literario “Modernismo”.
Quizá como un grito propio de independencia, tal vez como una rebelión literaria, Rubén Darío hace estallar un movimiento que por fin se siente propio y que liberó, no solamente a él, sino a todos los latinoamericanos, para crear una poesía, una literatura, que se sintiera verdadera y sin limitaciones.
Félix Rubén García Sarmiento, mejor conocido como Rubén Darío, nació casi por casualidad, y siendo un lector bastante precoz, no tardó mucho tiempo en comenzar a escribir, expresando ideas bastante modernas y liberales en sus textos; mismas que le ocasionaron perder una beca para estudiar en Europa. Continuando con ímpetu y un espíritu rebelde, Rubén viaja más tarde, a los 19 años a Chile, en donde permanecería tres años trabajando como periodista, y en donde publicaría el libro que le daría fama: “Azul…”.
Azul… es un conjunto de cuentos y poemas, que destacan por su ritmo, métrica, lenguaje y originalidad, y se toma como el detonador del “Modernismo”, aunque la consagración definitiva del mismo se da con “Los raros” y “Prosas profanas y otros poemas”.
Se menciona en varias biografías que Rubén era una persona en extremo culta, que conocía bien los textos franceses, y es, quizá, a partir de este conocimiento acumulado y de esa sed de libertad que lo caracterizaba, que surge esa necesidad de crear, de inventar, o adaptar las métricas (mayoritariamente europeas) establecidas a un idioma con gran potencial literario.
El libro modernista llegó a las manos de don Juan Valera, político y escritor español (quien un año antes de la publicación de Azul…, firmaría como “Anónimo” su controversial traducción de la novela bucólica griega, “Dafnis y Cloe”). El egabrense, después de leer el pequeño conjunto de textos del nicaragüense, le escribió dos cartas (mismas que pasarían a ser el prólogo de ediciones futuras del libro) en donde el político, expresa su opinión y realiza elogios al poeta Darío. Cabe rescatar algunas frases de estas cartas como: “Victor Hugo dice: L´art c´est l´azur; pero yo no me conformo ni me resigno con que tal dicho sea muy profundo y hermoso. Para mí, tanto vale decir que el arte es lo azul, como decir que es lo verde, lo amarillo o lo rojo” Y claro está que el título escogido por Rubén para su obra (quizá) más famosa, sea tan simple como profundo, pero abordaremos ese tema más adelante. Valera menciona en dos pasajes distintos: “El libro está impregnado de espíritu cosmopolita” y “Veo, pues, que no hay autor en castellano más francés que usted, y lo digo para afirmar un hecho sin elogio y sin censura.”. Resulta bastante interesante detenernos en estas dos frases, pues para esa época, Darío solo había tenido la oportunidad de viajar y conocer Chile. ¿Cómo nos explicamos entonces lo que dice Valera? Quizá la respuesta más sencilla se explica en la frase de María Schmich, ganadora del premio Pulitzer 2012. “La lectura es un ticket de descuento a todas partes.” Por lo tanto, siendo Rubén un lector insaciable, podemos apreciar en sus textos que no solo conocía ya Francia, sino también Grecia y Dios sabe cuántos lugares más.
Habiendo ya hablado un poco acerca del contexto y de nuestro autor, empecemos a adentrarnos en las aguas de los textos nicaragüenses, o como los llamo Valera: “cosmopolitas”.
Azul… tiene, en mi opinión, además de sus influencias francesas, una marcada influencia latina, sin embargo, ésta no aparece en la redacción, sino oculta sutilmente en su contenido. Veamos, por ejemplo, el primer cuento de la colección: “El rey burgués”, en donde un poeta se presenta frente a un rey, explicando su talento y sus intenciones, diciendo también: “… Y he vestido de modo salvaje y espléndido; mi harapo es de púrpura.”. Siendo el púrpura el color representativo de la realeza, dándonos a entender Darío aquí, las dos vidas que existen para el poeta, la una, riquezas y prosperidad, la otra, la nada, el morir de hambre. Volviendo al cuento, el rey burgués interrumpe al poeta, y le dice sin más: “Daréis vuelta a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de música por pieza pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales.” Representando aquí una triste realidad no solo para los poetas, sino para todos los artistas, siendo esta una situación no exclusiva para los países latinoamericanos, es, sin embargo, una realidad más marcada y temida para muchos.
El siguiente ejemplo se da en el cuento: “El fardo”. Una historia con una familia un tanto “típica” y con un final trágico y bastante impresionante. Rescatamos del texto este pasaje: “El muchacho era muy honrado y muy de trabajo, se quiso ponerlo a la escuela desde grandecito; ¡pero los miserables no deben aprender a leer cuando se llora de hambre en el cuartucho!
El tío Lucas era casado, tenía muchos hijos.
Su mujer llevaba la maldición del vientre de los pobres: la fecundidad…
Cuando el hijo creció, ayudó al padre.”.
En estos pasajes vemos una descripción muy actual de situaciones que azotan a los países latinoamericanos, la sobrepoblación y la pobreza. Y leyendo estos pasajes, pensamos en las situaciones que vio Darío en su natal país y en Chile, en contraste con las cosas que leía acerca de Europa, no es de sorprender que desde temprana edad quisiera visitar el viejo continente, saliendo del lugar en donde parecía él pensar, lo que el poeta en el cuento “El velo de la reina Mab”, en un diálogo con sus amigos, expresa: “Yo escribiría algo inmortal; más me abruma un porvenir de miseria y de hambre.”.
Una idea que se hace muy presente, (aunque esta aparece de un modo sutil en los textos) dentro de Azul…, es aquella de la libertad; ¿qué quería el poeta del primer cuento, sino recitar y poder componer sus versos? ¿Qué quería Orfeo en el bosque, sino solo tocar su instrumento? Ahora bien, junto a esta idea de libertad, hay una más, que da vida y que aparece en cada escrito del nicaragüense, aquella es: lo azul. Sin embargo, aquí no estamos hablando meramente del color, hablamos de lo que podríamos incluso llamar: el azul de Darío; pues es el azul, para el poeta modernista, lo ideal, lo etéreo, lo representante de todos los astros y lo infinito, y se especula también, que tiene mucho que ver su país de nacimiento, pues es azul el color de su bandera, azules sus ríos y muchos de sus paisajes. Se puede clasificar el uso de este vocablo en la obra homónima de Darío como exagerado, pues se usa en una cantidad muchísimo mayor en contraste con otros colores, sin embargo, nos damos cuenta del significado que tiene la palabra para el poeta y de su particular manera de ver las cosas. Uno de los cuentos más característicos dentro del libro (y que bien podría justificar el nombre del mismo) es: “El pájaro azul”, en donde el protagonista junta las dos ideas de las que estamos hablando en un par de frases: “— Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en mi cerebro; por consiguiente…” y “— Sí; dentro de la jaula en mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad…”. Sabemos cómo termina el cuento, con el suicidio del poeta que tiene en su cerebro una jaula, al no soportar la idea de no escribir para vivir, se quita la vida, dejando abierta la jaula y libre al pájaro azul. Quizá planteando aquí Rubén Darío, que los artistas, cuando dejan de serlo, es decir, cuando dejan de escribir, de pintar, de esculpir, etc., mueren sin morir, o mueren como lo hizo el literato de su cuento.
Son para mí, de especial belleza dentro de Azul…, dos cuentos, el primero: “El fardo”, el segundo: “La muerte de la emperatriz de la China”. Aquel, por su desgarrador final, que nos hiela el corazón y nos causa náuseas; y este cercano, por su exotismo, tan nuevo y tan anhelado por la lengua castellana, manejada de una forma maravillosa por el poeta latinoamericano. En cuanto a los poemas, es para mí el más bello de ellos: “Anagke” (que significa “destino”). No hay verso en sus setenta y siete líneas, (excluyendo la primera), que no sea hermoso, y además, a pesar de que don Juan Valera lo tachó de “blasfemo”, son sus últimos versos, para mí, un acto de valentía y libertad, poniendo en cuestión y a forma de poesía, los actos divinos.
Entre los otros poemas, prefiero yo: “De invierno” a “Invernal”, con un solo pasaje que es:
“como una rosa roja que fuera flor de lis;
abre los ojos; mírame, con su mirar risueño;
y en tanto cae la nieve del cielo de París.”.
Grande Rubén, nos cuentas de tierras hermosas y nos hablas de París (y te creemos) sin tú jamás haber estado ahí.
En las últimas páginas nos encontramos con “Medallones”, poemas dedicados a personas influyentes y admiradas para el nicaragüense, en donde vemos el alejandrino en el primero de ellos, dedicado a Leconte de L´isle, poeta parnasiano, admiradísimo por Darío. La métrica es suave, casi como una prosa; más adelante vemos el poema dedicado al mexicano Salvador Díaz Mirón, en las que se incluye nuevamente el tema: “Libertad”. Es curioso pensar que esa sección: “Medallones”, era fruto de admiración e inspiración en ciertas personas, y que terminaría “Azul…”, detonando la inspiración que tantos habían buscado en las palabras, sin saber que su lo que deseaban encontrar, ya estaba escrito en un librillo, de apenas unas ochenta y ocho páginas de extensión
Azul…, en su corta extensión, parecería un libro clásico, porque nos regresa a los dioses, a Pan, a Apolo, a las Ninfas; pensaríamos al leerlo, en el naturalismo, pues nos pinta una realidad cruda, hasta pesimista y difícil; nos recuerda también al romanticismo, por sus ideales. Sin embargo, Azul… no es nada de eso, aunque tiene elementos de todos. Darío logra incorporar todos estos elementos, aprovechando también sus conocimientos sobre el parnasianismo y el simbolismo francés; adapta las métricas, haciéndolas flexibles, adueñándose del alejandrino y renovando una lengua en decadencia, el castellano. El poeta nicaragüense escribe sin miedo, escribe realidad, pero también escribe con un imborrable espíritu humano, lleno de sueños, repleto de ideales, siempre mirando al cielo, a lo azul. Nos lleva de un momento a otro, de los bosques griegos, en donde se escucha la lira del hijo del sol, al estudio de un escultor, lleno de adornos orientales; nos vamos de un segundo a otro, de lo clásico a lo exótico, de la tristeza y la crudeza humana más profunda, al firmamento más brillante. Leer Azul… es leer todo y leer nada, son letras, todas vistas antes, todas conocidas, pero nunca antes arregladas así, nunca antes utilizadas de ese modo, nunca usadas para describir los perfumes estelares, los colores terrenales que se ocultan a los ojos, pero no a las palabras. Llegó la libertad a Nicaragua, llegó la libertad a las palabras, llegó Rubén y lo moderno, y con él, Azul…
Rubén Darío sufrió al final lo que los artistas dentro de sus cuentos temían, padeció de pobreza y desamparo, teniendo él muchas dificultades económicas, entre las que se enfrenta a problemas con mujeres, alcohol y drogas. Viviendo en extremos de optimismo o pesimismo, como buscando en vida y en tierra, los lugares exóticos y la fantasía sobre la que escribía.
Llegando su muerte en el año de 1916, en su país natal, se fue él, y enterrando su cuerpo se entierra también el modernismo. Como si aquél pájaro azul, que salió de la cabeza de un poeta, en el cuento, que salió de otra cabeza de otro poeta, aquel alado azul que volaba libre, regresara a su jaula, encerrando junto con él, el color etéreo, el azul de la tierra.
Referencia:
Darío, Rubén. 1965. Azul ; El salmo de la pluma ; Cantos de vida y esperanza ; Otros poemas. Editorial: Porrúa (Sepan Cuantos…; 42). Ciudad de México.