Cuántas veces no hemos escuchado la frase: “Venderle el alma al diablo”. Sin embargo, hay un campo en el que esta frase es especialmente recurrente, este es el terreno artístico, en específico, el de la música.
Desde hace mucho tiempo se cree que el diablo posee talentos artísticos, pero no se le ve normalmente como un pintor o un escultor, no, se le visualiza en la mayoría de los casos como un músico.
Suponiendo que lo fuera, podríamos asumir que el instrumento no importaría, el diablo sería un virtuoso en todos y cada uno de ellos. El diablo podría ser un pianista, un flautista o un violinista digno de ser escuchado por cualquier ser viviente.
La música parece ser el arte predilecta del diablo y de aquellos que le venderían su alma a cambio de talento, pero ¿por qué? Esta pregunta tiene una respuesta un poco sencilla desde mi punto de vista, y no es que otras disciplinas artísticas sean fáciles, por el contrario, toda disciplina artística exige una vida entera de arduo trabajo sin una recompensa garantizada al final. Todo lo opuesto, una gran cantidad de artistas han vivido o han terminado en la ruina y sin jamás ver un solo centavo o recompensa gracias a su arte, Van Gogh es uno de ellos.
Sin embargo, a diferencia de otras artes, la música parece ser la disciplina artística más “celosa”, más elitista. Un buen músico requiere no solo un gran talento y miles de horas de práctica con su instrumento, sino que requiere una creatividad especial, un “algo” que lo diferencie de los demás y que lo haga brillar en el escenario. Para un músico no basta tocar todas las notas de un modo perfecto, sino que siempre se puede “sentir” ese brillo, esa aura que hace que prefiramos escuchar a un pianista que a otro o a tal violinista en vez de a aquel.
Las historias entre la música y el diablo son numerosas, pero una no tan conocida y que dio lugar a una obra fantástica es aquella del violinista y compositor italiano Giussepe Tartini, quien contó que un día se recostó para dormir y que tuvo el sueño más extraño de su vida. En el mundo onírico el diablo se apareció frente a su cama y ocurrió algo que lo dejó sorprendido, el amo de las tinieblas tomó el violín del compositor y comenzó a tocar la obra más maravillosa que jamás se hubiera escuchado. La melodía y la técnica eran algo jamás antes visto, y cabe mencionar que el italiano era un violinista de un nivel altísimo.
Al momento de despertar, el compositor tomó papel y pluma para comenzar a escribir lo que había escuchado en su sueño, sin embargo, la obra resultante, con el nombre de “El trino del diablo”, no se compara, según el mismo compositor, a lo que en su sueño escuchó.
Se invita al lector a escuchar la obra:
¿Qué pasaría ahora si el diablo fuera un pianista y no un violinista?
Al respecto tiene mucho que decir Franz Liszt, uno de los más grandes pianistas que ha existido, pues él compuso una serie de piezas pensada específicamente para el mismísimo lucifer: Los valses de Mefisto.
La historia es bastante simple, durante las celebraciones de una boda en la ciudad, Mefisto y Fausto se unen a las festividades. Mefisto le roba el violín a un músico y crea con este una música indescriptible e hipnotizante.
Las obras que escribió Liszt fueron cuatro, las primeras dos pensadas para orquesta (después se realizó un arreglo para piano de ambas) y las últimas dos pensadas siempre para piano.
Probablemente, es el vals número 1 el más conocido, en este podemos apreciar un nivel de virtuosismo impresionante (aunque bastante característico en Liszt), algo digno de tocar para el diablo. Los colores de la obra son bastante oscuros, el compositor usa todos los recursos para que la obra tenga un carácter oscuro, para aquel que la toque y aquel que la escuche es imposible el no sentir que hay algo diabólica en la obra.
Invitamos al lector a escuchar la obra y a formarse una opinión por él mismo.