Una reflexión a partir de su inutilidad y el hecho de que no existe como tal
El filósofo Martin Heidegger habló en sus escritos que la filosofía “es la sabiduría inútil, pero más noble” o “es el saber sin provecho, pero señorial”. Así descrita por el sabio alemán, parece que la filosofía está obligada a no servir para nada porque cuando sirve para algo, deja de ser filosofía. Sus palabras nos sirven de ejemplo para ver lo complejo de esta disciplina del saber humano así como de sus finalidades.
Y es que cuando los propios filósofos la definen surgen multitud de respuestas (oh, sorpresa) que hacen la labor casi imposible. Etimológicamente, filosofía significa “amor por la sabiduría”, y es una definición correcta… en principio. ¿A qué sabiduría nos referimos: la que nos dice cómo preparar bien un plato o hacer funcionar un sistema operativo informático? Obviamente no pensamos en esos saberes cuando nos referimos a la filosofía, sino más bien a la referida a asuntos como la existencia o no de Dios, los límites del conocimiento o cómo llevar una buena vida.
Sin duda, alguien que nos pueda hablar con certeza sobre dichos asuntos tan complejos se acerca a lo que entendemos por un sabio, pero como decía antes, la filosofía no da soluciones definitivas sino respuestas que flotan alrededor de las mismas cuestiones. Pero atendiendo a su objeto de estudio, lo curioso es que la filosofía permea toda actividad humana y aunque cueste creerlo, se manifiesta en el trasfondo a la hora de preparar un plato, diseñar un sistema operativo, dirigir una empresa, o incluso acometer una campaña militar. Hasta para negar la filosofía debemos filosofar pues, como decía Aristóteles: “no puedes cortar la rama del árbol sobre la que te sientas”.
Veamos todo esto con un ejemplo: en un bar, Pepe y Luisa están discutiendo por el resultado de un partido de fútbol. Pepe defiende al equipo que ganó, porque mantuvo exitosamente una táctica defensiva en todo momento, reservándose para el contraataque y supo cristalizar esos pocos momentos ofensivos que tuvo en goles que le dieron la victoria del partido. En cambio, Luisa sostiene que jugar con once metidos en el área de la portería atenta contra “el espíritu del fútbol” ya que lo vuelve aburrido, y es además una manera de jugar claramente antideportiva: es deber de todo equipo mostrar siempre que se pueda una intención de marcar gol y no encerrarse a tapar la portería.
Esta conversación, aunque pueda parecer corriente y común de cualquier sitio, contiene un trasfondo filosófico. No es evidente, pero en los argumentos de cada interlocutor hay un razonamiento ético, una rama de la filosofía que nos dice qué valores son aquellos que deben dirigirnos en nuestra conducta y vida. Pepe está utilizando un argumento pragmático: si tu equipo no es bueno en el ataque, concéntrate en la defensa y contragolpea cuando haya una buena oportunidad y no a cada momento, pues de esa manera tienes la oportunidad de ganar (o al menos no perder), que es lo importante en una competición y no es trampa en absoluto. Sin embargo, Luisa se aferra a un argumento idealista: el fútbol busca entretener, y por ello todo equipo debe tener un balance entre defensa y ataque. Nadie se divierte viendo durante ochenta y cinco minutos como un equipo trata de superar una muralla impenetrable de jugadores, dejando sólo cinco minutos para contraatacar gracias a un balón perdido. Es algo que va contra la esencia del espectáculo deportivo y es injusto que gane el que apenas causa ocasiones e intentos de marcar gol.
Si Pepe y Luisa, además de futboleros, tuviesen conocimientos filosóficos (sin ser académicamente filósofos), podrían profundizar un poco más en el origen de sus razonamientos y hacer unas réplicas que eleven la conversación a un nivel ya plenamente filosófico y no de trasfondo en la plática.
Por ejemplo, Pepe podría criticar el idealismo de Luisa diciendo que no hay nada escrito en piedra, o una definición definitiva de lo que debe ser el fútbol y todo espectáculo deportivo, así que un sistema de juego ultradefensivo es perfectamente ético porque si al final el equipo gana, es que supo aprovechar sus ocasiones de hacer gol mientras que el equipo contrario no. Y Luisa podría dar una réplica típica que se hace al pragmatismo manifestado por Pepe advirtiendo de que cae fácilmente en el pragmaticismo: si para ganar cualquier cosa vale, ya que espectáculo deportivo es lo que yo quiera que sea con tal de conseguir la victoria, entonces el siguiente paso es comprar el árbitro o poner tablones que tapen la portería.
Tras ese primer toma y daca, Pepe puede revisar si en el argumento de Luisa no se encierra una falacia lógica que se sitúe entre el hombre de paja y la pendiente resbaladiza; o Luisa criticar que Pepe no tiene sustento ético en su definición de espectáculo deportivo, pues no es de buena vida el deporte cuando limita todas sus posibilidades de disfrute, tanto a jugadores como espectadores. Pero si los interlocutores son de un nivel ya elevado en cuestiones filosóficas, podrían entrar ya en lo que Aristóteles llama “la filosofía primera”: la metafísica. Pepe podría empezar a criticar la postura ética de Luisa (basada en el idealismo) desde una contrapostura materialista: las ideas surgen a partir de la materia ya que la mente es un producto emergente del cerebro, así que no son tan importantes sus postulados éticos, pues no hay verdades eternas sino contextos, y en el contexto de un partido interesa ganar. Y Luisa seguramente le replicase que sean emergentes o no, las ideas constituyen todo lo que somos como humanos, nuestra manera de regular nuestra conducta, y que cuando uno las interpreta tan a su antojo se corre el riesgo de caer en actitudes poco o nada éticas como ganar a cualquier coste, y tener una vida poco más valiosa que la de un primate de la selva.
Y así la discusión podría eternizarse, como todo lo filosófico y humano. Pero creo que esta discusión futbolera llevada a extremos metafísicos nos sirve para ver que el objeto de estudio de la filosofía es establecer preguntas y cuestionamientos que van al límite de nuestro entendimiento de todo, y a partir de ahí entregar respuestas. Por ejemplo, el biólogo estudia la vida, pero si en algún momento se pregunta “¿qué es la vida?”, está entrando entonces en harinas filosóficas. De hecho, hay un debate actual en la comunidad científica de biólogos, donde tradicionalmente se ha considerado seres vivos aquellos portadores de ADN, y ahora se replantean si organismos carentes de dicho ácido nucleico (como virus y priones) deberían ser considerados también seres vivos. Es un debate filosófico entre definir por lo que se tiene frente a lo que se hace: ¿eres rico por tener dinero o por gastar mucho? ¿eres estudiante por estar inscrito en la escuela o por estar leyendo libros educativos? ¿eres un ser vivo por tener ADN o por igualmente nacer, crecer, reproducirte y morir?
Algo similar ocurrió en 2006 con la comunidad científica de astrónomos y su famosa reunión para definir el concepto “planeta”. Tras un intenso debate, no exento de polémica hasta nuestros días, se sacó a Plutón de tal categoría para dejarlo en una nueva, la de los planetas enanos. El debate era necesario porque si Plutón seguía siendo considerado el noveno planeta, entonces otros diez más como Ceres, Eris, Makemake o Haumea también deberían entrar en dicha categoría, complicando más las cosas para el estudio de los astros. La ciencia necesita partir de conceptos y objetos de estudio categorizados, porque de lo contrario el avance se hace tortuoso y lleno de tropiezos. Y es en estos casos cuando la filosofía, hermana y compañera de la ciencia en el logos, viene a su rescate.
No es entonces tan inútil la filosofía si tiene la capacidad de definir lo que son las cosas que nos rodean (aunque nunca haya un consenso claro), sea para las cosas comunes o para otras disciplinas de estudio (académicas o científicas). Un paso más allá, Fernando Savater afirmó que la filosofía tiene la capacidad de decirnos qué es lo que importa de verdad, ya no sólo lo que son las cosas sino el valor verdadero de éstas.
Pero diferenciando ciencia y filosofía, mientras que el conocimiento o sabiduría científica es objetivo, independiente del autor o descubridor; por contra el saber filosófico es inseparable de su autor, subjetivo y personal. Esto explica por qué la filosofía entrega respuestas y no soluciones como la ciencia. Sin embargo y como ya dije antes, ambas pertenecen al logos, y esto implica que sean respuestas o soluciones, deben estar en cualquier caso cargadas de racionalidad y pensamiento crítico, dos herramientas fundamentales para ambas disciplinas.
Aparte de estas definiciones de la filosofía como “búsqueda de la sabiduría, o la verdad, o lo importante” (a lo que habría que añadir el uso de la lógica en dicha búsqueda) hay otra que es la filosofía como “manera en que entendemos la vida, el mundo y nosotros mismos”. Es el conjunto de reglas y valores que ponemos como eje de nuestra propia vida y existencia. Seguramente todos hemos escuchado alguna vez “la filosofía de vida de fulano es…” o “mi empresa tiene por filosofía no compartir esa información con…”
Aquí en realidad, más que a la filosofía en general, nos estamos refiriendo a la ética, que es una rama de la filosofía enfocada en lo más práctico, junto a la filosofía política. Porque igual que ciencias hay muchas, también sucede así con la filosofía… o filosofías: desde la más abstracta y conceptual, como la metafísica, hasta las más prácticas pasando por la filosofía del conocimiento, la del arte, la del deporte, y hasta la filosofía de lo que se les ocurra, como la de un sistema operativo. Si hay entre los lectores un linuxero, seguro que entenderá a qué me estoy refiriendo.
En definitiva y para cerrar, tal vez la filosofía como objeto no existe, pero sí que lo es como acción. No existe la filosofía sino el filosofar, y filosofar es algo esencialmente humano. Piensen por un momento que como seres humanos, a la mínima que se nos da oportunidad, nos ponemos a hacer cosas sin sentido práctico inmediato: sostenemos pláticas interminables sobre otros seres humanos y lo que dicen, hacen o dejan de hacer; vemos por televisión o plataformas digitales historias cuya estructura narrativa conocemos de sobra, acumulamos objetos cuyo valor sólo conoce el coleccionista y lo demuestra conservándolos en una caja o estantería para que acumulen polvo...
Si vamos a ser humanos desperdiciando nuestro tiempo inútilmente, hagámoslo (aunque sea a ratitos) como decía Heidegger: de la manera más noble y señorial posible, es decir, filosofando. Filosofen sobre cómo son las cosas realmente o como deberían ser, filosofen sobre porqué hay algo en lugar de nada, filosofen sobre que tan seguros están o no de lo que filosofan ustedes o sus interlocutores; en definitiva, filosofen para buscar respuestas a preguntas sin solución. Y sin importar el resultado inútil de sus filosofadas, habrán abierto un diálogo consigo mismos y su vertiente más humana, lo cual es tan inservible como necesario. ¡Y así de paso tendrán discusiones futboleras más interesantes, por supuesto!