… o porque Marx (y el comunismo y el socialismo en general) no conoce bien el alma humana
Tras los movimientos revolucionarios de finales del siglo XVIII y principios del XIX, se terminó por derrocar los regímenes monárquicos, absolutistas y autoritarios a favor de monarquías parlamentarias o repúblicas. Como se vio en la nota anterior, fue fundamental para estos teóricos políticos como los contractualistas, entre otros muchos filósofos, quienes buscaron una sociedad más justa e igualitaria.
Hacia 1850, y especialmente en Europa, se da una corriente de pensamiento muy influyente: el positivismo, caracterizada por una fuerte creencia en las ciencias empíricas y su metodología como benefactora de la Humanidad. Ejemplo de esto fue el filósofo Auguste de Comte, quien fundó la sociología pensando usar la misma metodología que las ciencias empíricas, y con la certeza de que gracias a esta nueva disciplina se llevaría a las naciones a una época de bienestar sin precedentes.
Y así parecía, pues el desarrollo tecnológico industrializó la sociedad por completo: desde los métodos de producción, la gestión de la salud e higiene, y por supuesto hasta la manera en que se consumía. El capitalismo se había instaurado paulatinamente por todo el mundo occidental, creando un aura de desarrollo económico y demográfico sin precedentes, junto a la ciencia que no dejaba de crecer también.
El hombre del siglo XIX no depositaba su fe en Dios, la Iglesia y la biblia; sino en la ciencia, la tecnología y el capitalismo. Mientras que los primeros representaban los pilares de los antiguos regímenes monárquicos absolutistas que criticaron pensadores ilustrados y románticos; los segundos trajeron una nueva sociedad que se antojó a la mayoría como el culmen del éxito humano… ¿Pero era esto realmente así?
La verdad era que los ideales revolucionarios habían sido creados, difundidos y puestos en marcha por las clases medias y altas de sus respectivos países. Y claro, eran ellos los que ya para mediados del siglo XIX disfrutaban de derechos políticos que antes tenían vetados, además de un nivel socioeconómico mucho mayor del imaginado un siglo antes. Kant, Locke, Rousseau, Voltaire y demás pensadores eran gente enriquecida que nunca pensó si sus propuestas de cambio iban a beneficiar en algo a los más necesitados.
Y es aquí, en estos huecos olvidados de la nueva sociedad decimonónica, que aparece Karl Marx como el mayor crítico y némesis de su época, dispuesto a señalar esos vacíos pero no para que se rellenaran, sino para cruzar por ellos el muro y vislumbrar un mundo nuevo y mejor de verdad. Una llamada a salir de la cueva como hiciera Platón antes.
SU PENSAMIENTO
Marx, aunque fuese contra corriente a su época, no dejó de estar influenciado por escuelas y pensadores que le precedieron o fueron contemporáneos. De Hegel y Feuberbach tomó el pensamiento dialéctico, pero le despojó de su idealismo y vira bruscamente al materialismo. Por otro lado, aunque Marx no puede ser considerado positivista, saca de la corriente cientificista su espíritu de explicar la realidad humana de la manera más científica posible.
Para Marx no importa el surgimiento de la sociedad humana de manera contractual o natural. Lo que le interesa es el papel del trabajo como transformador del entorno natural, pero sobre todo como mecanismo de evolución social. Para el prusiano siempre ha habido una clase social dominante, que posee los medios de producción, y otra de dominados, que realiza los trabajos cuyo beneficio se apropian los otros. Es lo que denomina la lucha de clases. Entiende la historia humana en ese baile hegeliano de tesis contra antítesis, dando lugar a un nuevo estatus (síntesis) para terminar repitiendo el proceso, pero siempre al ritmo de la música que elige el sistema económico y productivo.
Marx, de manera similar a Rousseau, intuye que este sistema, aparte de injusto, tiene su base en la propiedad privada. El hombre primitivo del paleolítico no tenía prácticamente propiedades, sino posesiones. No había entonces una clase social de poderosos y enriquecidos que explotaba a otra sin recursos ni bienes. Y de ahí su propuesta de una nueva sociedad donde los medios productivos queden en manos del Estado en lugar de una clase social, con un reparto equitativo de los beneficios.
CRÍTICAS
Se puede revisar de muchas maneras las ideas y propuestas de Marx. Quien tenga poca idea del tema acusará a Marx y su doctrina de anticapitalista y antitecnológica, cuando en realidad es postcapitalista, es decir, da un papel esencial (aunque transitorio) al capitalismo y al desarrollo tecnológico en su avance al Estado comunista. Marx no se opone al capitalismo, aunque lo critique: espera que este termine por decaer al ser insostenible y que las masas populares de naciones altamente industrializadas terminen mediante revoluciones por alcanzar el comunismo.
Lo curioso respecto a este hecho es que el comunismo vería la luz primero en países cuya masa obrera era minúscula en comparación a la agrícola (caso de Rusia); y en los más industrializados como Prusia (luego Alemania) se impondrían corrientes de pensamiento diametralmente opuestas como el nacionalsocialismo. Claro, hubo un movimiento sindicalista e izquierdista muy fuerte en la tierra natal del pensador, pero, sin embargo, no llegó a alcanzar la revolución que supliera la sociedad industrializada capitalista por la comunista. Así que como futurólogo, Marx no fue tan eficiente como sus adeptos promulgan.
Otros sujetos poco interesados por el mensaje y más por mensajero dirán prontamente que Marx era “realmente otro burgués adinerado que no sabía lo que era trabajar como un obrero en una fábrica de entonces”. Pero lo cierto es que el pensador fue honesto con sus ideales, aunque estos le trajeran problemas financieros graves, censura, persecución e incluso el destierro. Obviamente, para quienes sostienen tales argumentos ad hominem tan obtusos la filosofía no es una herramienta que fructifique correctamente en sus mentes, pues confunden la crítica con el criticar.
Pero entre las críticas acertadas, están las que demuestran lo acientífico de su metodología, lo simplista y reduccionista de su idea de la lucha de clases, su economicismo… pero de cualquier forma, el marxismo, junto a otras corrientes de pensamiento populares de la segunda mitad del siglo XIX establecieron cambios notables en nuestras sociedades: derechos sindicales y laborales que mejoraron enormemente las condiciones de los trabajadores, políticas de bienestar de alcance universal, sufragio universal en vez de censitario, etc.
Si los contractualistas fueron los pensadores que otorgaron derechos políticos a las sociedades occidentales, Marx y otros pensadores críticos con el capitalismo otorgaron derechos laborales y una igualdad de facto.
LA PARADOJA
Sin embargo, la paradoja de Karl Marx es que supone una vuelta a los problemas que tuvo Platón: Marx peca de la misma inocencia e ingenuidad que el antiguo griego: supone que una vez que llega al poder aquellos que considera los más justos, equitativos y preparados para ello va a mantenerse un régimen equivalente moralmente a estos. Y ahí está el problema: el poder político corrompe a los humanos incluso antes de que lo detenten.
La realidad nos ha demostrado en demasía esto, y el marxismo no es una excepción: países que abrazaron por completo las tesis marxistas (con matices de otros pensadores y políticos) han terminado envueltos en la burocracia, la corrupción, la pobreza y sobre todo la falta de libertades. De hecho, un debate frecuente es si el marxismo implica por naturaleza estas consecuencias o es ya un problema exclusivo del homo políticus… Como sea, aunque el ojo crítico de Marx se mostró afilado con la historia y la economía de su tiempo, no lo era así con la naturaleza humana. Justo como Platón.
De entre sus críticos destacaré a Hannah Arendt, que puso al marxismo-leninismo como una nueva forma de gobierno que va más allá del autoritarismo: el totalitarismo, y la implicación individual en el éxito de este tipo de regímenes. Pero esto es algo que veremos más adelante con el último capítulo reservado para esta no-filósofa política.