Breve resumen de la filosofía platónica
Antes de Platón, los presocráticos llegaron a un problema de difícil solucion, una antinomia: por un lado, Parménides de Elea sostenía que el movimiento y transformación no existía. “Es necesario decir y pensar que el ser es; porque es posible que el ser sea y es imposible que el no-ser sea; esto es lo que les ordeno que sopesen“, decía. Pero por otro lado, Heráclito de Éfeso sostenia lo opuesto: “todo cambia de manera constantemente, es lo único que sobrevive al cambio, el propio cambio es la constante, y por ello nunca nos bañamos dos veces en el mismo río“.
Así que por un lado un pensador sostenía que nada cambia, solo se es y ahí radica el arke o principio generador de todo, mientra que el otro razonaba que era el cambio.
La ontología platónica resuelve el problema de forma aparentemente sencilla: hay dos mundos, con naturalezas opuestas:
– por un lado está el Mundo Ideal o de las Formas, donde todo es eterno, inmutable, inmóvil e imperecedero. Conceptos como Bien, Amor, Belleza, Justicia, Lealtad, Círculo, Triángulo equilátero, Número Par, Número Impar, etc. existen en dicho mundo
– por otro lado está el Mundo Sensible o de los Sentidos que es en el que vivimos, y donde se realizan copias imperfectas del primero. Dichas copias se degradan, cambian, mueven, etc. y lo reconocemos por nuestra experiencia sensible
Esta naturaleza dual encierra elegantemente las dos concepciones vistas antes: para Platón, el Mundo Formal es claramente influencia de Parménides (estático, eterno, conceptual y sin cambios), mientras que el Mundo Sensible es el que describe Heráclito (en constante cambio y transformación, aunque debido a su imperfección).
Pero Platón tiene favoritos entre sus hijos, y se decanta por el Mundo Formal. Platón también tiene claras influencias de la escuela de Pitágoras, y se da cuenta de que el verdadero conocimiento acerca de lo Real está en nuestra mente, y las matemáticas y geometría son el mejor ejemplo de esto.
Si dibujamos un círculo en la pizarra o arena, no estamos haciendo un verdadero círculo. Seguramente sea un huevo, o aunque usemos compás habrá pequeñas imperfecciones. Un círculo verdadero está en su definición matemática, que sólo nuestra mente es capaz de discernir y no la experiencia: “figura geométrica cuyo centro está a la misma distancia de todos los puntos que la conforman”.
Es a partir de esta influencia pitagórica primero, y Socrática después, como Platón razona su epistemología (acceso al conocimiento verdadero): sólo podemos conocer a través de la razón, usando nuestra mente para acercarla a los conceptos, que son los entes del Mundo Ideal. Sabremos qué es Real y Verdadero (los entes del Mundo Ideal) a través de las matemáticas, con la dialéctica y la conversación filosófica predispuesta a conocer la verdad y lo real.
Los sentidos para Platón son engañosos, aunque nos permitan ver un por ejemplo un árbol, en realidad percibimos con unos sentidos nada confiables lo que es una copia imperfecta del ente “árbol”; concepto que existe de manera separada e independiente en otro mundo, ese que está “ahí arriba” que señala en el cuadro de La Escuela de Atenas de Rafael de Sanzio.
Ontológicamente, Platón es un idealista objetivo (las Ideas son más reales que la Materia y existen de manera separada e independiente a ésta), y epistemológicamente es un racionalista exacerbado. No hay conocimiento verdadero fuera de lo que proporciona la razón.
Para entenderlo mejor, este vídeo.
Platón, en lo antropológico, cree que también tenemos una naturaleza dual: un cuerpo que nos ata al Mundo Sensible, lleno de engaños (como describe el Mito de la Caverna de Platón), pero también tenemos un alma que no pertenece a este mundo, sino al Mundo Ideal. El alma de cada ser humano es un concepto del Mundo Ideal que quedó encerrado en un cuerpo del Mundo Sensible.
No obstante, dentro del alma hay tres partes diferenciadas:
- la concupisciente o de las bajas pasiones. Es esa que está más conectada con el cuerpo. Sólo quiere comer y saciar bajos instintos
- la irascible o de las altas pasiones. Es esa parte del alma relacionada con el coraje y las ambiciones. Se relaciona con la lucha, la fuerza y el vigor
- la intelectual o racional. Es la quintaesencia del alma, la que anhela regresar al Mundo Ideal al que pertenece.
En la axiología Platónica (la ética y la filosofía social y política), el griego razona que siempre debe prevalecer la parte racional del alma, pues nos ayudará a saber qué está bien y qué está mal, llevándonos por un camino de virtud que nos prepara para regresar al Mundo Ideal tras nuestra muerte.
Y bien, tras todo este rollo platónico… ¿dónde queda la estética para Platón?
La estética Platónica… o mejor dicho la no-estética platónica
Visto que lo verdadero existe no en este mundo, sino en otro al que sólo accedemos por abstracción mental o tras la muerte, la estética para los platónicos no es una vía válida para el conocimiento. Más todavía si tenemos en cuenta que el arte para los antiguos artistas griegos es ante todo mimesis, es decir, una imitación de la realidad.
Una paradoja divertida que refleja la mentalidad griega a través de sus matemáticas es la de las tortuga inalcanzable para Aquiles, explicada por Zenón de Elea, discipulo de Parménides. Vean este vídeo para comprenderlo a fondo:
No es que los matemáticos griegos fuesen tontos, sino que la mentalidad griega exige que todo sea mesurado, armónico y proporcionado; y la existencia de números decimales infinitos se les hacía directamente imposible. ¿Cómo van a aceptar algo como un número infinito, que es lo que explica matemáticamente la paradoja de Aquiles y la tortuga, si va contra su concepción finita, armónica y mesurada del mundo?
Pues esta concepción griega del mundo se demuestra también a través de su arte: ha de ser un reflejo e imitación de esa realidad que a ojos griegos es un mundo cíclico, perfecto y en equilibrio, cualidades esenciales de la belleza.
Pongamos un ejemplo: el Discóbolo de Mirón
El Discóbolo es del 450 a.C. y muestra a un atleta olímpico justo en el momento antes de lanzar el disco. Es la epítome de la escultura clásica griega: la postura, los músculos tensos pero no abultados, el equilibrio… contrastan con el gesto, que es concentrado pero relajado.
No tenemos más que ver en un evento deportivo con las actuales cámaras los gestos en primer plano de los deportistas, para ver que el discóbolo no es real en este aspecto. En realidad, se verían más como el David de Bernini (S. XVII, barroco italiano); con el ceño fruncido, apretando labios, diciendo “¡chúpate ésta piedra, maldito!”
Los griegos no quieren reflejar las cosas tal cual son, sino como su percepción idealista y bella del mundo les hace verlas. Al menos durante el periodo clásico, otra cosa es cuando nos metemos en el Helenístico, pero eso lo dejo para después, con Aristóteles. Platón pertenece al periodo clásico de la Grecia Antigua, y su filosofía refleja la manera de pensar de sus contemporáneos, y lo mismo sucede con el arte de su época: imitan la realidad, pero es una realidad idealizada.
No pueden mostrar un kuroi (atleta griego) con un gesto feo, porque lo que hace es bello. Y para ello no importa si cambian el rostro por uno calmado, mesurado, concentrado pero no con una expresión fea. Los griegos clásicos son como Platón, amantes de lo ideal, de la belleza en su estado máximo y pleno. No pueden estropearla con lo imperfecto de esta: el gesto horrible del esfuerzo supremo, por ejemplo.
Y es aquí como nos regresamos a Platón: ¿si el arte griego de entonces reflejaba perfectamente como eran los griegos contemporáneos de Platón… porqué se empeñaba en desdeñarlo como vía al conocimiento? ¿No hay alternativa posible?
¡En realidad sí! Platón sólo aceptaba la abstracción y el filosofar, aparte de la muerte, como únicas maneras de acceder al Mundo Ideal, pero… había otro camino: el Impulso Erótico, o también conocido como la natural atracción humana por la Belleza, el Eros.
Platón sostiene que igual que estamos predispuestos a pensar y discernir racionalmente la verdad, también tenemos el deseo irrefrenable de admirar la belleza. El Eros impulsa a la parte concupiscible de nuestra alma a observar primero los cuerpos bellos (atracción sexual); luego inspira a la parte irascible de nuestra alma a apreciar lo bello de las normas y reglas y disciplina, y finalmente nuestra parte racional del alma también aprecia la belleza en la armonía de la naturaleza y el Cosmos entero.
Para Platón, alguien que tiene bien desarrolladas las tres partes de su alma, y muy especialmente la parte racional, se dejará inspirar por el Eros para alcanzar el concepto ideal de Belleza, conectando de esa manera al mundo Ideal, aunque de manera sesgada e incompleta.
Vemos así que si bien Platón desdeña el arte de cualquier tipo como camino a la verdad, admite que la admiración por la belleza nos puede proporcionar de manera instintiva y natural el concepto e Ideal de Belleza.
Verdad es Belleza, y Belleza es Verdad. Así dijo en un poema de John Keats, reflexión que surge al ver una urna griega donde han quedado inmortalizados los quehaceres de un poblado desaparecido de la Grecia Antigua.
Y es así como observamos otra gran paradoja en Platón: él mismo, a través de su “Apología de Sócrates”, bella en sus pasajes (e irreal, como el Discóbolo de Mirón), nos revela una verdad que no podía ser entendida de otra manera. Me explico, aunque el juicio de Sócrates daría para otro hilo entero:
Cuando Sócrates fue enjuiciado hizo una defensa que le llevó a ser condenado a muerte bajo circunstancias no lo bastantes aclaradas. El propio Platón, siendo testigo directo, reconoce que lo acontecido en el juicio y muerte de Sócrates pertenece a la Doxa (opinión) y no a la Episteme (conocimiento).
Este tema, que fue la comidilla de la Atenas del 400 a.C, dio lugar a dos importantes obras, con el mismo título: “Apología de Sócrates”, una escrita (la más conocida) por Platón, y otra por Jenofonte.
Jenofonte, como Platón, fue discípulo de Sócrates pero aparte historiador, militar y político. Cuando su maestro era juzgado y ejecutado, él andaba en una expedición militar punitiva para los aqueménidas como mercenario… de otros aqueménidas.
A su regreso, como buen historiador investigó lo sucedido y se entrevisto con testigos sobre cómo se defendió Sócrates y qué pasó en el juicio. Escribió así su propio libro o apología, que si la leemos, veremos que es muy real, incluso fea (como el David de Bernini): Sócrates se muestra como un anciano cansado de vivir, se ríe de Melito (el poeta) pero sin grandes discursos, y sus interlocutores son igualmente buenos hablando. Casi parece decirles el anciano “¡mátenme ya si así quieren y váyanse a freir espárragos!”
Sin embargo, cuando uno lee la apología escrita por Platón, parece muy claro que se inventa pasajes, que exagera la manera en que deja en evidencia a Melito y otros acusadores, que aprovecha para difundir su filosofía… Sin duda alguna, Platón idealiza a su maestro y el proceso. Sin embargo, gracias a esta obra menos exacta con la realidad, Platón nos enseña con la estética (esa en la que no creía) de sus entrelíneas una realidad mucho más compleja, un trasfondo político y filosófico que conspiraron en la muerte de Sócrates, y expone que el problema es de los atenienses y no del sabio anciano.
He aquí la paradoja platónica: renegar de la estética como recurso de conocimiento, pero luego usarla para explicar y solucionar el problema socrático. De hecho, los diálogos platónicos encierran ritmo y belleza en su manera de explicarse. Recurre a bellos mitos (el antagonista del logos o filosofía) para hacerse entender mejor.
Igualmente, Platón creía que la educación debía ser pública y universal a los ciudadanos, pero su Escuela de Atenas resultó ser privada. Así que aunque se diga que toda la filosofía occidental son notas al margen de la obra de Platón, parece que el sabio griego era de los que idealizaban sus enseñanzas, pero luego ponían en práctica otras con igual y notable éxito.
En la próxima entrega: ¡Aristóteles!