El miércoles 2 de octubre de 1968, miles de jóvenes se congregaron en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, para participar en un mitin. Lo que no sabían era que sus vidas y la de todo un país estarían a punto de cambiar. La Matanza de Tlatelolco se convertiría en un preludio de la violencia que México experimentaría durante los años 70, y que persiste hasta nuestros días.
En ese día, jóvenes idealistas, decididos a transformar la sociedad en la que vivían y manifestarse en contra del aparato represivo liderado por Díaz Ordaz, se vieron atrapados en la plaza por miembros del ejército y del batallón Olimpia, quienes abrieron fuego contra los asistentes. El gobierno en ese momento afirmó que entre 20 y 30 personas habían perdido la vida. Sin embargo, tras una investigación, el periódico británico The Guardian estimó que probablemente la cifra de fallecidos ascendía a 325.
Los sobrevivientes de este evento exigen, hasta el día de hoy, que se esclarezca lo sucedido y que los responsables sean llevados ante la justicia. Esta es una deuda pendiente con esas víctimas. Es algo que nos concierne a todos como sociedad, para que las actuales y futuras generaciones mantengan viva esta lucha y no quede en la impunidad lo ocurrido. Se debe presionar a las autoridades no solo para que reparen a las víctimas, sino a una nación que aún busca respuestas por ese terrible hecho.
El 2 de octubre es un momento que nos sirve a todo un país para rendir cuentas con nuestro pasado y visibilizar lo que en su momento fue invisible. También nos permite hacer un balance de lo que se ha logrado en materia de derechos humanos. Sin embargo, debemos reconocer que todavía hay mucho trabajo por hacer para mejorar la situación. Hoy, más que nunca, debemos mantener vivo el recuerdo de aquellos jóvenes que murieron en la búsqueda de un México mejor.
Que un pueblo preserve su memoria es fundamental para su supervivencia. Sin ella, cualquier país está destinado a deambular como si fuera un zombi, a no reconocer las amenazas, a repetir los mismos errores y a olvidar su origen, lo que evitará que pueda respetarlo. Es necesario mantener viva nuestra memoria para poder resarcir los daños y cerrar heridas. Debemos cerrar la herida del 68, que aún duele a pesar del tiempo. Es imprescindible transformarla en cicatriz, una señal de que la herida ha sanado pero que permanecerá allí para siempre, para no olvidar.