“La guerra es la mejor escuela del cirujano”. Dijo Hipócrates, médico griego. No cabe duda de que los conflictos bélicos, funcionan de catalizador para los avances científicos, en distintas áreas, por ende, no debe ser sorpresa que, históricamente hablando, se ha registrado un avance en la evolución de herramientas e inventos, facilitadores para el ser humano, justo después de la segunda guerra mundial.
El ingenio se agudiza en tiempos de crisis, durante los peores momentos. Las guerras trajeron grandes avances en medicina, así como en el área de las telecomunicaciones.
Podemos observar la necesidad de avances médicos que ayudara a combatir detrás de la trinchera. Cuando comenzó la I Guerra Mundial, habían pasado 19 años desde el fallecimiento del investigador francés Louis Pasteur. Su legado, sin embargo, fue imprescindible para saber que las enfermedades infecciosas que atacaban a los soldados eran causadas por microorganismos, invisibles para el ojo humano.
En la era previa al desarrollo de los antibióticos, los tratamientos eran limitados. Solo la quinina contra la malaria o el salvarsán (el medicamento 606 de Paul Ehrlich) contra la sífilis podían hacer frente a algunas de estas enfermedades. Pero si había un problema médico que preocupaba a los ejércitos (especialmente al de Estados Unidos) era el tifus.
Esta infección, causada por bacterias del género Rickettsia, había afectado a miles de soldados norteamericanos en la guerra de 1898 contra España y en las guerras de los bóeres en Sudáfrica. Walter Reed fue el encargado de iniciar una investigación sobre esta enfermedad, logrando desarrollar vacunas efectivas que redujeron significativamente el número de infectados. En 1898, de cada mil soldados de Estados Unidos, 142 sufrían el tifus. Este número se consiguió reducir a 1 soldado por cada mil durante la I Guerra Mundial gracias a las campañas de vacunación, fruto de los avances de la ciencia en guerra.
Fue durante este periodo cuando, también los avances de la química, por un lado, y los de la técnica, por otro, hicieron posible que alguien realizase fotos a 1000 pies de altura. El desarrollo de la ingeniería dio a luz nuevas armas, pero también a la creación de ambulancias. Los avances en los laboratorios permitieron crear mortíferos gases y bombas más potentes; aunque también aparecieron nuevas medicinas para mitigar el dolor o antisépticos.
Incluso, objetos tan cotidianos que en pleno 2022 seguimos usando, nacieron gracias a las necesidades, que estos conflictos bélicos generaron. Ejemplos de esto son:
- Toallas sanitarias. Su invención fue gracias al material “celucotton”, descubierto y utilizado para la absorción de sangre de los soldados heridos. Luego de la guerra dicho material se empezó a emplear para la fabricación de las toallas sanitarias en el mercado femenino, naciendo la marca kotex.
- Pañuelos desechables. Las ventas de Kotex se elevaron después de esta iniciativa, pero no tanto como su fabricante pretendía. Así que la empresa buscó un nuevo uso para el mismo material. A principios de 1920, C.A “Bert” Fourness tuvo la idea de planchar el material de la celulosa para hacer un pañuelo suave y fino. Tras mucha experimentación, el famoso “Kleenex” nació en 1924.
- Bolsas de té. A diferencia de otros productos, las bolsas de té no se inventaron para resolver ningún problema derivado de la guerra. Fue un comerciante de té estadounidense quien, en 1908, comenzó a mandar té en pequeñas bolsas a sus clientes. Sin embargo, una compañía francesa, llamada Teekanne, copió aquella idea en tiempo de guerra. La desarrolló para proporcionar a las tropas té en pequeñas bolsas de algodón. Las llamaban “bombas de té”.
- Reloj de pulsera. Un accesorio que la mayoría de las personas utilizan en la actualidad, pero que cuenta con orígenes, que se remontan hasta finales del siglo XIX y principios del XX, donde los hombres que necesitaban saber la hora y los que tenían el dinero suficiente para poder comprar un reloj, lo utilizaban de bolsillo. Pero, por algún motivo, fueron las mujeres las pioneras, siendo la reina Isabel I de Inglaterra, quien tenía un pequeño reloj que se adhería a su brazo.
El tiempo adquirió mayor importancia en la guerra, por ejemplo, para sincronizar la hora de los bombardeos. Así, los fabricantes desarrollaron relojes que dejaran las manos libres a las tropas en el calor de la batalla. - Cremalleras o zippers. Desde mediados del siglo XIX varias personas habían estado trabajando en varias combinaciones de ganchos, broches y hebillas para lograr un cierre rápido y fluido de las prendas de ropa que aislara del frío.
Fue Gideon Sundback, un sueco que emigró a Estados Unidos, quien dio con la actual fórmula de la cremallera. El ejército estadounidense los incorporó a sus uniformes y botas, especialmente para las de la marina. Después de la guerra fueron los civiles quienes tomaron este invento y lo generalizaron en su vestimenta.