Esta necesidad de escribir, en ocasiones, plantea situaciones distintas. A veces hay un tópico de que se ha tenido conocimiento, del cual se parte para profundizar sobre el tema y así se logró obtener un artículo de opinión o cultural. Pero en otras ocasiones la mente se cierra y no brota idea. Uno de queda frente a la pantalla y un cursor titilante que nos recuerda que nuestra mente se ha cerrado como en tiempos lejanos la punta del lápiz golpeaba la esquina de la hoja de papel.
Mi estimado lector pudiera pensar que con los profundos cambios que se están dando en México, existe una gran cantidad de tópicos sobre los cuales se pudieron escribir y que hay mucha de tela de dónde cortar; pero son tantos los sastres y todos quieren utilizar el mismo tema; en ocasiones, puedo encontrar un pequeño retazo con el que aportar algo a mis lectores, aunque no es algo común.
Otras veces, la necesidad nos lleva a escribir una historia ficticia o cuento que quizá surja de la experiencia de vida del autor o de un tercero, de la simple imaginación, y generalmente esta experiencia de escritura puede resultar más placentera que el tocar hechos reales, aunque esto solo sea ocasional, pues la misión de quien escribe para el público debe tener siempre un enfoque social, o de diversión o educativo.
El cursor lleva un buen rato titilando, creo es momento de guardar el archivo y despegarme de las letras y los pensamientos por un rato…..
Gris atigrado es como suelen llamarle al pelo de ese tipo de gatos, nuestro personaje a quien sus compañeros humanos le llamaron Hugo, tenía esa agilidad, indiferencia y elegancia propias de su especie.
Hugo tenía a su disposición una pequeña puerta en una de las ventanas de la cocina, por donde podía salir y entrar a su gusto y lo hacía continuamente, para irse a hacer lo que sea que hacen los gatos domésticos cuando salen al mundo exterior y se encuentran libres; pero generalmente estaba temprano en la mañana, a la espera que su dueño le sirviera su comida.
Aquel suburbio de Chicago sufría los embates de calor y frio extremos, propios de aquella región y esa noche amenazaba una buena nevada, pero aun así Hugo salió y, por la mañana, su humano se extrañó de no verlo llegar a la hora de su alimento matutino y pensó -Este Hugo ha de andar de vago, pero no debe tardar. Sin darle mayor importancia siguió su rutina diaria y en la tarde, al llegar del trabajo, encontró el plato de Hugo aún lleno y eso le alarmó, por lo que le comunicó el hecho a su esposa, quien le confirmó que desde el día anterior no lo había visto. A pesar de que no había parado de nevar, ambos salieron y recorrieron las calles llamándolo por su nombre, sin que el minino apareciera.
Al siguiente día la nieve había cesado de caer, pero se había acumulado en los jardines y techos, los vecinos se afanaban en quitar esa sólida humedad de sus
banquetas y accesos a las cocheras. Los humanos de Hugo hicieron lo mismo y luego, cansados por el esfuerzo de palear nieve, continuaron con su rutina de buscar al felino desaparecido, llamándolo insistentemente sin resultado.
El día siguiente sucedió algo especial: mientras recorrían la calle llamando a su mascota, un vecino, al enterarse de su situación, les dio algunas indicaciones: los gatos no suelen alejarse de un territorio de cuatro cuadras de la casa y también les dio un consejo algo extraño: -cuando vean a un gato pregúntenle por Hugo.
Así nuestros amigos continuaron recorriendo las calles voceando al minino extraviado y, en un momento dado, apareció frente a ellos un gato moteado que vivía en casa de unos vecinos, se les quedó viendo fijamente y ellos sin dudarlo le preguntaron por Hugo, el gato no dejaba de verlos y mover parsimoniosamente la cola. A los pocos minutos aparecieron otros dos felinos, quienes adoptaron la misma actitud que el negro y, poco tiempo después, los tres gatos se fueron.
Los humanos, intrigados, se vieron con gesto de extrañeza y siguieron su recorrido. A los pocos minutos escucharon la respuesta a su reclamo, – ¿lo oíste? – ¡Sí!, contestó el otro y señalando hacia el sendero que conducía a la cochera de una casa, dijo: – se escuchó por ahí.
Se acercaron a la cochera y ahí escucharon claramente el maullido de Hugo respondiendo a su llamado. Fueron hacia la casa y tocaron insistentemente, pero no obtuvieron respuesta, preguntaron a los vecinos, quienes informaron que en esa casa vivía sola una mujer mayor que desde hacía unos días, había salido de la ciudad para pasar las navidades con una hija.
Ante tal situación volvieron al garaje y, haciendo un esfuerzo, lograron levantar un poco la cortina corrediza que cerraba la cochera y de ahí salió Hugo maullando de agradecimiento, había perdido peso y una gorda garrapata se encontraba entre el pelo de su cuello alimentándose con la sangre del felino.
Una visita al veterinario y unos días de descanso y comida y Hugo estaba recuperado, siguiendo en sus andanzas noctámbulas, muy posiblemente con el moteado y los otros dos felinos que ayudaron a los humanos a rescatarlo.
Luego de los días festivos, los dueños de Hugo, fueron a la casa en cuya cochera había quedado atrapado Hugo y explicaron a la vecina lo que había ocurrido, ella les comentó que pocas veces utilizaba el coche y que dos días antes de irse con su hija había salido en el, para ir de compras y al volver había cerrado la puerta.
Hicieron cuentas, de lo que resulto que el vago minino había quedado encerrado en aquel lugar por cinco días, bajo las gélidas temperaturas que suelen darse en invierno por esas latitudes, esperemos que haya aprendido la lección.