En el segundo piso del edificio que albergaba el ayuntamiento de la ciudad de Nueva York, se encontraba reunido el tribunal que debía juzgar aquel caso tan sonado; el espacio para el público se encontraba completamente lleno, los miembros del jurado habían salido del salón para deliberar y en ese momento salían, el juez había sido estricto con ellos al hacerles ver que:
– El acusado ha aceptado que ha violado la ley y nadie puede estar encima de esta –
El gobernador Cosby, nombrado por la Corona Inglesa, no era una persona querida en la ciudad portuaria, desde su llegada de Inglaterra, la corrupción y los abusos fueron parte del actuar diario de este señor y un valiente impresor que no hacía mucho había llegado de Alemania, John Peter Zenger, publicaba un periódico llamado New York Weekly Journal en el que, bajo diversos seudónimos, entre ello CATO, atacaba las políticas del gobernador.
Varios amigos se unieron con Peter Zenger para utilizar la prensa como herramienta de combate a las malas prácticas del Gobernador Cosby, el que, molesto, decidió encarcelar a Zenger; nueve meses duró nuestro amigo impresor detenido, durante ese tiempo su valiente esposa iba a visitarlo a la cárcel, en donde el le pasaba más escritos hechos a manos, que luego se imprimía y repartían entre la población.
El gobernador Cosby estaba decidido a acabar con Zenger y para esto, tenía cartas bajo la manga: trató de formar un jurado adecuado a sus intereses, pero los abogados del periodista, lograron cambiar el jurado y este se integró por doce personas, ciudadanos que, como la gran mayoría de los neoyorquinos, tenían animadversión hacia el gobernador Cosby.
El caso sería manejado por él juez Delancey, quien debía su puesto al gobernador y por ende era su cómplice en esa trama; por su parte, Zenger había nombrado como defensores a dos reconocidos abogados de Nueva York: James Alexander and William Smith, miembros del partido popular; pero el juez Delancey los consideró incompetentes para la defensa y nombró a un defensor de oficio sin experiencia, con lo que estaba casi segura la condena del impresor Zenger.
Así las cosas, se veía difícil la situación de impresor acusado, pero el mismo día del juicio, para sorpresa del gobernador y sus cómplices, de entre el público presente se oyó una fuerte y segura voz que mencionó ser el defensor de Zenger: se trataba de Andrew Hamilton, un famoso abogado de Filadelfia que había sido contratado por los amigos del reo y el juez, se vio obligado a aceptar la defensa de este señor.
El jurado había vuelto, luego de deliberar por 10 minutos, el Juez Delancey le pidió su veredicto. El presidente del Jurado dijo con voz clara “encontramos al acusado inocente”
Los presentes en la sala del tribunal lanzaron gritos de júbilo y estos llegaron hasta la multitud que esperaba afuera del edificio donde las exclamaciones ensordecieron cualquier otro ruido que produjera aquella populosa ciudad colonial en aquel año de 1735.
La resolución que se dictó en ese juicio constituyó un importante antecedente para que las Libertades de pensamiento y expresión, fueren consignadas décadas después como uno de los más robustos pilares de las democracias actuales, veamos los antecedentes:
En 1275 el Parlamento Inglés determinó la prohibición de cualquier expresión que pudiera enfrentar al pueblo con el rey, esto evidentemente sólo se refería a la palabra hablada, pues el acceso a la palabra escrita era limitado a muy pocas personas, pero esto cambió con la invención de la imprenta de tipos móviles a mediados de los 1400s, dado que esta herramienta permitió que el acceso a la palabra escrita se multiplicara, lo que vino a modificar la reglamentación sobre la expresión de las ideas, las monarquías en general, incluyendo la inglesa, instauraron un fuerte control sobre la prensa escrita, a grado tal que no se podía poseer una imprenta sin el permiso real y todo lo que en ella se publicase debía de pasar por la autorización de los funcionarios de la corona.
La oficina del rey de Inglaterra para controlar la prensa escrita, legisló un nuevo delito que se conoció como Calumnia Sediciosa, que consistía en la circulación de escritos que criticasen al rey o sus funcionarios de tal forma que pudiesen poner al pueblo en contra de aquellos, sin importar que lo que se dijese fuera verdad. Esta regla se continúo aplicando por los tribunales ingleses y de sus colonias durante los siguientes siglos.
En el juicio de que hemos venido hablando, el abogado Hamilton, en sus argumentos, para poner al jurado a su favor, sacó a relucir viejos agravios de la corona hacia los colonos de América y luego concluyó atacando el delito de calumnia sediciosa diciendo que los ataques de Zenger correspondían a la realidad y dijo a los jurados, -… ahora son ustedes quienes deben dar testimonio de la verdad…- y más adelante argumentó -… decir la verdad no puede ser delito, pues esto no causa daño al pueblo, por el contrario, lo que daña al pueblo son las leyes que impiden a los ciudadanos criticar al gobierno y decir la verdad sobre las malas autoridades –
Fue este juicio precedente de la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos de que protege, entre otras, las libertades de expresión y de prensa y de lo establecido en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano emitida durante la Revolución Francesa en 1789, que menciona: “La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos del Hombre; por consiguiente, cualquier Ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, siempre y cuando responda del abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley”
Ahora la Libertad de Expresión junto a su hermana la Libertad de Prensa, consisten en pilares de los gobiernos democráticos y, mientras existan, serán elementos que impidan los abusos de poder y la corrupción, por esto que el gobernante tirano o deseoso de poder se exhiba como un enemigo acérrimo de estas libertades y quienes la ejercen.
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