Más de un millar de gente camina desde muy temprana hora para llegar a tiempo. Con escobas y baldes en mano, se abren paso entre las personas que solo pasean por la famosa “Feria del Hueso”. Llegan puntuales a su cita en el Panteón de Dolores. Los más ancianos casi de memoria caminan entre tumbas y lápidas para llegar a su destino; es hora de comenzar a limpiar lo que hoy es el hogar de sus seres queridos, aquellos que sin prisa dijeron adiós y hoy sus restos descansan debajo de kilos de tierra, algún recuerdo con su nombre y la fecha de muerte.
El panteón de Dolores fundado en 1902, es el recinto más antiguo de este tipo en la ciudad de Chihuahua. A pesar de iniciar con el siglo, llama la atención que algunas de las tumbas conservan sus canteras originales y éstas datan de finales de 1800. Son tumbas preciosas, cada una con detalles singulares, muchas en estado de abandono, sin embargo, no dejan de sorprender al visitante por sus acabados y epitafios, incluso formas.
En esos espacios reposaron personajes ilustres de la historia. Uno de ellos considerado el único santo de Chihuahua, es el padre Maldonado; además estuvieron políticos, revolucionarios, personajes de alcurnia, empresarios y comerciantes; abuelos, tíos, y en una gran extensión aparte, niños y bebés; hay familias enteras.
El panteón es uno de los personajes relevantes de leyendas e historias que han pasado de boca en boca a lo largo de los años. Es visitado los 365 días del año, pero cada 2 de noviembre se llena de personas que llegan a darle una “manita de gato” a las tumbas de sus familiares y conocidos. Así mismo, llegan de visita varios curiosos a observar las tumbas y sus decoraciones que en muchas ocasiones pueden considerarse incluso, una obra de arte.
Pero ¿Por qué el 2 de noviembre y no otro día del año? Este día es aprovechado por los mexicanos para celebrar a aquel personaje que no distingue a los seres humanos por sus características; no importa la clase social, el género, la edad, los rasgos físicos o la causa; llega y sin importarle, se apropia de cualquiera: la muerte.
El 1 y 2 de noviembre son las fechas señaladas por la Iglesia Católica para celebrar la memoria de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos.
La esencia más pura de estas fiestas se observa en las comunidades indígenas y rurales, donde se tiene la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches para disfrutar los platillos y flores que sus parientes les ofrecen.
Las ánimas llegan en forma ordenada: el 1 de noviembre, o Día de Todos los Santos, esperan a los más pequeños, aquellos que nacieron y murieron pronto, cumplieron su cometido y fueron llamados, algunos incluso, sin alcanzar a recibir el primer sacramento. Luego el día 2, llamado Día de Muertos, los visitantes reciben a sus Fieles Difuntos. Con ellos comparten el pan y la sal. Previamente han limpiado y decorado el espacio para la celebración. Son momentos de recuerdos, de reflexiones, de llantos, de agradecimiento, de convivencia.
Esta costumbre es mas frecuente en el sur de México, acá en el norte, gracias a la frontera y a que algunas tradiciones han dejado de ser cumplidas por las nuevas generaciones, la muerte pierde interés.
No obstante aun existen familias enteras que se dan el tiempo de ir y visitar a sus seres queridos. Algunos rezan el rosario, otros contratan músicos, unos más, entre sollozos y lágrimas dedican algunas palabras, les susurran a sus difuntos, pero fuera de los panteones se vive toda una verbena: la tradicional “Feria del hueso”.
“Si pues si no estuvieran los puestos aquí, yo creo la raza ni venía, oiga“; comenta la señora María de los íngeles mientras mastica un pedazo de caña de azúcar.
La calle 16 se cubre de puestos, comida, olores de flores, gritos de vendedores ambulantes, incluso, servicios funerarios es todo lo que se puede apreciar en los kilómetros que abarca la feria.
Así es como se vive en Chihuahua un 2 de noviembre, Día de Muertos.