Cada 21 de marzo los mexicanos celebramos el natalicio de Benito Juárez, un símbolo de la patria y de nacionalismo mexicano; para muchos el benemérito de las Américas, y es que si es merecedor de reconocimiento, pues hizo de nuestra nación un lugar libre, soberano y laico. La historia se ha vuelto un teléfono descompuesto y nos hemos llenado de información que acredita o desacredita la gestión como presidente de México, aunque algunas fuentes no llegan a ser tan confiables.
Desde niños nos han enseñado la importancia que Benito Juárez tiene para el desarrollo y cambio de nuestro país, haciéndonos hacer biografías, representaciones teatrales, poemas, dibujos y cuantas cosas más para honrar el trabajo de este hombre. Nacido en un pueblo apartado en Oaxaca, desde niño siempre sostuvo ese impulso por crecer y hacerle un bien a su país, es una representación clara del esfuerzo y que nuestros mandatarios pueden venir del punto menos esperado.
Convirtiéndose en una esperanza para todos los jóvenes que buscan salir y crecer hacia un lugar mejor, y estando ahí, ayudar a los que fueron y son iguales a él o ella. Las leyes de reforma fueron su mayor mérito permitiendo separar a la iglesia del estado, o en otras palabras, desenlazar los asuntos e instituciones gubernamentales de la influencia del clero y viceversa; asegurando así la laicidad y soberanía de la nación.
Hoy en día su imagen e influencia es parte esencial del sexenio actual y, para el presidente Andrés Manuel López Obrador, un estandarte; su nombre es parte de calles, instituciones, programas de ayuda y su cara es impresa en los billetes de 20 y 500 pesos. Por su parte, en Chihuahua, contamos con una residencia donde el paso sus últimos años como presidente, refugiándose en el estado grande, dejando una huella que hoy puede ser conocida por todo habitante de la región y de cualquier otra parte del mundo.