EL SENTIDO UTILITARIO DE LA MORAL DESDE GILLES LIPOVETSKY

Desde la visión de Gilles Lipovetsky veremos la realidad utilitaria que nos rodea, como personas éticas y morales…

Lovesky

EL SENTIDO UTILITARIO DE LA MORAL DESDE GILLES LIPOVETSKY

Estamos en una época con características muy particulares, existen grandes avances científicos y tecnológicos, los cuales han aumentado en gran manera, especialmente en las últimas décadas. Estos avances han marcado la cosmovisión del mundo, involucrando no solo al campo de la medicina, en donde cada vez existen tratamientos más efectivos en el combate de diversas enfermedades, o al campo laboral, en el cual las actividades primarias ya no son la única forma de obtención de recursos económicos, sino de igual manera han penetrado en la forma en como convivimos con los demás, esto involucra en gran medida la forma en cómo son concebidos en nuestra mente. Esta concepción está, en gran medida, influenciada por la información que recibimos de diferentes medios de comunicación.

En la actualidad el ser humano es visto como un consumidor de bienes, servicios y objetos. La comunicación se centra en la promoción de objetos, que son útiles, para suplir cualquier necesidad, que muchas veces han sido creados por el proveedor de la misma. Lo socialmente valioso o deseable, deja de ser abstracto, para convertirse en tangible. El bienestar de hombre, no está en sí mismo, sino fuera de este. Desde la visión de Gilles Lipovetsky veremos la realidad utilitaria que rodea el medio en que nos desarrollamos como personas éticas y morales.

Parece que el pensamiento Socrático, ya no “sienta” en esta época, porque ha dejado de ser útil. La virtud, ya no está en el conocimiento, sino en los objetos. En la visión socrática, la virtud es lo deseable, mientras que el vicio es lo aborrecible. Para lograr la condición virtuosa, resulta necesaria la examinación de uno mismo, “La vida que no ha sido examinada no es vivible para el hombre”(Rowe y González Aramburo, 1993, p. 47), con ella el hombre puede conocer, lo virtuoso y deseable en sí mimo.

Esta idea parece bastante interesante, la reflexión, el autoanálisis, la introspección resultan necesarias para el logro de lo deseable, de la virtud, de lo que al hombre le hace bien. En una época posmodernista caracterizada por un continuo ir y venir, parece imposible, algunas veces, dedicar un tiempo para sí, y aún más difícil dedicar tiempo para el análisis de sí mismo. Al parecer lo que hace bien no se encuentra dentro del hombre mismo, sino fuera de este, la moda, la tecnología, el placer y la comodidad, se encuentran fuera del mismo hombre.

El hombre tiene que trabajar horas extras, para poder conseguir el disfrute —en el poco tiempo que goza— de objetos o sensaciones que está fuera de él. Quizá el hombre, en esta época, se caracteriza por un vacío, como dijese Lipovetsky “El vacío del sentido, el hundimiento de los ideales no han llevado, como cabía esperar, más angustia, más absurdo, más pesimismo” (Lipovetsky, 2002 36) ese vacío piensa ser llenado, con algo que está fuera de él, algo material o sensitivo.

Las personas han sido vistas como objetos o cosas. Es cada vez es más frecuente, escuchar a grupos sociales, luchando por la descosificación de la mujer. En el ámbito laboral, los empleados dejan de ser personas, para ser máquinas que trabajan a marcha forzada, sin descanso, y sin prestaciones sociales, ya que las maquinas u objetos, no necesitan de ellas. Parece, paradójica, esta idea en donde el humano, pasa a ser objeto de otro humano, debido a la coerción o el poder, que este ejerce sobre él. Tal parece que el bienestar, depende de la explotación o cosificación del otro, y no del valor que el otro tiene para sí mismo.

Desde esta perspectiva el humano tiene valor para el otro (regularmente el poderoso) en la medida en que este satisface sus deseos o sus necesidades, y no en el valor intrínseco de cada ser humano. El otro deja de ser valioso, para ser útil, lo útil no es una característica propia de lo humano, una máquina es útil en la medida que cumple su función, cuando deja de cumplirla no es útil, y, por tanto, puede ser sustituida por otra, que cumpla su función o una función extra a esta.

Esta visión viene gestándose desde la Revolución Industrial, donde el trabajo artesanal es remplazado por la manufactura a grande escala. La persona deja de ser necesariamente humano, convirtiéndose solo en algo útil. Esta visión utilitaria no únicamente ha estado presente en lo referente al aspecto laboral, sino que ha ido, más allá, al aspecto moral del hombre.

El yo llega a ser el protagonista, el otro solamente existe en la medida que es útil, y en una relación desigual, en donde el otro puede ser persona o cosa, no importa, solo importa en la medida que cumpla su cometido, su función, para lo que es útil. Desde esta perspectiva, el centro del bienestar está en mí y no en el otro, ya que este puede dejar de ser, de ser útil.

De esta perspectiva centrada en el yo, se desprende una visión moral igualmente centrada en el yo. El yo es el regulador y referencia, enmascarado de un discurso en el bienestar del otro, en palabras de Lipovetsky “La autonomía moderna de la ética ha elevado a la persona a la categoría de valor central, cada individuo tiene la obligación incondicional de respetar a la humanidad, en sí mismo, de no actuar contra el fin de su naturaleza, de no despojarse de su dignidad innata”(Lipovetsky y Bignozzi, 2002, p. 81). Si el individuo tiene la obligación de respetar a la humanidad en sí mismo, entonces, él ocupa el lugar de la humanidad, de tal manera podría decirse que la humanidad desaparece y únicamente existe el individuo. La humanidad pasa a estar supeditada al individuo, y, por lo tanto, no en igual condición del mismo.

Esta visión ética, en donde el individuo es el centro de la misma, está ampliamente difundida en el discurso de educación formal, así como en los medios de comunicación, que intentan masificarla con sus slogans centrados en el yo. Dichos mensajes colocan al hombre como centro, solo existe él, y su bienestar solo está en él, y en el disfrute del otro como objeto o producto.

El otro existe en la medida que es útil, y, por lo tanto, no existe una responsabilidad hacia él, no existe un compromiso de cuidarlo, puesto que este puede ser cambiando o desechado en la medida que no es útil.  En la sociedad actual, “Los deberes a uno mismo, han sido salmodiados en igualdad con los deberes de justicia o beneficencia, es lugar común el realce de los principios relativos a la conservación y al perfeccionamiento de uno, a la higiene y al trabajo, al ahorro y al cultivo de nuestras facultades” (Lipovetsky y Bignozzi, 2002, p. 82).

Pese a este cambio de visión, nos seguimos encontrando con problemas morales, que atañen a nuestra colectividad. La moral posmodernista ya no está bajo la tutela de imperativos incondicionados, se despliega bajo el signo de los derechos subjetivos, del deseo, del trabajo de mantenimiento y de desarrollo de tipo “narcísico”.(Lipovetsky y Bignozzi, 2002, p. 82). Esta visión trae consigo dos marcadas tendencias, las que se centran en sí mismo, y las que se centran en el otro, ambas al parecer incompatible.

La droga deja de ser para unos (los centrados en sí mismos) un mal, para convertirse en un modo de recreación de la que el individuo puede gozar con base en sus derechos subjetivos, ya que el mismo se ha convertido en el gestor de sí mismo. Los otros, refiriéndonos a la familia, con los que convive cercanamente, dejan de importar, dentro de esta visión moral, sus sentimientos, sus pensamientos, y la forma en cómo afecta sus vidas, pasan a un segundo plano en esta relación desigual.

Que podemos decir del aborto, un tema tan controversial en estos días, en los cuales, la mujer ejerciendo sus derechos subjetivos, puede decidir sobre la vida del otro, ya que el otro no es humano, por lo tanto, no existe como ser, es un producto, un producto no útil, en el cual al igual que los demás productos u objetos puedes ser desechados.

Esta moral caracterizada por un discurso elocuente y consistente, “en donde las obligaciones internas categóricas están obsoletas, pero la nueva cultura sanitaria y profesional no deja de fortalecer la interiorización de las normas colectivas”.(Lipovetsky y Bignozzi, 2002, p. 84) se torna en una moral subjetiva, donde el bien del otro está supeditado a mí bien, deseo u opinión.

En esta moral utilitaria, el bienestar depende del goce y del disfrute del otro, como objeto, la relación se torna en utilitaria más que igualitaria. Al parecer, en esta perspectiva existen dos clases de egoísmo, el socialmente aprobado, promovido por los mass media, y el egoísmo socialmente desaprobado, el cual está caracterizado por la violencia, asesinatos, robos e ilegalidad, en el cual el que lo practica es visto como un delincuente, alguien indeseable para el grupo social.  Podría decirse que este último egoísmo es una manifestación menos sutil, de la búsqueda del “bienestar”, del placer del individuo centrado en sí mismo.

El egoísmo es la cara opuesta del bienestar del otro, de la importancia del otro, del respeto al otro, de la necesidad del otro. Para el egoísta, solo existen sus demandas, sus necesidades, sus intereses, su satisfacción, sus deseos, los otros existen en la medida en que son útiles. La responsabilidad hacia el otro, la compasión, la empatía, pasan a ser dulces y conmovedoras palabras en los discursos elaborados para grandes escenarios.

La contaminación ambiental, otro tema muy en boga, es una muestra muy clara de este fenómeno social, la fauna marina es destruida por agentes contaminantes, productos de grandes empresas que buscan satisfacción del otro —en una relación utilitaria— en donde el discurso del bienestar es constante, pero la realidad es, la búsqueda de la ganancia económica a gran escala.  Este egoísmo sutil, no solo se encuentra en las grandes empresas, también puede encontrarse en aquel individuo que ayuda a las personas más vulnerables, para ganar un favor de las mismas.

Dentro de esta perspectiva moral, se encuentra una carencia de la responsabilidad hacia el otro, de ello, no resulta extraño que la indiferencia o el odio, estén muy marcados en nuestra sociedad actual. Pese a siglos de lucha contra la igualdad de derechos, el racismo, no deja de existir en diferentes sectores de la sociedad, caracterizado por un odio hacia el otro. En palabras de Martin Buber, “El odio, es por su naturaleza ciego. Sólo puede ser odiada una parte de un ser. Quien percibe un ser en su totalidad y está constreñido a repudiarlo, no se halla más en el reino del odio, se encuentra en el reino de la limitación humana de decir Tú”(Buber, 2002, p. 17).  Para este autor, el Yo se complementa con el Tú, en una relación no utilitaria, sino igualitaria. El otro existe como persona, no como objeto de la cual puedo disponer o desechar, la decisión no solo se centra en mí.

El reconocimiento del otro como existente, en una relación igualitaria y no utilitaria, es lo que hace posible una vida moral. La referencia de la misma, se encuentra en el derecho del otro, en el respeto del otro, en palabras de Lévinas: “Es en la Ética, entendida como responsabilidad, en donde se anula el nudo mismo de lo subjetivo”(Lévinas, 2008, p. 79). La responsabilidad significa que el otro existe, no como objeto, sino como persona.  Soy responsable cuando busco el bienestar del otro, y entiendo que el bienestar del otro, está estrechamente relacionado conmigo mismo. Soy ético en la medida que entienda la relación, la existencia y la responsabilidad, con el otro, no sólo conmigo mismo. La visión moral posmodernista parece dar supremacía al bienestar propio, existiendo el bienestar del otro, sólo en papel y tinta, no dejando de ser un mero discurso que “sienta bien” en la conciencia colectiva.

Al parecer, la visión moral posmodernista, centrada en el yo, necesita un cambio de visión hacia una relación igualitaria y necesaria entre el yo y el otro. De esta reflexión se desprende la idea de que la esencia de la moral se encuentra en la relación, en la unidad del yo y del otro. La esencia de la Ética no es singular, sino plural, existe porque existe la colectividad, sin colectividad, no hay Ética o moral, y esta puede existir sólo en convivencia armónica, no en un grupo conformado con “Éticas” personales.

En la actualidad, frente a tantos cambios, en el pleno auge del mercadeo, no resulta extraño que las personas puedan ser vistas como cosas, como productos, y su valor radique en su utilidad.

El hombre es dueño de las cosas, se encuentra con ellas en una relación utilitaria, y puede desecharlas, o abusar de las mismas, en la medida que sus derechos subjetivos, lo permita. La regulación del mismo, deja de ser colectiva, para convertirse en individual.

La individualidad no es un referente Ético, en cuanto que la Ética existe en colectividad, en plural. De ello se desprenden nuevas reflexiones, en donde el otro sea persona, con necesidades, sentimientos, y deseos. El trabajo de la Filosofía consiste, justamente, en la reflexión constante, necesaria e imprescindible para una moral completa, una moral colectiva.

BIBLIOGRAFÍA

Buber, Martin. (2002) Yo y Tú. 1° ed. 3° reimp, Nueva Visión.

Lévinas, Emmanuel. (2008) Ética e infinito. A. Machado Libros, 2008.

Lipovetsky, Gilles. (2002) La era del vacío: ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Anagrama.

Lipovetsky, Gilles, y Juana Bignozzi. (2002) El crepúsculo del deber: la ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Anagrama.

Rowe, C. J., y Francisco González Aramburo. (1993) Introducción a la ética griega. Fondo de Cultura Económica.

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