Hace días amanecí distinta. No es el tipo de cambio que uno espera con ansias, sino uno que temo, que se espera que nunca llegue. Tuve un brote de lupus.
El lupus ha sido mi sombra silenciosa durante años, una enfermedad autoinmune que ataca a mis propios tejidos y órganos. Pero este brote es diferente. Es más severo, más implacable. La fatiga y el dolor se han convertido en mis compañeros constantes, cada movimiento es un recordatorio de mi condición.
Me desperté con un dolor agudo en mis articulaciones y un dolor de cabeza que no me dejaba pensar con claridad, una señal indiscutible que el lupus había despertado.
Miro por la ventana, el sol brilla con fuerza, pero para mí, parece como si el mundo se hubiera teñido de gris. Mi cuerpo se siente pesado, como si llevara una armadura invisible que me pesa y me retiene.
Con el brote, tuve que tomar una decisión difícil: dejar de trabajar, había comenzado a trabajar cuidando y bañando perros, mientras avanza el proceso de titulación, pensé que sería algo tranquilo y fácil, me sentía muy orgullosa y feliz, después de mucho tiempo estaba saliendo al mundo, en este momento se volvió inalcanzable, la idea de dejarlo me dolió, pero sé que necesito priorizar mi salud.
Además, la tediosa odisea de tener que agregar más a la ya difícil tarea de tomar tantos medicamentos, el día se hace corto para poder tomarlos, me cuesta repartirlos, pero creo que hasta ahora lo hago bien.
Mi familia siempre ha estado conmigo, sé que no estoy sola, ha sido una roca de apoyo inquebrantable. Me han sostenido en los días más oscuros y me han dado fuerzas para seguir adelante.
Mi doctor ha sido de gran ayuda, siempre mostrando gran empatía y comprensión, ha estado a mi lado en cada paso del camino, ayudándome a lidiar con los síntomas y a entender lo que está sucediendo con mi cuerpo. Su apoyo y su experiencia me ha dado esperanza en los momentos más difíciles.
Mis mascotas, con sus miradas llenas de cariño y sus lamidas llenas de amor, me han dado una razón adicional para levantarme cada día. Su presencia reconfortante y su compañía incondicional han sido un bálsamo para mi alma en los momentos más difíciles.
Así que hoy, cuando enfrento los desafíos del lupus, sé que no solo cuento con el apoyo de mi familia y los doctores, sino también con el amor incondicional de mis queridas mascotas. Ellos son mi fuerza, mi motivación y mi inspiración para seguir adelante.
Esta enfermedad puede ser una carga pesada de llevar, pero no permitiré que me defina. Soy más que mi enfermedad. Soy una luchadora, una persona resiliente y determinada.
Así que hoy, y todos los días, me levanto con valentía y determinación. Camino este camino con la cabeza en alto. Paso el día con los síntomas, pero también recordándome a mí misma de mi fortaleza. Aunque mi cuerpo esté en dolor, mi espíritu sigue fuerte. Me aferro a los buenos momentos, a las risas compartidas y a las pequeñas victorias.