El arte, como una búsqueda propiamente dicha de actividad estética, la podemos encontrar con las primeras grandes civilizaciones de la historia. Sin embargo, ya desde la prehistoria, el Homo sapiens buscaba realizar relieves, grabados y pinturas rupestres, así como pequeños objetos de bulto o esculturas, como las diversas formas femeninas genéricas llamadas posteriormente “Venus”.
Estas creaciones, si bien rudimentarias, las podemos considerar precursoras del arte debido a que poseen una belleza estética en su composición y en su creación. Si bien se cree que estaban muy asociadas a ritos mágicos, religiones incipientes e iniciaciones, no dejan de mostrar la búsqueda del ser humano por expresar afuera, aquello que dentro de sí causa un movimiento emocional, una reacción de inspiración e incluso de asombro, incertidumbre o miedo. Y eso es el arte. De acuerdo con la Real Academia, el arte es “la manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”1.
Gombrich, en su texto de Historia del Arte, que es quizás uno de los más conocidos, nos explica que el arte, al igual que el lenguaje, tiene un origen que se pierde en el tiempo. Y que el arte que conocemos hoy en día, no tiene el mismo origen ni la misma función que tuvo en la prehistoria. Para él, el arte rupestre no se hacía porque era algo bello para colocar en cierto lugar y observar, sino que era un objeto de poder a utilizar2. Es decir, para Gombrich, al ‘arte prehistórico’ no se le puede llamar del todo así. No porque no sea bello, sino que dichos objetos se crearon ante todo por una necesidad ceremonial, y no inicialmente como objetos que otorgaran placer al ser observados o como ‘decoración’3. Pero esto no quiere decir que no sean una manifestación del fenómeno humano, sino que la primera intención en su creación no fue lo que hoy entendemos como arte. Aun así, esto no quiere decir que estas primeras creaciones no sean parte de una búsqueda por interpretar lo imaginado de una forma exterior. En este caso, se cree que las pinturas en las cuevas eran una forma de invocar o conjurar a los espíritus de los animales, de quienes dependía su sobrevivencia. Y lo mismo se pudiera debatir en México, por ejemplo, sobre las estatuas de piedra de Tláloc, dios de la lluvia y el trueno, de quien dependía el temporal y las cosechas. Queda claro que la intención final de muchas esculturas religiosas/ceremoniales no eran artísticas, sino místicas, aunque de momento queda la duda, pues no existen registros por escrito de sus intenciones y la finalidad de muchos de estos objetos.
Es importante señalar que conforme más se desarrolla una cultura en el tiempo, mayor suelen ser las apariciones de manifestaciones y búsqueda de la estética. De cierta forma, es como si una vez cubiertas las necesidades básicas de protección y alimento, el ser humano pudiera ahora dedicarse a esferas superiores como el arte y más adelante la filosofía. Tal como lo explicaba Maslow en su pirámide de jerarquías de las necesidades humanas. Lo que pudiéramos llamar propiamente arte, es decir, creaciones cuya finalidad sea meramente estética, la encontramos en Mesopotamia (“tierra entre ríos”) comúnmente denominada la cuna de la civilización. Los bajorrelieves y las estatuas en los palacios, que muestran proezas como conquistas y cacerías, no tienen un objeto ritualista o religioso, sino más bien decorativo. Aunque también es verdad que servían como muestra de poder para quien visitara el palacio. Uno puede debatir que en realidad buscaban ser una forma de registro, pero de ser así, no necesitarían cubrir todo lo alto de la pared del palacio de Asurbanipal. Además, escenas como la leona herida, buscan crear un efecto en el observador, mas allá de simplemente registrar el listado de presas obtenidas en la cacería.
Posteriormente, vemos una continuación del arte en otra gran civilización: la egipcia. También desarrollada gracias a la presencia de un río, la cultura egipcia desarrolla mastabas, estatuas con la ley de la frontalidad, relieves y pirámides. Gombrich lo define adecuadamente al titular su segundo capítulo como “Arte para la eternidad”, ya que es precisamente la principal orientación del desarrollo del arte de esta cultura. Pero es quizás hasta que llegamos a la cultura griega, que vemos el completo esplendor de lo que el arte puede lograr en arquitectura y en escultura. Y posteriormente veremos cómo Roma y su imperio se apropian de las creaciones griegas para incluso mejorarlas gracias a sus habilidades de ingeniería para construir bóvedas, óculos, termas e incluso teatros sin la necesidad de una ladera. Su desarrollo del ladrillo y del hormigón o concreto llevará el arte de inspiración griega hacia un paso más adelante.
Para concluir, es de gran importancia recalcar que, si bien todas estas culturas utilizan las construcciones con una finalidad específica, cada vez más se busca la estética y la belleza en ello. Hasta culminar, por ejemplo, con los arcos del triunfo, que no tienen una finalidad práctica (no son habitables) pero que, gracias a su grandeza y belleza, cumplen una función artística y propagandística a la vez.
Bibliografía
Gombrich, E. H. 2000. The Story of Art. London: Phaidon.
Osborne, Harold (ed). 1992. The Oxford Companion to art. London: Oxford University Press.
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., https://dle.rae.es/arte
1Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, 23.ª ed.
2Gombrich, E. H. 2000. The Story of Art. pp. 39-40.
3Idem, p. 50.