La restauración en el arte requiere casi tanto talento como el artista original (¡si no es que más!) para poder ser capaz de hacerlo sin falsear la obra original. La diferencia entre los restauradores y el artista es que el primero debiera permanecer anónimo, aunque no siempre suceda así.
Múzquiz Barrera, en su Diccionario de los Términos de Arte y Antigüedades, nos dice entre otras cosas, que para que una restauración sea de calidad requiere ser realizada con materiales reversibles, que solo se reponga lo indispensable para la funcionalidad de la pieza, que la limpieza no arrase con las pinturas ni veladuras y quizás el punto que más quiero resaltar, “que no ofenda a la vista y a la vez ha de distinguirse”.
Esta última frase consta de dos partes que son extremadamente interesantes cuando hablamos de restauración, y que para que sea una excelente restauración, debe de contar con ambas características. Por un lado, que compagine con el resto del estilo, el color, la pincelada, el brillo, los materiales, etc., pero sin que se vuelva una parte indistinguible de la obra original. Hace algunas décadas, se buscaba restaurar de forma que la restauración fuera invisible. Sin embargo, corrientes más recientes consideran que es importante que el público sepa que es lo original y que es lo que ha sido restaurado, sin que la obra pierda valor. La forma más fácil de mostrarlo es con ejemplos puntuales.
En las siguientes fotografías, muestro una de las puertas de la Catedral de Salamanca. La fotografía no es tan clara como la realidad, pero donde he colocado unas líneas rojas se alcanza a percibir un cambio de color entre un tramo superior más oscuro y uniforme, de otro más claro y ligeramente moteado.
La parte inferior ha sido restaurada en 1993 debido a daños ocurridos a lo largo del tiempo y con motivo de la exposición de la Fundación Las edades del Hombre que eligió a Salamanca como sede. El restaurador quería mostrar al observador, que esa parte de la catedral había sido restaurada. Y no solamente lo hace por medio del color, sino dejando algunos guiños que indican que esa parte no puede ser contemporánea al resto de la construcción (1513 a 1733). Primero me coloco a cierta distancia, y posteriormente me acerco para mostrar detalles.
Ni el astronauta ni la especie de demonio o bestia con un cono y varias bolas de helado tienen sentido en una catedral con más de 300 años de antigüedad. Y así como esas, hay algunas otras figuras que no he añadido, pues considero que estas dos son el mejor ejemplo.
Algo muy similar ocurre con los vitrales de la Catedral de Segovia, que muestran, de una forma sutil, pero original, aquellos aspectos o partes de la obra que han sido restaurados. Si bien el tríptico de vidriera, la Adoración de los Reyes de Pierre de Chiberri es del 1548, la ventana donde Salomón recibe a la Reina Saba está restaurada y en su cofre observamos monedas de bitcoin.
En ambas catedrales hemos podido comprobar como a pesar de introducir elementos novedosos, es solamente hasta que el espectador se acerca de forma deliberada a observar los detalles que puede notarlo. El lector podrá pensar que son muy obvios, pero esto es porque ya han sido señalados. Dentro del patrón general, la gran mayoría del público no repara en ellos. Así que, como dice Múzquiz Barrera, no ofende (pues encajan dentro del patrón general de la obra) y a la vez se pueden distinguir.
¿Pero qué sucede cuando una restauración no está bien realizada? Pues sucede que el restaurador/a suele dejar el anonimato y esto implica que algo ha salido extremadamente mal. El mejor ejemplo, y uno de los más populares, es el de septiembre del 2012. El pequeño pueblo de Borja, de la provincia de Zaragoza, con apenas poco más de 5,000 habitantes, se volvió el centro de atención a nivel mundial debido a una restauración que no cumplió con nada de lo que hemos señalado para que sea un buen trabajo. Falseó por completo la obra anterior, no se compaginó el estilo, no fue hecha con materiales reversibles y sobre todo ¡que si ofende a la vista y es totalmente distinguible para cualquiera que lo observe!
Cecilia Giménez, una señora de 81 años, aficionada a la pintura, pero que no es una restauradora profesional, se ofreció a reparar la obra de 1930 y que se realizó con óleo sobre el yeso de la pared del Santuario de la Misericordia. La restauración, si se le puede considerar como tal, fue un fenómeno en internet, y el caso trascendió tanto que en páginas como Wikipedia, se le asigna la creación de obra tanto a Elías García Martínez, el pintor original, como a ella. Porque en realidad son dos obras diferentes. Afortunadamente, cada vez existe mayor concientización de la importancia de una buena restauración que sea respetuosa y preserve el patrimonio para las futuras generaciones. Y por qué no, si están bien hechas, que incluso guarde alguna pequeña sorpresa para el observador atento.
Referencias:
Múzquiz Barrera, Rosa Irene. (2002). Diccionario de los Términos de Arte y Antigüedades. Armuza Impresores.
Harwood, Buie et al. (2012). Architecture and Interior Design. An integrated history to the present. Prentice Hall.