Para todos aquellos que digan que en Chihuahua no hay mucho que visitar, algunos alumnos de la licenciatura en periodismo (sexto semestre) les decimos que pueden estar en un error, a tan sólo 10 km de la capital del estado, se encuentra la bella comunidad de Santa Eulalia, una población rica en historia, geografía impresionante y una hospitalidad digna de ser recordada.
Lo que en un principio era un viaje escolar, planeado para realizar una visita a Santa Eulalia y a uno de sus talentosos hijos, José Luis Beltrán, escultor reconocido, se convirtió en una visita a los orígenes de nuestra historia.
Apenas llegando a las calles de Santa Eulalia emprendimos un nuevo camino hasta Santo Domingo, que está situado en el Municipio de Aquiles Serdán, a solo unos minutos de Santa Eulalia, planeando dar un pequeño recorrido por aquel pueblito enclavado en los cerros para volver temprano a tocar las puertas del escultor en su taller de Santa Eulalia.
Santo Domingo está apostado a 1,840 metros de altitud sobre el nivel del mar, es una población turística de aventura, tiene atracciones interesantes, como lo es el rappel, las tirolesas y puentes colgantes, actividades que pueden disfrutar toda la familia.
Subimos a Santo Domingo con la promesa (que hicieran mis compañeras Rosalba y Nohemí) de ver un tétrico templo desierto y una escuela primaria abandonada, de épocas cuando el poblado era fructífero por su minería. Descendimos de la camioneta solo para ver que tendríamos que subir una escalinata imposible que sirve de camino hacia el templo y la escuela.
Un paisaje impresionante al final del camino valió el esfuerzo de subir aquella escalinata de cemento y barandales verdes, en la punta de ese cerro se encuentra un templo sin santos, sin Cristo, sin nada más allá de sus paredes y su madera, que está cayendo poco a poco en ruinas. No obstante no ha perdido ese encanto de templo antiguo, templo de pueblo, con todo y estar abandonado a la buena de Dios, en sus paredes hay vestigios de personas que lo han visitado, “Marcela y Juan”, “Lety, Carlos y Michel estuvimos aquí”, “no raye las paredes por el amor de Dios, cuidemos nuestro templito”.
El santuario realmente tiene pinta de atractivo turístico, llama al vagabundeo, tiene un coro al que le faltan ciertas tablas en el suelo, escaleras que llevan hasta la cima y son para verdaderos aventureros, puesto que crujen y amenazan con derrumbarse. Como ejemplo quedó nuestra maestra que no flaqueó ante la interesante propuesta de echar un vistazo a todo el templo, incluso ante el peligro.
Justamente detrás del templo de Santo Domingo está ubicada una escuela aún en mayores ruinas, hecha de adobe y cimientos de piedra, la Escuela de la “Potosí Mining Company”, data del siglo pasado, según las letras que rezan en su puerta, la escuela fue fundada en 1918.
A principios de mil novecientos, durante la época de Porfirio Díaz el desarrollo de la minería en aquellos cerros fue impresionante. En Santo Domingo se estableció una colonia para los trabajadores y sus familias, la cual contaba con una escuela, una escuela que se nos presentó como otra oportunidad de caminar y cambiar un poco de rol, de estudiantes de periodismo pasamos a ser un tanto exploradores de ruinas, arqueólogos.
Nos tomamos muchas fotografías, cómo no (documentación fotográfica, se justifica por nuestra carrera), la maestra hacía a veces de guía y a veces parecía más una compañera, una joven llena de vitalidad para ir a recorrer y descubrir más rincones.
Mientras reconocimos que ya nada teníamos que hacer arriba de ese cerro, a alguno se le ocurrió la idea de ir a visitar los otros atractivos turísticos de Santo Domingo, su parque de aventura con tirolesas, puentes colgantes, rappel y esas cosas.
¿Cómo llegar hasta allá? Primero desciendes de nuevo las escaleras que con tanto esfuerzo ascendiste y llegas hasta el mismo punto en el que iniciaste, en la camioneta de viaje de la UACH, nos vemos los unos a los otros como interrogándonos si será realmente buena idea la de ir a otro lugar, ya que tenemos la obligación de regresar a Santa Eulalia a buscar al escultor.
Antes que nada, Marco, un compañero inquieto, camarógrafo, editor, locutor y quién sabe cuántos talentos más, tiene muchísimas ganas de ir al baño, yo le digo que vayamos a una casa a pedir el baño, en esas tierras la gente es hospitalaria, debe serlo. Luego de decidir ir al pequeño baño que tienen en el único kínder del pueblo y estar físicamente preparados para emprender una caminata aún más larga, comenzamos el camino, es de terracería y bordea un cerro, allá todo es cerro claro está, caminamos y caminamos más, pero de nuevo vuelve a valer la pena el desgaste de suelas, a mitad del camino ya podemos observar la ciudad de Chihuahua en miniatura, calles, edificios, todo un croquis de Chihuahua se perfila ante nuestros ojos, la vista desde esa altura resulta magnifica.
Al final del camino nos encontramos con que el parque estaba cerrado, quizá porque fuimos un viernes por la mañana y sólo abren los fines de semana o en realidad no supimos, no nos enteramos bien de la razón.
Ese viaje sirvió para salir un poco de la monotonía de hacer siempre lo mismo, en la misma ciudad, caminamos y comimos burritos en Santa Eulalia, no encontramos al escultor (se fue porque tenía más cosas que hacer), visitamos el museo comunitario, lleno de antigí¼edades y piedras bellísimas de las minas.
Da gusto salir en grupo, puede que eso nos ayude a romper barreras y unirnos más, es muy bueno dar caminatas y aprender que incluso una maestra algunas décadas más adulta que tú que apenas tienes veinte tiene más vitalidad, es divertido y refrescante visitar lugares abandonados, ascender por cerros, bajar agotado, para pensar que sería excelente volver, pero de verdad.