Cuento histórico: “Lo que no se supo de mí­”

  Mi nombre es Eduardo de la Vega ívila y ésta, es mi historia, la que nunca a nadie le conté: En el año de 1968 tení­a 21 años…

 

Mi nombre es Eduardo de la Vega ívila y ésta, es mi historia, la que nunca a nadie le conté: En el año de 1968 tení­a 21 años y viví­a en la Ciudad de México, pero nací­ en Urique, allá en la sierra de Chihuahua, donde se viví­a más feliz; en lo verde y con animales. Bien, terminé mudándome a Chihuahua, en mi adolescencia, para terminar la secundaria. A los 18 años, en el año de 1965, me fui a la Ciudad de México.

Esto que te cuento es desde el principio, para que entiendas toda esa serie de acontecimientos que me hicieron cambiar de visión hacia la vida, a la que anteriormente tení­a, y como te decí­a me fui a vivir al Distrito Federal porque mi papá consiguió un trabajo en una fábrica de plástico que era de un amigo suyo que conoció en la secundaria en Chihuahua. Le ofreció trabajar para él en la fábrica  y mi padre no se echó para atrás. Aquí­ comienza mi historia junto con mi padre Ramón y mi madre Alicia de Jesús.

Ramón era un viejo gruñón que preferí­a vivir todo el tiempo en la fábrica que estar con nosotros. í”°l era alto con rasgos muy fuertes y marcados. En ese entonces mi padre me empezó a enseñar lo que hací­a en la fábrica de plástico para que cuando el muriera yo trabajara en su lugar, me pagaban una miseria y trabajaba de auxiliar los fines de semana. Por supuesto yo no querí­a terminar en esa horrible fábrica, nunca lo hice por necesidad.

Mi padre era un buen hombre, trabajador pero muy conformista, mi madre odiaba eso de él. Cuando yo era adolescente solí­a charlar algunas veces con él, hablábamos de cosas simples, y recuerdo cuando lo veí­a recostado en el sillón viendo en televisión el programa Pájaro Madrugador y las apariciones de nuestro entonces presidente Gustavo Dí­az Ordaz, en ocasiones aprovechaba para acercarme a él. Lo extrañaba cuando no lo veí­a en casa, pero luego me acostumbre a su ausencia. Recuerdo que solí­a recitarme una estrofa del poema de José Alberto Machado “Caminante no hay camino, se hace camino al andarí¢â‚¬â„¢í¢â‚¬â„¢ en lo cual se basarí­a mi futuro, pero la verdad nunca entendí­ lo que me quiso decir. El tiempo me lo dijo todo.

Mi madre, en cambio, era totalmente diferente a mi padre; nació en Chihuahua pero sólo terminó la secundaria, conoció a mi padre a los 16 años. Ella tení­a unos enormes ojos negros como la noche, de carácter dulce pero no confiaba en la vida, ya que en cualquier momento “O te puede patear o tender la mano” así­ decí­a ella, tení­a una forma de pensar un poco pesimista en la organización, la economí­a, el gobierno o cualquier cosa que tuviera que ver en la forma como se viví­a en México.

Ella trabajaba como repartidora de periódico, para el periódico Excelsior, también escribí­a poemas y pequeños artí­culos de opinión; le encantaba su oficio, pero recibimos algunas amenazas de anónimos para que dejara de publicar y tuvimos que mudarnos de apartamento. Dejó de escribir artí­culos de opinión y se dedicó a escribir únicamente poemas con la misma esencia de siempre; eran fuertes y hasta crueles, pero eso sí­, jamás dijo algo que no fuera cierto y no porque fuera feo nuestro paí­s si no porque le parecí­a que se viví­a de una manera miserable. Ella despreciaba eso. Salimos adelante juntos, yo siempre la he admirado porque aunque estén las cosas muy mal, ella guardaba una sonrisa y siempre algo positivo para decir. Me inscribí­ en la UNAM, en Ciencias Polí­ticas y Sociales, pero mi papá nunca estuvo de acuerdo, él esperaba que yo fuera un médico, o algún inventor famoso. Recibí­ palabrerí­as de él diciéndome: -Morirás de hambre en esa carrera ¿Quieres ser como tu mamá? Yo la saqué de pobre- lo miré y lo único que pude hacer fue tener la cabeza baja, estaba seguro que a pesar de que me decí­a cosas duras hacia Ella, mi padre odiaba amarla tanto porque sabí­a que en el fondo de su alma mi madre era mejor persona que él.

Un dí­a de vacaciones de verano del 68 decidí­ escribirle a mi abuelo Jesús Modesto quien siguió viviendo en Urique; un ancianito de 80 años, muy sabio, él me enseñó a ordeñar vacas, me levantaba a las 5:00 de la mañana para alimentar todos los animales de la granja. Me cuidó de todas las enfermedades que me dieron como la varicela y las diarreas, con las que llegaba al punto de casi morir de deshidratación. Y como olvidar las cosas buenas,  sembrar y trasplantar todo tipo de plantas, él me decí­a que la vida humana debe de tratarse como a una planta. Le escribí­  para decirle sobre mi decisión de estudiar ciencia polí­tica, él siempre fue muy cercano a mí­, y querí­a saber que pensaba respecto a mi decisión. í”°l era mi segundo padre aunque puedo decir que es más padre él que el que me engendró.

Tres dí­as después me llegó la carta de respuesta, en mi sorpresa me percaté  que fue escrita por mi abuela y esto decí­a:

26 Julio de 1968.

Mi querido Eduardo, a tu abuelo y a mí­ nos enorgullece que persigas tus sueños, que sigas siendo ese mismo niño soñador de siempre, cualquier decisión que tomes nosotros te apoyaremos, me gustarí­a que vinieras a vernos, tu abuelo se encuentra muy enfermo y me ha pedido avisarte que quiere verte, pero me era casi imposible avisarte por el hecho de cuidarlo, tiene la presión alta y mucha fiebre, extrañamente vomita color amarillo y me preocupa, en dí­as se calma y en otros empeora pero por ahora está estable, ven lo más pronto posible y platica con él, le será bueno verte.

Y dime, ¿Qué tal están tus papas?

Y con eso concluyó mi abuela Lourdes, esa mujer tan í­ntegra y de ojos grises. Partí­ a Urique, no le respondí­ ya que con mi presencia le dirí­a todo, duré casi una semana en el ferrocarril hasta llegar a Urique, pero cuando pisé ese lugar parecí­a que lo habí­a dejado todo como antes, sin duda me sentí­a en paz y libertad. El corazón, en cambio, me decí­a algo, caminé hasta llegar a la casa de mis abuelos, cuando llegué y toqué la puerta me recibió mi abuela con un cálido abrazo, con besos, llevándome directamente hacia mi abuelo. El yací­a en su cama totalmente pálido y sudoroso, en cuanto me vio abrió los ojos, trató de levantarse pero lo detuve, me senté a su lado, lo abracé y le dije que lo habí­a extrañado, que lamentaba verle así­,  que me quedarí­a con ellos hasta que él se recuperara.

Pasé toda la tarde con él, en su habitación, y hablamos por largas horas mientras mi abuela estaba sentada tejiendo unos manteles con flores; Tomamos el té. Esas dos semanas más que estuve ahí­, mi abuelo creyó que yo tení­a que hacer algo para arreglar a México. Querí­a que le cumpliera una promesa, para mí­ las promesas son sagradas; querí­a que cambiara a México, y a partir de ese dí­a cambió totalmente mi vida. Yo creo que el destino ya está escrito para cada quien, todos tenemos un propósito, aun no sé cual es el mí­o pero estoy preparado para afrontarlo y vivirlo que es lo más importante.

Y retomando, mi abuelo creí­a en mí­ y en lo que podí­a lograr, pero ¿Lograrlo de qué manera?

Ingresé por la mañana a su recámara, para llevarle el desayuno, vi en la orilla de su cama a mi abuela, sentada con camisón, llorando, mi abuelo estaba tieso, frí­o, seco, pero con una tranquilidad que asustaba curiosamente. Esa mañana no se escuchó ni un sólo pájaro cantar y los demás animales se encontraban serios, al punto de que apenas se moví­an. Creo que la muerte llegó por la noche y los animales la vieron pasar, la calaca no perdona a nadie. Mi abuelo Jesús Modesto sucumbió por la fiebre. Mi abuela y yo organizamos el sepelio, pocos asistieron, pero los necesarios. Mi mamá no pudo llegar a tiempo ya que el ferrocarril tardaba una semana en llegar a la estación de Urique mientras mi padre “Trabajando como siempreí¢â‚¬â„¢í¢â‚¬â„¢ no me sorprendió que no viniera, pero ¡Por Dios! era su propio padre.

Mi tí­a Blanca Azucena que no salió del pueblo y viví­a a unos pasos de con ellos, se fue a vivir con mi abuela, ahora viuda, para acompañarla en su soledad ya que temí­amos a que muriera de tristeza. Sinceramente me duele en el alma y lo que me hizo prometerlo, juro por mi vida que lo haré, cualquiera que eso sea.

Mi madre y yo regresamos a México, mientras regresábamos yo me sentí­a diferente. Varias noches soñé a mi abuelo y me decí­a que no le fallara; nunca se lo conté a mi madre, de mis sueños con mi abuelo. Me lo guardé como si fuera un vulgar secreto, de esos que jamás se cuentan y que nadie sabrá.

Llegamos a casa y lo primero que notamos al abrir la puerta fue a mi padre que estaba sentado inmóvil en el sofá, mirando el televisor fijamente, se veí­a tan extraño, de manera repentina nos siguió con la mirada; pero ni siquiera lo saludamos. Mi madre y yo pasamos a la cocina, nos mirábamos, ella y yo como pensando ¿Y ahora que le ocurre?

Finalmente preguntó mi padre  -Estaba orgulloso de mí­ ¿Verdad? – Mi mamá y yo nos quedamos frí­os e inmóviles, pensé “si supiera que ni siquiera lo mencionó”. Le dije í¢â‚¬” Sí­, él está muy orgulloso de usted. No quise herirle el ego. Regrese al mismo México que dejé por casi un mes, hastiado de lo mismo, y sus representantes, ya cansado de la decadencia, de la contaminación y privatización de la vida de cada mexicano. Hasta que una tarde di un paseo por las viejas calles, compré un boleto para ver el partido de fútbol americano de mi facultad contra el  Instituto Politécnico Nacional y lo malo fue que terminó en una terrible riña, donde intervinieron policí­as. Dos o tres dí­as después llegó una carta anónima con destinatario de mi universidad, pidiéndome apoyo para los dí­as 26 y 27 de julio de ese mismo año para un paro. Fui esos dos dí­as a manifestarme pero fuimos reprimidos fuertemente. Yo me uní­ a varias organizaciones a favor de que se hicieran valer nuestros derechos y garantí­as civiles. Al mes siguiente un 26 de agosto quizás llegue a la calle Reforma y miré a mi alrededor, era un mar, un enorme cúmulo de mexicanos, estudiantes médicos, obreros, ancianos, mujeres. Estaba totalmente anonadado de lo grande que se habí­a hecho, por fin vi a los mexicanos hacer algo por sí­ mismos y por todos, nos habí­amos convertido en una marcha multitudinaria.

Era medio dí­a y el segundo dí­a que gritaba y caminaba por un sinfí­n de calles. Hasta que en un instante vi llegar tanques, un compañero mí­o, Heriberto Castillo, cabeza de la marcha estudiantil de la UNAM, me hizo llamar diciéndome – Eduardo cuí­date mucho, Ordaz dio órdenes contra nosotros, son capaces de lo que sea, no confí­es en ellos, lleva a la gente en algún sitio y trata de que no respondan con violencia-.

Tanques de guerra abordando la Plaza de las Tres Culturas.

 

La verdad, me aterroricé al ver esos enormes vehí­culos blindados llenos de soldados, pero camine incesante y protegí­ a mi gente. El ejército nos tení­a rodeados, se metieron entre la gente gritando -¡Muévanse! ¡Retí­rense pací­ficamente!- Varios soldados llegaron a mí­ diciéndome al oí­do que dejara de hacer esto por mi propio bien y el de mi familia, me amenazaron, pero jamás escuche sus palabras. Así­ pasaron los dí­as, no habí­a visto a mis padres en dí­as enteros.

En la manifestación, la miré era Marianela, estaba aturdido ya que no la veí­a desde la preparatoria, jamás le dije lo que sentí­a hacia ella, tan bella.  Marianela de dulces ojos negros tan negros que me daba terror mirarla fijamente, porque sentí­a que podí­a caer en ellos como si fueran pozos sin salida.

 

Eduardo de la Vega, protestando.

 

Me acerque y me miró, me reconoció de inmediato, luego me abrazó. Estuvimos todos esos dí­as juntos para seguir con el acuerdo de las marchas, cuidándonos uno a otro, como nunca lo habí­amos hecho creo que me echó de menos, después de todo no soy tan feo ni creo ser aburrido creo que soy un buen prospecto para ella ¿si sabes a lo que me refiero no? Y vaya qué valor tiene en quedarse conmigo. Dijo que le gustarí­a que le acompañara a alzar protesta a favor de la libre expresión. El secretario de Ordaz Luis Echeverrí­a ílvarez tení­a su secretarí­a donde el ejercí­a el control más meticuloso en cualquier ámbito del derecho a la libre expresión; accedí­ y mas siendo acompañado de la muchacha que quiero. Y fue así­ que comenzó mi sueño pre-revolucionario nunca creí­ lo grande y lo monstruoso que fueron aquellos dí­as. Varios compañeros ya habí­an sido asesinados desaparecidos y otro encarcelados nos trataban como verdaderos delincuentes.

Llego el primero de octubre y se realizó una marcha de protesta en la plaza de las tres culturas en Tlatelolco en un mercado del Valle de México, Marianela y yo nos tuvimos que ocultarnos para que no nos encontrasen, pero Salí­ de mi escondite para poder orinar, en ese instante me toca alguien el hombro, me percate que era un soldado me dijo que tení­a mis datos y que me estuvo buscando por muchos dí­as, que era el dí­a de mi desaparición, me amenazó con su arma y me llevó consigo y aparecí­ en una habitación oscura de pie frente a ellos por un largo periodo de tiempo, pero en ese momento todo me pareció tan rápido, en eso empezaron a interrogarme y torturarme, pero yo me concentraba en escapar, note una ventanilla pequeña, pensé í¢â‚¬” Esto es un sótano saldré por la ventanilla y me refugiare, las personas que me lastimaron toda esa noche jamás pude saber de quienes se trataban; espere a que se descuidaran, y uno de ellos se fue y otro se quedo únicamente conmigo, se descuidó y lo golpee en la cara con fuerzas sobre humanas, el hombre cayó al piso y tome su arma le apunte y se quedo inmóvil, huí­ y salí­ por la ventanilla, no recuerdo cuanto habré recorrido pero logre llegar a casa. Me encontraba nervioso y asustado, mi madre me tomó de los hombros llorando diciéndome que me detuviera, pero no pude hacerlo era parte de eso y no hay vuelta atrás, mi padre en cambio me miro frí­amente. Me despedí­ de ellos al amanecer, les comente que si llegaran a preguntar quien quiera que sea por mí­, no sabí­an nada desde hace bastante tiempo.

La tarde del 2 del Octubre se realizó en la Plaza de las Tres Culturas una de las matanzas más sangrientas de México.

 

Camine por las callejuelas esa mañana del 2 de Octubre pensando en mi familia y en Marianela, le perdí­ el rastro; me destiné  a la Plaza de las Tres Culturas, llegue y vi a varios conocidos, habí­a tanta gente ese dí­a protestando contra el gobierno pero de manera pací­fica, recuerdo que se exclamaba: ¡Revolución! ¡No Olimpiadas! El gobierno con el pasar de las horas hiso llegar cinco mil soldados y doscientos tanques de guerra y otros vehí­culos militares, Me reuní­ con mis colegas comentado sobre la marcha que no se realizarí­a así­ subí­ a unos cuantos escalones y alcé la voz diciendo í¢â‚¬” La marcha programada al Casco de Santo Thomas del Instituto Politécnico Nacional no se efectuará. En cuestión de segundos se vio salir a toda velocidad una bengala al cielo, se escucharon disparos, y las personas se alarmaron e huí­an despavoridos, mientras salvaba mi vida observaba la gente caer al piso pensando que podí­a estar entre esa gente Marianela, pero no la pude ver, note que varios militares iban tras de mí­, corrí­ por mi vida, oí­a gritos y balas correr al aire, me sentí­a completamente lento y débil, me dispararon en la muñeca pero no sentí­ dolor la adrenalina no lo permitió, hasta que caí­ en una alcantarilla. Atontado de la caí­da camine entre las aguas de la cañerí­a  me di cuenta que no era hondo me recosté en un rincón obscuro y nauseabundo, en un instante sentí­ que me quede inconsciente. Desperté, la verdad no tengo idea cuanto tiempo transcurrió pero seguí­a el horror afuera, podí­a escucharlo y mi muñeca aun sangraba; recupere algunas de mis fuerzas y camine por debajo de la ciudad, trepé de la alcantarilla y mire por los agujeros de la tapa mire a francotiradores desde edificios disparando a quema ropa, era una vista totalmente vertical, la gente corrí­a desesperadamente. Por todas partes se escuchaban disparos, gritos. Salí­ de la alcantarilla huyendo del paseo de la reforma, logre sobrevivir a esa pesadilla y me refugie en una un restaurante, llame a casa y escuche la voz de mi madre diciéndome que dejara este movimiento, que la habí­an ido a buscar militares preguntando donde me escondí­a, que tení­a que ir a prisión y ser juzgado en la Procuradurí­a General de la República y  me buscaban por ser el cabezal del movimiento; Marianela dio con mi hogar y hablo con mamá acerca de todo esto, ella le comentó que huirí­a a Sevilla España yo solo dije  -todo estará bien. Posteriormente de todo me sentí­a más reconfortado, escuche la radio de aquel restaurante y mencionaron mi nombre, la mujer del restaurante me vio y me ofreció un cuartito o más bien una bodega ya que estaba desesperado, me dijo que me escondiera y que podí­a estar ahí­ hasta que se tranquilizara todo, pero le dije í¢â‚¬”Jamás se tranquilizara esto es un complot. Me miró y se alejó lentamente, creo que la asuste, parecí­a un demente, no la culpo. Pasaron los dí­as y llegue a pensar que padecí­a de mis facultades mentales.

”la vista de una bengala”

 

Llegue a casa semanas después de lo ocurrido, habí­a un olor a sangre en el aire, llegue a casa irreconocible, el primero que me encontró fue mi padre que al abrir la puerta me dijo -¿Esto es lo que querí­as lograr? ¡No lograste nada Eduardo aterriza al mundo real!  Yo camine buscando a mi madre y ella se encontraba  en su cama entubada con objetos para permitirle respirar, perdí­ la noción del tiempo, le cause a mi madre una enfermedad por tanta preocupación. Me volví­ loco, mi padre me zarandeó y me abofeteo, era mi culpa todo lo que habí­a pasado, pidió que me fuera, me tiró al suelo dinero para pagarme un lugar para vivir fuera de México, gastando todo el dinero de mi universidad y ahorros, fue así­ que a mis 21 años me exilie a España, busque a Marianela por meses, sin éxito pero mi vida se estaba estabilizando después de muchos meses después. Camine por una cafeterí­a muy famosa de Sevilla y esa tarde vi una chica parecida a Marianela me acerque y mi corazón no me mintió era ella, le dije – ¿Marianela eres tú? Ella se volteo y me miró y salto hacia mí­, esa tarde hablamos todo lo que nunca nos dijimos en México, ella acepto caminar conmigo este camino, el destino es así­ impredecible, pero ahora estábamos juntos siendo forasteros, acordamos un plan para rendir cuentas de una manera justa de lo que sucedió, ese dos de octubre, estuve en contacto con mi madre y con mi camarada Heriberto castillo que sobrevivió, hablamos con él para saber cómo se encontraba la ciudad, comentó que estaba en  total control autoritario de parte de ílvarez y Ordaz, en periódicos programas televisivos y de radio se censuró la información de esa noche, de el número de muertos y desaparecidos, o de quienes iniciaron los disparos. Este único movimiento estudiantil en el mundo en donde se terminó como exterminio.

Después del enfrentamiento del 2 de octubre.

 

Realizamos averiguaciones con ayuda de nuestras  excelentes fuentes que rebelaron nexos entre la CIA y el gobierno mexicano. Al parecer la institución entregó armas a los mexicanos con el fin de coartar cualquier tipo de levantamiento de inclinación “socialista”, más aún, cuando las Olimpiadas se habí­an acercado lo que venteaba a boicot.

Llegamos a México y presentamos las pruebas en La Corte Penal Internacional contra Ordaz y Echeverrí­a, se les llamo a declarar por: Crimen de lesa humanidad, corrupción, violación contra los derechos humanos, toma de rehenes y secuestro, violaciones de la propiedad intelectual, violación a la liberta de expresión. Y a partir de haber pasado meses y meses investigando se presentaron las pruebas y declararon, supieron quién era yo, los pude ver a los ojos pero lo más triste fue que únicamente pagaron por sus crí­menes con dinero, ellos estaban fuera del caso. í¢â‚¬Ëœí¢â‚¬â„¢Ya que no habí­a las suficientes pruebasí¢â‚¬â„¢í¢â‚¬â„¢. No hay memoria de lo que se vivió ese dí­a y creo que nadie jamás querrá recordarlo es una herida que sigue doliendo pero que nunca cerrara, pareciera que nunca hubiera existido ese tiempo y espacio, pero sobreviví­ y quise plasmarlo aquí­ para ti, pude cumplir la promesa que añoraba mi viejo, luche con y para México lo hice por mi propia voluntad y sé que tarde o temprano se vivirá en plenitud, mientras luches y nunca muera tu fe y esperanza. Yo me regrese a España con Marianela, mi madre mejoro de su enfermedad y volvió a ser la misma mujer fuerte de siempre, ella volvió a Urique no querí­a saber nada del Distrito Federal, 8 años más tarde murió,  mi papá en cambio falleció dos años después de la noche del 2 de octubre y yo perdí­ memoria de lo que sucedió en ese entonces.

Este texto es para ti, para que sepas que siempre se puede hacer algo si realmente lo quieres, que puedes ser quien quieras ser, debes ser fuerte y paciente, esto no se trata de que te levantes en armas, sino que tú destruyas tus propios muros internos, tu jaula, ¿Por qué? Porque eres un ser libre y puedes hacer lo que quieras con responsabilidad. Yo lo hice y eso me es muy gratificante, cambiaron las cosas después de todos esos episodios, pero se sigue viviendo en una opresión. Cuando seas realmente libre, no tendrás miedo de hacer lo que quieras. Para  a ti mi querido lector quien quiera que seas.

Eduardo de la Vega.

Pasaron 4 décadas de ese horror y yo soy una total desconocida que encontró estos textos en una casa vieja en Sevilla, olvidados en un cajón bajo llave, viví­ yo en esa casa tení­a 21 años como Eduardo de la Vega y quise publicarle su historia que nadie le intereso conocer jamás, y respecto a sus personajes ya todos murieron;  Eduardo murió a los 87 años de vejez y Marianela a sus 84 años de cáncer y aquí­ estoy yo haciendo lo que quiero por mi y nadie más.

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