El ajedrez
El ajedrez, desafío intelectual
El antecedente directo del ajedrez tal como hoy lo conocemos se encuentra en la India, en un juego llamado chaturanga, documentado a partir del siglo VI d. C. El chaturanga se jugaba con un tablero de 64 casillas, llamado ashtapada, sobre el que cada jugador movía por turnos una serie de figuras que representaban los cuatro miembros de un ejército tradicional indio: infantería (padati), caballería (ashva), elefantes (gaja) y carros (ratha).
De ahí el nombre sánscrito del juego: chaturanga, «cuatro miembros». A estas piezas bélicas se sumaban un rey (rajá) y su consejero (mantri). Las posiciones iniciales de las piezas y sus movimientos guardaban semejanza con sus equivalentes en el ajedrez moderno.
El objetivo de cada jugador era capturar el rey de su rival, o bien «desnudarlo», dejando al rival sin más piezas que el rey. Se discute si era un juego para dos o para cuatro jugadores, aunque la primera posibilidad es la más aceptada.
Persia, Arabia y Europa
En el siglo VII, el chaturanga se expandió al mundo persa, donde tomó el nombre de shatranj. De los persas lo adoptaron los árabes, que le dieron el mismo nombre. Se jugaba sobre un tablero de un color, sin marcas, de tela o papel.
En el shatranj había un rey (shah), dos carros (rukh) y dos caballos (faras). Junto al rey había un visir (alferza), igual al consejero indio. Dos elefantes (fil) flanqueaban al rey y al visir. Por su parte, los infantes (baidaq) equivalían a los peones del ajedrez moderno. El objetivo del juego era capturar toda pieza rival, «ahogar» al rey (impedir que pudiese jugar) o capturarlo.
Desde el siglo VIII, la expansión del Imperio árabe favoreció la difusión del ajedrez. España fue una de las vías de esta transmisión. A través de Al-Ándalus, el juego penetró pronto en los reinos cristianos del norte peninsular, como atestiguan varios juegos de piezas del siglo X que han llegado hasta nosotros.
Unas, en marfil, pertenecieron al obispo benedictino Genadio de Astorga, de quien se dice que estudió ajedrez al empezar a vivir como eremita en una cueva del valle del Silencio, en el Bierzo. Su coetáneo San Rosendo fue enterrado con su ajedrez de cristal, del que se conservan ocho piezas en la catedral de Orense, mientras que en Àger (Lérida) se halló un juego de piezas de cristal que perteneció al señor de la ciudad y a su esposa.
Al introducirse en Europa, las piezas del juego del ajedrez se adaptaron para reflejar la sociedad de la Cristiandad medieval. Los elefantes del shatranj se convirtieron en clérigos; los carros, en torres, y el visir tomó la forma de la dama, una figura femenina que a priori resulta extraña en un juego de guerra.
Inicialmente, se la identificó con la Virgen María, a causa del parecido del nombre persa de la pieza (ferz) con el francés vierge. Los peones, con su avance casilla a casilla, imitaban el movimiento de la infantería feudal.
El ajedrez, conocido como «el juego de reyes», fue un entretenimiento reservado a las élites y que se practicaba especialmente en las cortes. Entre los numerosos príncipes conocidos por su afición al ajedrez se cuentan Ricardo Corazón de León —una leyenda dice que se lo enseñó Saladino durante las cruzadas—, Felipe II de Francia y Alfonso X de Castilla.
Este último encargó un libro titulado Juegos diversos de axedrez, dados y tablas, más conocido como Libro de los juegos, cuya primera parte, dedicada específicamente al ajedrez, explica sus reglas y plantea 103 problemas o secuencias de jugadas para dar mate. Sin embargo, la Iglesia condenó el ajedrez como un juego de azar.
En el año 1058, san Pedro Damián encontró al obispo de Florencia jugando al ajedrez y le amonestó por ello. El obispo contestó que «una cosa eran los dados y otra el ajedrez», pero al final acató la amonestación e hizo una penitencia. En 1212, el concilio de París prohibió el ajedrez por considerarlo un pasatiempo y juego de apuestas.
La reforma del ajedrez
El ajedrez moderno apareció en el siglo XV, cuando se desarrolló un estilo de juego más dinámico, basado en la estrategia o planificación más que en la simple táctica. Para ello, se modificaron las reglas sobre los movimientos de diversas piezas, dándoles una libertad de acción mucho mayor.
Esa transformación empezó en España e Italia. En la Corona de Aragón surgió lo que se llamó «jugar a la rabiosa»: el alfil podía recorrer en diagonal tantas casillas como se desease. El peón avanzaba dos casillas en su primer movimiento y se cambiaba por otra pieza cuando llegaba a la octava fila del tablero.
Con todo, el cambio más fundamental fue el de la dama, que pasó a poder moverse a la vez como una torre (en línea horizontal o vertical) y como un alfil (en diagonal). En un poema valenciano de 1475, Scachs d’amor, se decía: «Nuestro juego quiere adornarse de un estilo nuevo y sorprendente para el que lo mira, pues realza la dignidad de la Reina, otorgándole la espada, el cetro y el trono».
La reforma del ajedrez en el siglo XV vino acompañada por una proliferación de tratados que enseñaban las nuevas reglas del juego. El primero fue el mencionado Scachs d’amor, de los humanistas valencianos Francí de Castellví, Narcís de Vinyoles y Mossén Meollar, un poema de 64 estrofas que relata una partida en términos alegóricos: el rey es la Razón o el Honor; la dama, la Voluntad o la Belleza; el caballo, las Honras o los Desdenes, etcétera.
Otras obras del mismo tipo fueron las escritas en 1480 por el farmacéutico portugués Pedro Damião, en 1495 por Francesc Vicent, de Segorbe (texto que resultó destruido en 1811, durante la guerra contra Napoleón) y en 1497 por el salmantino Luis Ramírez de Lucena, cuya Repetición de amores y arte de ajedrez es el tratado de ajedrez impreso más antiguo que se conserva.
Estrellas del ajedrez
En toda Europa aparecieron jugadores de alto nivel que les gustaban de enfrentarse entre sí, a menudo con una apuesta o un premio de por medio. El clérigo extremeño Ruy López de Segura ganó en Roma en 1560 dos partidas contra una joven promesa italiana, Giovanni Leonardo da Cutro, Il Puttino (el Muchacho).
Unos años más tarde, cuando residía en Sevilla, Ruy López recibió la visita de tres jugadores italianos, el mencionado Il Puttino, Giulio Cesare Polerio, L’Abruzzese, y Paolo Boi, Il Siracusano. Gracias a las notas que tomó Polerio sabemos que Ruy López se enfrentó en tres partidas a Il Puttino, con una victoria y dos tablas, y en una más a Il Siracusano, al que derrotó.
Según una biografía publicada en 1634, unos años más tarde Il Puttino viajó a Madrid en busca de revancha y logró derrotar a Ruy López en presencia de Felipe II y de numerosos aristócratas aficionados. Como premio recibió mil ducados, una valiosa joya, un manto de armiño y la exención de impuestos por veinte años para su ciudad.
Bibliografía
Casado, J. I. (18 de julio de 2024). Historia. National Geographic. Obtenido de https://historia.nationalgeographic.com.es/a/ajedrez-juego-mesa-origen-medieval_21879