Después de haberse quitado la vida junto con su esposa Eva Braun, el cuerpo de Hitler fue envuelto en una manta militar y subido al jardín de la cancillería, en su búnker en Berlín, poco después llegó también el cadáver de Eva y ambos fueron colocados en el interior de un cráter cerca de la salida de emergencia.
Los obuses rusos explotaban en los alrededores, por lo que los escasos testigos que subieron a la superficie estaban más deseosos de regresar al interior que de oficiar las exequias por el extinto dictador.
Los cuerpos fueron cubiertos con gasolina y Joseph Goebbels, ministro del tercer Reich arrojó un fósforo, pero el combustible no se encendió. Alguien hizo arder un trapo empapado de gasolina, lo arrojó a los cuerpos y estos quedaron envueltos en una gran llamarada. Los asistentes al improvisado funeral exclamaron un apresurado grito hacia los cuerpos inertes y entraron de nuevo en el refugio. Posteriormente, llegaron más bidones de gasolina y durante las tres horas siguientes, se continuó vertiendo combustible sobre los cuerpos.
Con la desaparición de Hitler, la atmósfera del búnker se volvió menos opresiva; la mayoría de sus habitantes se encendieron un cigarrillo y comenzaron a pensar en cómo escapar de aquella trampa que estaba a punto de cerrarse en torno a ellos. Esa noche, los restos carbonizados de Hitler y Eva Braun fueron recogidos en una lona y depositados en el cráter de un obús, cerca de la salida del búnker.
Con Hitler quedaba enterrado también el nacionalsocialismo y el Reich alemán, que debía durar mil años. Una semana después, el 7 de mayo de 1945, Alemania firmaba su rendición.