La adaptación de Scarface, dirigida por Brian De Palma en 1983, es una película de gánsters que toma como base histórica el Éxodo de Mariel, en el que miles de cubanos se refugiaron en Miami, Estados Unidos, huyendo del régimen de Fidel Castro en Cuba.
El filme abre con un breve resumen del mencionado éxodo, donde afirma que muchos de estos cubanos exiliados tenían antecedentes criminales, esto para introducir a nuestro protagonista, Antonio “Tony” Montana.
Con un montaje de los refugiados políticos conocidos como “marielitos,” el director Brian De Palma hace una crítica superficial al régimen socialista de Fidel.
No obstante, desde que Tony es mostrado siendo entrevistado por oficiales estadounidenses, queda claro que, como han comentado numerosos analistas, la auténtica crítica de la película se dirige al “sueño americano” y la ambición desmedida que este representa en los Estados Unidos de finales de siglo XX.
Desde el interrogatorio al que Tony es sometido, este arguye que bajo el comunismo no podía progresar, y que por eso venía a los Estados Unidos, lo cual convence a algunos oficiales, pero no al que está al mando.
Este discurso de que en el comunismo le era imposible progresar, y que todo lo que hace está justificado debido a sus difíciles orígenes, es algo que comentará en repetidas ocasiones, al menos en la primera mitad de la película, después de todo, la perspectiva del régimen de Castro como uno represivo es común, principalmente en la audiencia estadounidense.
Pero este no es un drama sobre sociopolítica, la lucha ideológica de la Guerra Fría queda a segundo plano, para sumergirnos en una historia más personal, un estudio del protagonista, quien, a pesar de su corta estatura, sus orígenes humildes y su personalidad explosiva, logra abrirse paso por la escala social del mundo de las drogas de la Florida de los años 1980.
¿Cómo es que Tony Montana, con su personalidad tan volátil, llega tan lejos? Y más aún cabría preguntarse, ¿por qué se vuelve tan atractiva su travesía? Tony, a pesar de sus arrebatos, muestra cierta inteligencia social, más no necesariamente emocional.
Sabe leer a las personas, y emplea este recurso a su favor, sin embargo, no podríamos afirmar con completa honestidad que fuera manipulador, al contrario, más de uno ha señalado que una de sus cualidades de redención es su código de honor, pues como afirma él, máxima que cumple: “Todo lo que tengo en el mundo es mi palabra y mis pelotas, y no las rompo por nadie.”
Aun así, no se trata del arquetipo del “criminal moral” que vemos en otras historias, cuyo mejor ejemplo en mi opinión es Michael Ehrmantraut de Breaking Bad, o el mismo Jesse Pinkman, ni siquiera frente a un personaje más gris (o colorido) como Saul Goodman, sino ante un Walter White, un hombre despiadado con unos poquísimos momentos de actos genuinamente bondadosos.
No es en balde, por supuesto, que Scarface fuera de las principales inspiraciones de Vince Gilligan para crear su tan aclamada serie, y es que, más allá de la crítica al sueño americano perseguido a través de un mundo de crimen y drogas en ambas obras, y el atractivo narrativo que ofrece la presentación de un refugiado político cubano en Estados Unidos durante la Guerra Fría, o un profesor de química en preparatoria sobrecalificado, pero precarizado que es diagnosticado con cáncer terminal, en cierta forma, el alma de almas historias radica también en los viajes emocionales de ambos protagonistas, los cuales son brillantes pero inestables.
Uno puede ver incluso ambas producciones audiovisuales como dos antihéroes que obtienen su merecido por tomar las decisiones equivocadas, a las cuales siempre liderará la introducción a un mundo donde el asesinato es común.
La avaricia, el narcisismo y la crueldad son vicios que ambos personajes tienen, sobre todo Tony Montana, pero también es su falta de control de la ira, lo que los lleva a tomar decisiones imprudentes y apresuradas, cuando es justamente las decisiones inteligentes las que los llevaron a la cima.
Si bien Tony Montana hizo molestar a las personas equivocadas, en su caso a Alejandro Sosa, lo realmente doloroso y catastrófico es la manera en que daña a quienes ama, pues finalmente su imperio y su moral se desmorona cuando su esposa Elvira lo abandona, asesina a su mejor amigo por entablar una relación con su hermana, y a consecuencia de esto se rompe emocionalmente y es asesinada por los hombres de Sosa, al igual que sus amigos y secuaces más cercanos, Chichi, Ernie y Nick, sin mencionar lo desconsolada que debió terminar su madre después de que sus dos hijos murieran por culpa suya.
Se puede argumentar que la caída de Antonio “Tony” Montana se debió a su ambición desmedida, su impulsividad, a la naturaleza corrupta del sueño americano, a la falta de oportunidades que afirma haber sufrido en Cuba, o incluso por su propia misericordia al no permitir que se asesinara a la familia del periodista que Sosa lo había enviado a eliminar.
Probablemente, haya sido un poco de todo lo anterior, pero lo que no queda duda es que este fue autor tanto de su ascenso como de su descenso, pues en mi opinión, lo más interesante de esta película es que se trata de un individuo brillante, de orígenes humildes, que alcanza la cima del tráfico de la cocaína en la Miami de los años 1980, y lo pierde todo por las mismas cualidades, toda vez que defectos, que lo llevaron ahí.
En conclusión, la obra nos presenta una magistral demostración de que ciertas cualidades y virtudes pueden ser fácilmente fuentes de autosabotaje si no son mesuradas, la ambición se convierte en avaricia, el valor en ira y despotismo, la fortaleza en crueldad, la confianza se convierte en vanidad, y la seguridad en impulsividad.
En un sentido, Scarface nos habla al final más de nosotros mismos a través de un estudio de personaje y la condición humana, y no solamente mediante comentarios sociales sobre los gánsters, el consumo de drogas, el sueño americano o los problemas sociales y económicos de una Cuba comunista.