Mediáticamente, cuando escuchamos o leemos “9/11,” es decir, sobre la fecha del 11 de septiembre, lo primero que pensamos es en el derrumbamiento de las Torres Gemelas en la Ciudad de Nueva York, supuestamente por órdenes de Osama Bin Laden que estaba a cargo del grupo fundamentalista de Al Qaeda. Mucho se ha dicho que este fue un trabajo interno orquestado por la Casa Blanca y la CIA (Centro de Inteligencia Americana). Este podría ser un tema del que hablemos en otra ocasión, el cual es muy relevante hoy en día debido a las consecuencias que la ocupación estadounidense en Afganistán, particularmente con la retirada de las tropas americanas y el consecuente retorno al poder por parte de los talibanes.
No obstante, las arduas discusiones sobre el involucramiento entre el presidente George W. Bush y la CIA en esta tragedia, sí está demostrado documentalmente que esta última participó activamente en el golpe de estado que se produjo en Chile el 9 de septiembre de 1973. El cual tuvo como resultado el derrocamiento del primer y único presidente de orientación marxista en ser electo democráticamente en la historia, el médico Salvador Allende. Como se afirma en el artículo titulado “Memoria Colectiva del Golpe de Estado de 1973 en Chile” ante dicho quiebre histórico devino una dictadura militar que duró 17 años de dictadura militar, la cual dejó: “profundas huellas de dolor y división en la memoria colectiva de los chilenos.”
Y la afirmación no es para menos. Hace un par de años, en el contexto de lo que algunos llamaron “la primavera latinoamericana”, o mejor dicho sudamericana, ya que ni Centroamérica ni México tuvieron esa clase de efervescencia, puesto que en México el cambio político se había dado con la victoria de López Obrador en el 2018. Chile fue uno de los principales epicentros de estas manifestaciones masivas, donde una vez más el cuerpo de Carabineros de Chile salió a las calles a reprimir las protestas que se habían originado a raíz del descontento popular por el aumento del precio del transporte público. Nuevamente, como ocurrió durante las campañas y la presidencia de Salvador Allende, el estudiantado fue una figura clave en estas movilizaciones, lo cual sin duda no habría de extrañar al médico chileno, cuya frase más emblemática en la Universidad de Guadalajara en 1972, fue: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.”
Pese a la cruenta persecución política de los simpatizantes de Allende tras el golpe de estado, las desapariciones forzadas, violaciones, torturas, ejecuciones y todos los crímenes de lesa humanidad que se cometieron contra ellas y ellos, la materialidad histórica del movimiento popular encabezado por Allende no feneció de la consciencia colectiva de Chile. Es por eso que a finales del 2019, durante las manifestaciones, era común ver gente ondeando banderas con el rostro del mítico presidente, toda vez que reivindicaciones del pueblo originario mapuche y su bandera, como es posible apreciar en una histórica fotografía que seguro ya conocen. Así como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) bajo la dirección del Subcomandante Marcos, decidió reivindicar y continuar con la lucha indigenista y popular de Emiliano Zapata, asimismo el pueblo chileno salió a las calles en octubre y noviembre de 2019 continuando la lucha de los socialistas dirigidos por Allende. No lograron conseguir la renuncia del presidente Piñera, pero sí reformar la Constitución del usurpador de Augusto Pinochet.
Otra comparación que podríamos realizar entre México y Chile es la que señala Friedrich Katz en su obra La Guerra Secreta en México, donde menciona que el golpe de estado que Victoriano Huerta le propinó a Madero era análogo al de Pinochet a Allende. Esto en el sentido de que ni Madero ni Allende destruyeron las fuerzas que se oponían a su gobierno, a diferencia de otros líderes revolucionarios como Lenin, Stalin, Fidel Castro, Pol Pot, o los mismos, Venustiano Carranza y Francisco Villa. La idea de Allende, cuyo principal vocero cultural fue Víctor Jara, era la de un “camino chileno al socialismo” de una “Revolución con sabor a empanadas”. Es decir, de una lucha por el cambio social en camino al comunismo, pero de una forma pacífica, en este sentido no era tan diferente a la socialdemocracia que profesada el también revolucionario mexicano Felipe Ángeles. No obstante, y como menciona el también médico, el argentino Pacho O’Donnell, biógrafo e íntimo amigo de otro revolucionario, Ernesto “Che” Guevara, en la política rara vez hay espacio para los buenos sentimientos.
Tanto Víctor Jara como Salvador Allende son excelentes pruebas de esto, el primero es particularmente conocido por su tema “El Derecho de Vivir en Paz” y murió torturado en un gimnasio que ahora lleva su nombre, mientras que el segundo fue el único marxista del siglo XX que llegó al poder a través de las urnas y no de los fusiles, y que no ejecutó ni mandó a ejecutar a ningún adversario político, y, sin embargo, fue humillado al afirmarse que se había suicidado en el Palacio de la Moneda (el más importante edificio gubernamental de Santiago de Chile) al más puro estilo de Adolf Hitler, cuando hoy día se sabe que fue acribillado, y que aquí aplica el clásico chiste de que “lo suicidaron con dos balazos por la nuca.” El compromiso de paz de Allende fue ratificado por él mismo un año antes de su muerte y de su movimiento. Que, sin embargo, vive en la ya mencionada Universidad de Guadalajara, cuando comentó que el Che Guevara le había regalado una copia autografiada por él mismo de su obra de Guerra de Guerrillas. Donde le escribió, a modo de dedicatoria que era para él, un hombre que por otros medios buscaba lo mismo. Allende tomó esto como un compromiso para llevar el socialismo a Chile sin derramar una gota de sangre, que a pesar de haber recibido un AK-47 de parte de Fidel Castro, arma insignia de la lucha por el comunismo sovietista, jamás la disparó y hoy día se encuentra perdida a manos probablemente de un millonario coleccionista. La gran ironía es que, con la muerte de Allende, provino la violencia implacable del régimen pinochetista, de cuya resaca el pueblo chileno sigue sufriendo hoy día.
Referencias:
Memoria Colectiva del Golpe de Estado de 1973 en Chile – Jorge Manzi, Soledad Ruíz, Mariane Krause, Alejandro Meneses, Andrés Haye y Edmundo Kronmüller. 2004.
El Golpe de Estado de 1973 y Como una Persona lo Experimentó – James W. Larkin. 2010