El tema de la democracia resulta tan sencillo como complejo, se trata simple y llanamente de: “El gobierno del pueblo.” ¿Y cómo gobierna este? A través de la elección popular, es decir, el voto libre, tal y como las que se celebraron este 2 de junio.
Desde luego, habría que añadir que vivimos en una democracia representativa, es decir, gobernamos precisamente a través de los candidatos que hemos elegido, quienes a su vez se apoyan en los partidos que los representan.
En estas elecciones, y particularmente en Chihuahua, el antagonismo político y la polarización se hicieron presentes. Históricamente, Chihuahua se ha destacado por sus procesos revolucionarios contrarios al poder federal.
Durante el porfiriato existió cierto antagonismo entre grupos rebeldes chihuahuenses, como los de Tomóchi, así como maderistas, orozquistas y villistas durante la Revolución, o inclusive a través de las células guerrilleras comunistas de los años 1960 a 1970.
Pero no ha sido solamente mediante la rebelión armada que los chihuahuenses se han enfrentado al poder nacional, puesto que el partido considerado generalmente como el más conservador de México, el Partido de Acción Nacional (PAN), fue fundado por el chihuahuense Manuel Gómez Morín, con el apoyo de la iglesia católica y la oligarquía chihuahuense que había perdido privilegios a manos de Francisco Villa.
El objetivo principal del PAN era frenar lo que consideraban una ola comunista a través de Lázaro Cárdenas, veterano de la Revolución Mexicana, y un mediano simpatizante de la Unión Soviética, toda vez que un detractor del fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, e incluso un leve detractor de la iglesia.
Pese a la naturaleza de “ultraderecha” con la que el PAN fue fundado en 1939, en el contexto del inicio de la Segunda Guerra Mundial, no fue hasta la década de 1980 que el PAN comenzó a competir verdaderamente con el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las urnas electorales.
En dicha década el PAN se inmiscuyó en numerosas luchas sociales contra el gobierno, convirtiéndose en el “voto útil,” que activistas pacifistas vieron como el camino para enfrentarse a un partido que llevaba el título de revolucionario, pero cuyas instituciones se habían cerrado.
Pero volvamos al contexto chihuahuense, la infame gubernatura de César Duarte sepultó la reputación del PRI en Chihuahua, que por fin se había puesto de acuerdo en cuanto a partido con el poder federal, pues gobernó al mismo tiempo que Enrique Peña Nieto, pero que terminó es rispideces tras el deslindamiento del partido revolucionario institucional de César y Javier Duarte, y el autoexilio de Peña Nieto.
Entonces Chihuahua volvió a abrazar al PAN, y las tensiones con el gobierno federal continuaron, esta vez protagonizadas por Javier Corral y Enrique Peña. Tras la victoria de Andrés López, Chihuahua rechazó furibundamente a Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el cual representa los mismos ideales que, originalmente, el PAN fue creado para rechazar, principios de corte popular, o populista como se les ha llamado también, en una suerte de tono peyorativo.
Con la victoria de Claudia Sheinbaum el encono no disminuyó, pues los dos municipios más importantes del estado fueron disputados entre MORENA y el PAN, Juárez y Chihuahua respectivamente. Esto aun cuando Javier Corral, quien abanderó el retorno del PAN a Chihuahua, haya cambiado de capa y ahora sea diputado plurinominal de MORENA.
En cualquier caso, las tensiones entre esa ala progresista, por llamarla de una forma, de Chihuahua, que continúa con reclamos históricos como los heredados por la Revolución y la Guerra Sucia en Chihuahua, genera tensiones con el ala conservadora del mismo, pues no es difícil notar que, en el hogar, en la escuela o en el trabajo, podemos encontrar tanto simpatizantes de la actual oposición (PRI y PAN), como del régimen actual (MORENA y Partido del Trabajo).
Si bien esto genera incomodidades, disputas familiares, entre amigos y, en algunos casos, hasta laborales (llegando a ser en los casos institucionales una violación a los derechos humanos en caso de generar discriminación), la discusión y la digresión es, en mi opinión, un síntoma positivo de la democracia.
Que haya discusión en las universidades habla de una ausencia de adoctrinamiento y de una presencia del pensamiento crítico. Asimismo, me atrevería a afirmar, como docente, que el interés en la política fue significativo incluso entre los adolescentes.
La oportunidad de discutir estos ámbitos en el entorno laboral como parte del esparcimiento, es también una gran victoria de la libertad de expresión y la democracia en México.
El simple hecho de que existan divergencias políticas en el propio hogar demuestra que hasta en el círculo más íntimo y primario social que existe, la familia, existe dicha libertad ideológica.
No obstante, dentro de esta libertad, existe también la posibilidad de criticar la libertad misma. En 2021 se comentaba que en Chihuahua había triunfado el “fascismo,” señalándose que este había triunfado también por elección popular en la Italia y Alemania de entreguerras.
Cuando Javier Milei vistió la investidura presidencial de Argentina ocurrió lo propio, y ante tal rispidez entre el régimen argentino y el mexicano, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador hizo referencia al derecho de autodeterminación de los pueblos, pues Argentina había elegido de manera legítima a su mandatario.
Lo mismo podríamos decir tanto de Donald Trump como de Joe Biden en Estados Unidos, aún y cuando el primero se esté enfrentando a juicios legales en su país.
En estas elecciones este repudio al voto popular se hizo latente de nuevo, y en estados de la oposición como Chihuahua aún más.
Comentarios como que es culpa de los pobres que gane MORENA, o que se le debería de dar menos peso al voto de estados sureños como Oaxaca o Guerrero muestran el clasismo, xenofobia y chauvinismo propio de algunos sectores de la población.
Este argumento de que no todos están preparados para el ejercicio de la política es tan viejo como la democracia misma. Siglos antes de que los reyes y reinas dominaran Europa, los griegos se regían por el concepto que ellos mismos introdujeron.
No obstante, Sócrates consideraba que la política debía dejarse en manos de los filósofos. En una época en que el filósofo era el científico y pensador por excelencia de la sociedad, esta postura no sorprende.
Hoy en día, teórica y académicamente, si quisiéramos que solo los expertos manejaran la política, todos los aspectos de la administración pública serían gestionados por egresados de la licenciatura, maestría o doctorado de ciencias políticas, pero con algunas excepciones, son más bien los egresados de derecho los que terminan ejerciendo el poder político.
No hablemos ya de historiadores, sociólogos, o cualquier otro científico social o filósofo, quienes por lo general, inciden más en estos tópicos como observadores que como actores directos (aunque huelga decir que el derecho es considerado por muchos una ciencia social en sí misma).
Aunque el reclamo parece no ser con que sean los humanistas quienes rijan las naciones, sino que se silencien a algunos sectores de la sociedad, los que obviamente, piensan diferente. En cualquier caso, la ley no exige que el presidente tenga ningún grado de estudios, aún cuando personajes como Francisco Villa hayan rechazado el puesto por no contar siquiera con la educación primaria.
Por usar el lenguaje político común, los de izquierda piensan que los de derecha votan movidos por el statu quo, impulsados a apoyar a una clase social a la que no pertenecen, mientras que los de derecha arguyen a que los de izquierda son impulsados por el resentimiento y una ambición por poseer lo ajeno.
Si bien yo mismo he reconocido el peligro de la democracia, precisamente por los argumentos de la desinformación popular, así como de la manipulación de la opinión pública por los medios de comunicación dominante, no encuentro mejor sistema de gobierno.
Lo cual nos lleva al tema del socialismo durante estas elecciones, que parece ser el tema central de la controversia, al menos en Chihuahua, del triunfo de Claudia Sheinbaum, y la postergación del proyecto de nación que ha pasado a ser llamado “La Cuarta Transformación.”
Uno de los temores más acuciantes, y si acaso legítimos, de los simpatizantes de Xóchitl Gálvez es que MORENA, a través de Claudia Sheinbaum, vaya a disolver el INE y perpetúe a su partido en el poder.
En estos momentos queda claro que Andrés Manuel López Obrador no se reelegirá cómo si hicieron varios presidentes de México en el siglo XIX, y hasta Porfirio Díaz, pero sabemos que la no reelección es una consigna que triunfó tras la Revolución.
Sin embargo, ya institucionalmente y dentro del juego de la democracia partidista, se acepta históricamente que el Partido Revolucionario Institucional sí incurrió en fraudes electorales, a lo que el escritor peruano Mario Vargas Llosa llamó “La Dictadura Perfecta.”
De tal manera que existe ese antecedente reciente de que, dentro de la democracia puede haber dictadura, puesto que el mismo PRI, desde sus días de PNR bajo el mandato de Plutarco Elías Calles, ya constituía esta cierta dinámica por medio de lo que se conoció como “Maximato,” en el cual los nuevos presidentes no eran sino prestanombres de Elías Calles.
Lo propio se ha dicho de Enrique Peña Nieto con Carlos Salinas de Gortari, y lo mismo se arguye que será Claudia Sheinbaum con AMLO.
Para alimentar más la paranoia, la oposición emplea un discurso, si acaso extraoficial y más propio de sus seguidores que del partido mismo, en el que compara el futuro de México, hasta cierto punto su presente a lo largo del presente sexenio, con Cuba y Venezuela.
Considero que tales naciones parten de dos contextos muy distintos, Cuba llegó al régimen actual tras una Revolución, que a diferencia de la mexicana, esta sí permitió múltiples reelecciones, además de que el régimen cubano surgió en la Guerra Fría, durante la cual se reclamó explícitamente socialista y aliado de la Unión Soviética.
No es secreto para nadie que el régimen de Cuba, pese a que Fidel Castro cedió el poder a su hermano menor, Raúl, y este luego, a su vez, a Miguel Díaz-Canel. No obstante, queda claro que se trata de una dictadura.
Visto de esta forma, la Revolución Mexicana no llevó al país al socialismo, ni siquiera en el sexenio de Cárdenas, al menos no del todo y no de manera explícita. Por otra parte, el gobierno de MORENA ha llegado al poder de manera democrática, y sin reclamarse jamás como marxista tampoco, aunado al hecho de que su triunfo se dio en 2018, y no durante la Guerra Fría.
Por otra parte, el caso de Venezuela es más reciente, Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1999, y su discurso siempre fue el de un “Socialismo del siglo XXI.” De otra dinámica, menos marxista-leninista, menos propia de la Guerra Fría tan polarizante propia del siglo XX, sino más bien como parte de lo que se ha conocido como “Marea Rosa” (un tono más claro y mesurado que el rojo comunista), que ha caracterizado a naciones socialdemócratas como Chile, Brasil o el propio México.
Desde luego, la reelección de Hugo Chávez puso en jaque la democracia de Venezuela, y las victorias de su sucesor Nicolás Maduro han dado también mucho de qué hablar. Si bien estos regímenes buscan legitimarse en el mismo principio de que ellos encarnan la voluntad del pueblo, no deja de ser una democracia disfrazada.
Otro caso que salta a la luz es el de Nayib Bukele, quien llegó a la presidencia en un país, que como México, no permitía las reelecciones, pero cuya constitución cambió para que sí fuera posible. Como sus estándares de aprobación son casi del 90 %, su victoria en los comicios fue generalmente aceptada. Como los estándares de aprobación de nuestro actual presidente son muy altos, esto es parte de lo que la oposición teme.
No es como si esto sucediera solamente en Latinoamérica, o que las transiciones entre socialismo y capitalismo, como les suelen llamar, solo ocurriesen en esta región del planeta.
Rusia es quizá el ejemplo más paradigmático de un giro de la extrema izquierda hacia la derecha, y la muerte de miembros opositores como Alexei Navalny tras 8 reelecciones de Vladimir Putin, ponen en tela de juicio la legitimidad de su gobierno.
Por supuesto, México no ha quedado exento de estos actos violentos, ni siquiera en estas elecciones se salvó de la muerte de tanto opositores como candidatos del partido en el gobierno, pero la muerte de un protagonista de dicha oposición no se ha visto desde Luis Donaldo Colosio.
Desde luego, si Andrés Manuel sigue las tendencias electorales o antielectorales de Fidel Castro, Hugo Chávez o Vladimir Putin, la democracia en México correría peligro, pero hasta ahora no ha sido así, el día de hoy, considero que es legítimo afirmar que en cada municipio del país la democracia se ha hecho escuchar, haya triunfado el PAN, PRI, MORENA, Movimiento Ciudadano, o cualquier otro partido del estilo.
Decía Voltaire, uno de los padres de la ilustración, la cual fungió de soporte ideológico de la Revolución Francesa que trajo el sistema liberal, que podría no estar de acuerdo con su interlocutor, pero moriría por defender su derecho de expresarla.
Una nación democrática debe de tener oposición, debe haber disentimiento, donde no lo haya, impera la coerción, es políticamente imposible el consenso absoluto, sin conflicto y tensiones, no puede existir la libertad, porque esta es contradictoria en sí misma.
Las opiniones expresadas en esta nota son única y exclusivamente del autor.