El Manicomio General de La Castañeda es sin dudas el Hospital Psiquiátrico más relevante de la Historia de México, y muy probablemente del continente latinoamericano (algunos argüirán que incluso del continente americano como tal). Su fama, o mejor dicho, su infamia, se debe en gran medida a la reputación cuestionable que tiene la institución del manicomio en nuestros días, pues la locura, junto con estos asilos mentales, son un lugar común en el terror que tanto suele celebrarse en estas fechas del año. No obstante, como suele suceder con todo en el mundo social, las percepciones y los recuentos históricos no suelen coincidir a cabalidad.
Para empezar, merece mencionar la que podría ser considerada como la peculiaridad más importante de este Hospital Psiquiátrico, y este es el momento histórico en el que fue fundado. Para el pensamiento europeo de principios del siglo XX la institución del manicomio ya era considerado una suerte de anacronismo, pero el gabinete del presidente Porfirio Díaz buscaba demostrar que México había entrado definitivamente en la modernidad, y uno de esos caminos era por medio de la psiquiatría, que nació en Europa de la mano precisamente del manicomio a finales del siglo XIX, bajo los estipulados de un médico francés de apellido Esquirol.
El mencionado médico francés consideraba que el encierro era terapéutico en sí mismo, pero que debía de realizarse en un entorno organizado, con pabellones clasificados por enfermedades, así como una vista agradable y espacios abiertos, que permitiera paliar los efectos negativos que el aislamiento pudiera generar, contrario a lo que ocurría en la Europa Medieval en la cual los locos eran arrojados a mazmorras donde palidecían lejos de todo contacto con la humanidad o la ciencia.
La idea de traer la psiquiatría a México empataba con la agenda política cientificista de Díaz, y aunque algunos criticaron que se empleara un sistema que ya estaba comenzando a ser considerado obsoleto en Europa, su lugar de origen, los funcionarios del antiguo régimen mexicano consideraron que si bien el pueblo mexicano estaba listo para votar (como afirmó Díaz, aunque no respetó las elecciones de 1910) no lo estaba así para un régimen psiquiátrico en el que las consultas fueran externas, como lo son hoy en día, y como comenzaban a serlo en Europa desde principios del siglo XX.
El edificio fue inaugurado el primero de septiembre de 1910, como parte de los festejos por el centenario del Grito de Dolores, es decir, como parte de una gira política de autopromoción por parte del presidente, como fue el caso del edificio de Bellas Artes, el más icónico, o la erección de la Penitenciaria y el Hospital Porfirio Díaz (hoy Hospital Central) en Chihuahua. No obstante, de sobra es sabido que un par de meses después, estallaría la Revolución Mexicana, dejando a este edificio considerado de beneficencia en la época a su suerte.
Durante su primer año estuvo administrado por el antiguo régimen, hasta que Madero asumió el poder en 1911, administración que lo organizó hasta el golpe de estado de 1913, en el que Huerta asumió el control del país. No obstante, el período más duro para la institución fue en 1915, pues tras la caída de Huerta, las facciones villistas y carrancistas se batieron en el conflicto más sangriento de México, castigando particularmente al precario manicomio.
Quizá el momento más peculiar de la mencionada institución fue cuando Emiliano Zapata, tras tomar temporalmente la Ciudad de México, reclutó varios internos y los sumó a sus filas. Otros entraban al manicomio porque era su única forma de lidiar con el hambre. También los hubo quienes sufrían de estrés postraumático (aunque ese padecimiento no sería reconocido por la medicina hasta después de la Primera Guerra Mundial), e incluso los hubo los que padecían de delirio de persecución, quienes consideraban que Villa o Carranza los buscaba para matarlos.
La institución sobrevivió la Revolución, hasta 1968, pocos días antes de la matanza de Tlatelolco y de las Olimpiadas. Como muchas otras promesas de la Revolución, el Manicomio de La Castañeda, que prometía apoyo para los desamparados dementes de la sociedad mexicana, recibió su apoyo más sustancioso durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. No obstante, también fue en este período en que la reputación de la institución cayó con mayor fuerza, debido a que para los años 1940’s a los 1960’s la legitimidad de los manicomios no había caído solamente en Europa y Estados Unidos, sino también en otros países del orbe hispanoamericano, como Chile o Argentina, por lo que el edificio terminó por ser derribado.
Recordemos que para los años 1970’s corrió una oleada de críticas ante la psiquiatría de fuerza mayor, desde la Filosofía su mayor crítico, o al menos el más vocal, fue Michel Foucalt, mientras que en la cultura de masas comenzamos a ver un sinnúmero de expresiones artística que mostraban al asilo mental como un lugar de incontables horrores. Si prestamos atención a fenómenos culturales globales como American Horror Story: Asylum, o más locales como el podcast de Leyendas Legendarias sobre La Castañeda, notaremos claramente que el manicomio es indisociable en la actualidad de la idea de crueldad, horror y malos tratos.
Fuentes: