La época del romanticismo comienza a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, prolongándose durante todo el resto del siglo y extendiéndose hasta influir toda la filosofía posterior. Durante esta época se vivieron varios acontecimientos en el campo político y filosófico que sirvieron de inspiración para el surgimiento del movimiento romántico: la Ilustración estaba en su apogeo y la Revolución Francesa estaba a punto de estallar. Los aires revolucionarios se sentían en el ambiente por toda Europa, tanto en la conciencia de las naciones y pueblos como en la de los individuos. Las condiciones para el surgimiento de una renovación espiritual se estaban dando, y sería el espíritu romántico el que abonaría y rescataría de estos sucesos algunos de sus ideales para el provecho de la humanidad.
Este movimiento tuvo sus inicios en Inglaterra, pero se propagó hasta llegar a España, Italia, Francia y Alemania, siendo este último país su mayor representante. Los hermanos Schlegel, Schiller, Herder, Goethe, Holderlin, Novalis, son apenas unos cuantos nombres de los mayores exponentes de las ideas de este nuevo movimiento artístico y filosófico. Escribe Safranski sobre Herder al respecto que “El principio creador, que él veía en acción dentro de las culturas populares, le hizo tan simpática la democracia, que su toma de partido a favor de la Revolución francesa disgustó más adelante a Goethe…”. Pero, ¿cuál era ese principio que veía Herder inserto en las culturas populares, y por qué le hacía a él y a todos los demás románticos simpatizar con la Revolución francesa? Aquel pensamiento en el que convergería todo espíritu romántico era nada más que el de la Naturaleza.
En el antiguo sentido griego y en el retomado por el renacimiento, serían los románticos los que retornarían a la idea de la Naturaleza como benefactora de todas las bondades y principios necesarios para la vida. Vida y Naturaleza no solo serían conceptos y nociones aisladas que los románticos exaltarían por sí mismas, sino que las harían un correlato necesario de donde se engendran mutuamente. De este modo podemos ver que el romanticismo, en consonancia con su espíritu particular, será una exaltación de la vida en el entendido de que la vida solo puede surgir a partir de la fuerza creadora de la Naturaleza. Es por esta misma razón que el romanticismo inspira y continua los esfuerzos de la Revolución francesa, ya que en la aspiración de una unidad de fortalezas, la Naturaleza haría explícito todo su poder creador (casi al estilo Heracliteano con el fuego y la guerra) para hacer surgir una vida nueva para las naciones. Esta naturaleza creadora de vida era, por ende, la responsable de todo el genio creativo del mundo, siendo ella misma el (in)genio en sí, de ahí que los románticos exaltaran el conocimiento estado de ánimo del genio, ya que ello era una viva expresión de todo este principio natural. Nietzsche y Schiller retomarán esta idea de (in)genio y de ahí harán derivar toda cosa bella, siendo, pues, la belleza otra de los ideales románticos. La sensibilidad del genio hacia la vida será ya no solo un ideal teórico, sino la aspiración anímica de todo romántico. En este sentido, la sensibilidad será puesta como prioridad epistémica, y será la intuición de las cosas, y de las cosas bellas puestas en la naturaleza, lo que buscarán entre el mundo aquellos “genios” románticos. Por eso mismo, no es de extrañar que entre sus “adeptos” se encontraran artistas y genios creativos, porque la belleza y su expresión artística como forma de manifestación natural era la impronta del espíritu romántico. Aquí, se trataba del individuo frente a toda la creación natural y la vida. Era el individuo aspirando y suspirando todo el poder natural, y su mayor grado de expresión sería en la genialidad (del artista).
Otra de las ideas clave era esta del individuo. Un individualismo no egoísta ni nihilista se profesaba entre los románticos. Así como comentábamos al principio, la inspiración que la Revolución Francesa sintió del espíritu romántico, sería el romántico, el genio romántico, el individuo, quien sentiría la inspiración de la Naturaleza misma para llevar a cabo todo acto revolucionario/creador. De este modo, el individuo estaría frente a una colectividad, frente a una comunidad de individuos, pero que dentro de cada uno de ellos participaría la Naturaleza con todos sus potentes principios. La imagen del individuo frente a la Naturaleza era la representación excelsa del espíritu romántico; el genio romántico no podía hacer nada más que anonadarse y sentir nostalgia de todo lo que le era mostrado por medio de sus sentidos. A tono viene esta frase de Nietzsche, quien, influenciado por los románticos como Holderlin, Goethe y Schiller, escribió respecto al valor del arte lo siguiente: “Renunciando tan solo sus fuerzas, el arte es capaz de dar la vuelta a esas repulsivas ideas en torno al carácter espantoso y absurdo de la existencia y transformarlas en representaciones que permiten al hombre vivir.” El individuo sería, pues, quien le haría frente, no a la Naturaleza, sino a todos los sentimientos nostálgicos que experimenta al vérselas ante la potencia creadora de esta. Era el individuo y su sensibilidad lo que exaltaban los románticos y por toda esta línea se encausaría la expresión artística y filosófica romántica.
Durante la época en que surgió el romanticismo, la Ilustración y sus ideales aún seguían en boga. Contra estos se oponía el romanticismo, pues, si el individuo tenía que padecer de un sentimiento nostálgico, la racionalización de los sucesos le sería un impedimento, primeramente para sentir -valga la redundancia-, y consecuentemente para expresar la potencia creadora de la Naturaleza. El romanticismo significó una ruptura contra el “tribunal de la razón”, y así, durante todas las generaciones venideras, lo romántico significaría todo aquello que represente una lucha para afirmar la libertad frente a las ataduras de la opresión de la tiranía de la razón. Por lo mismo, la Revolución francesa le venía a tono al romanticismo, ya que era un símil de lo que significaba romper las cadenas de los sistemas (totalitarios) de ideas.
La época romántica fue una época de liberación, tanto en el plano espiritual como en el histórico. Lo que se buscaba liberar era al hombre, al individuo singular de las cadenas que le impedían ejercer la fuerza creadora que la Naturaleza había impreso en él. La definición de Novalis sobre lo que es románico resume bellamente este espíritu: “En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido, dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizó.” No era de sorprender que el romanticismo y los románticos fueran de inspiración para los filósofos contemporáneos y a los subsecuentes como Nietzsche. La vida y la belleza tenían que ser redimidas, y al igual que con los intentos infructuosos de Kant por reivindicar el justo papel de la sensibilidad en la vida humana, los románticos llevarían a cabo esta tarea con genialidad en sus ideas perennes sobre vida, la Naturaleza y la subjetividad del individuo; tan es así que a la fecha seguimos llamando romántico a todo aquel hombre que sigue teniendo añoranzas y sueños tan fervientes que solo podemos concebir como ideas imaginativas y tan fuera de este mundo ordinario. Lo romántico, entonces, será siempre un intento de salir de las ataduras que en lo ordinario encontramos diariamente para ser libres gracias a la fuerza redentora de la Naturaleza; lo romántico siempre se tratará del individuo peleando en contra de lo que le separa de la Naturaleza que le creó.
Fuentes y Bibliografía.
- Safranski, Rüdiger, Romanticismo: Una odisea del espíritu alemán, Barcelona, Tusquets, 2012. Taducción, Raúl Gabás Pallás. Digital.
- Schilller, Friedrich, Cartas sobre la educación estética del hombre, Anthropos. Digital.
- Nietzsche, Friedrich, El nacimiento de la tragedia, Barcelona, Gredos, 2010. Traducción, Germán Cano Cuenca. Impreso.