La manera en que solemos estructurar la información dentro del pensamiento sugiere el conocimiento de un fenómeno objetivado particular como condición previa y necesaria para el proceso de cognición. Este conocimiento fenoménico es el punto de partida cognoscitivo para dar pie a todo tipo de razonamientos —válidos o inválidos— y al raciocinio en sí, de modo que, se vuelve igual de necesario que exista el fenómeno configurado en forma de objeto para dar lugar a los procesos lógico-cognitivos. Muestra de ello es el siguiente ejercicio mental que invitamos al lector a realizar: imaginemos una biblioteca con una buena cantidad de libros; imaginemos, aparte, que cada libro tiene pintado su lomo de un color específico. Pensemos en que se nos ha delegado la tarea de pensar en un sistema de clasificación para ordenar todos los libros encima de unos estantes dentro de dicha biblioteca. Para idear y proponer una posibilidad de acomodo, y para que se nos muestre sugerente la clasificación por colores, nosotros forzosamente ya tendríamos que tener en mente las ideas de clasificación, de división, de identidad, de distinción, entre otras del mismo tipo; aunado a ello, tendríamos que saber qué es el color y de que existe en una multiplicidad porque lo he percibido en su diversidad. Ahora, pasando a la tarea cognitiva en sí, pensemos en los colores posibles: rojo, verde, azul, violeta, amarillo, naranja, etc. De antemano conocemos los colores en cuestión porque los hemos visto de algún lado. Hemos optado en agrupar “por color”, ya que sabemos qué es el “color” y que existen en una diversidad, y porque de antemano hemos de tener una noción de las varias leyes y conceptos que rigen los procesos clasificatorios, ya sea clara o confusamente, ya sea que hayamos reparado en ellas o no, a partir de las cuales es posible idear la respectiva clasificación —o incluso el mero hecho de hacernos una idea de este concepto—. Una vez identificados los colores, y teniendo previamente la noción de “clasificación” en mente, seguramente en su pensamiento, si se dispuso a imaginar tal tarea, ya separó los libros sobre la base de sus diferencias cualitativas de color entre sus respectivos lomos, y de ahí pasó a hacer las clases posibles a partir de las cuales agruparía cada libro.
A este punto, ya hemos concluido la tarea de idear un sistema de clasificación al haber imaginado las clases posibles a las que cada libro pertenecería según el color de su lomo y desde las cuales los dividiríamos para su acomodo. Como observamos, para la correcta —o incorrecta— clasificación de las cosas, las mismas cosas mentadas, y todos los conceptos y reglas necesarias para llevar a cabo ese proceso mental persisten y existen previamente en nuestro pensamiento. Es por esto que decimos que el fenómeno en cuestión, la “clasificación” y todo lo que ella implica, ya debe de estar en nuestro pensamiento a priori: los objetos mentados, su idea, la propia operación lógica necesaria (los conceptos, las reglas y leyes lógicas que conforman el proceso lógico) subsisten y persisten en el pensamiento, a priori a la propia operación cognitiva en cuestión; todos estos son “de nuestro conocimiento” de antemano, más no los volvemos necesariamente objetos de nuestra atención. Sin embargo, cuando esto último ocurre, cuando mentamos estos conceptos y procesos lógico-abstractos en nuestro pensamiento, estos se vuelven fenómenos de nuestra atención, se vuelven objetos fenoménicos de cognición (objetos cognitivos), de tal modo que todos estos elementos abstractos del pensamiento se vuelven entidades fenoménicas en el proceso cognitivo del que echamos mano en general para conocer. En este proceso de cognición hallamos que la subsistencia y la persistencia de los elementos y procedimientos lógico-abstractos del pensamiento (leyes y reglas de inferencia, reglas semánticas mínimas, concepciones y definiciones lógicas básicas, etc.) se encuentran en sujeción y subordinación al propio proceso cognitivo; es decir, los procesos, reglas y leyes lógicas son empleados sobre ideas abstractas de sí mismos tornándose a ellos mismos por fenómenos de cognición. A través de este proceso de abstracción cognitiva se demuestra la certeza de la sentencia “es necesario que existan los objetos (de cognición) en forma de fenómenos objetivados para dar lugar a los procesos lógico-cognitivos”. La abstracción como proceso cognitivo aún de las cosas más abstractas como lo son los procesos y conceptos lógicos, demuestra que dependemos de su objetivación fenoménica para conocerlos, pero no para emplearlos; puede alguien conocerlos confusamente, puede desconocerlos en absoluto, puede no ser consciente de ellos a la hora de estar empleándolos en las más rigurosas abstracciones lógico-semánticas, puede incluso mentarlos difusamente para su abstracción, pero nada de eso implica que no esté echando mano de ellos per se para realizar todo lo anteriormente dicho como procesos de cognición. Así nos pasó con el ejercicio mental: tal vez no sabíamos las leyes lógicas y semánticas que se implican en el complejo proceso de clasificación; tal vez no tengamos un concepto bien definido y riguroso de lo que es el color, la división, la identidad, la distinción, las clases, etc., pero nada de ello nos impidió emplearles en su respectivo proceso cognitivo para nuestro ejercicio mental. De hecho, en el propio proceso de “conocerles”, de abstraerles y formarnos un concepto o idea, tuvimos que echar mano de ellos mismos como procedimientos y procesos cognitivos, y como objetos de cognición (fenoménicos) necesarios.
El proceso de cognición, el modo de conocimiento que tenemos de las cosas, nos muestra de forma evidente dos cosas: 1. Que, aun si queremos imaginar, mentar, hablar de, etc., hasta lo más (lógico) abstracto, es necesario que se objetive primeramente a través de dicho proceso, es decir, que se vuelva objeto fenoménico; y, 2. Estos conceptos y procesos lógico-abstractos que dan pie al raciocinio, y que se suelen denominar como “forma” de conocimiento, no tienen valor operatorio en el proceso cognitivo general de manera independiente; en todo momento están condicionados para operar por el objeto (fenoménico) —el cual suele denominarse como “materia” de conocimiento— y por el proceso de cognición en general. Todo proceso de conocimiento, de cognición, depende de manera necesaria y determinante de un fenómeno particular en forma de objeto (materia).