Las naciones se han forjado de la siguiente manera: El poder más fuerte es el que predomina y gobierna al otro. Esto ha sido así, y seguirá siéndolo, en tanto que las naciones, hegemónicas o subyugadas, no renuncien al uso del poder y la fuerza. Solo hasta entonces no habrá otra realidad; y esto inclusive aplica para las micro-dinámicas políticas que se llevan a cabo dentro de lo ordinario.
Las naciones que surgieron de la revolución y la resistencia violenta, emplearon una suma de fuerzas que se equivaldrían a las de sus adversarios. Esta manera de lucha ha establecido el precedente para que cualquiera que se oponga a su nuevo régimen impuesto, lo hagan nuevamente por medio del poder y la fuerza. Es así que la ley del más fuerte se perpetúa, y se seguirá perpetuando, hasta que alguno deponga las armas y abandone el uso de la fuerza como medio de poder. Solo cuando la gente comprenda que siempre al poder y a la fuerza se le oponen algo equivalente y equiparable de su misma especie, será entonces consciente de que la única alternativa posible para romper esta dinámica son la flexibilidad, la mansedumbre y el acuerdo. La adaptación correcta consiste en desistir del uso y despliegue de la fuerza como resistencia, de tal forma que solo así se rompa el círculo vicioso de violencia y poder.